Adam Liszt y Maria Anna Langer, el 22 de octubre de hace doscientos años, jamás imaginaron que su primer y único hijo llegaría a alcanzar la inmortalidad. Franz Liszt fue un músico que nació en un pueblo llamado Raiding que pertenecía al reino de Hungría, donde se hablaba alemán y no húngaro. A la larga se iba a convertir en políglota pudiendo dominar con fluidez italiano, francés alemán y un poco de inglés, pero casi nada de su idioma natal, situación motivada porque era menospreciada la comunicación local en el idioma nativo. Su padre era amante de la música y dominaba varios instrumentos, de modo a los 6 años, escuchaba con atención cuando el papá tocaba el piano. Éste, al percibir que el niño era poseedor de una exquisita capacidad auditiva, memoria, sensibilidad y pasión con los sonidos, pudo darse cuenta de las extraordinarias cualidades que brotaban como un manantial en la naciente personalidad de su hijo. Poco tiempo después le dio lecciones de piano que culminarían con una sorprendente actuación, la primera, en el año de 1819, como pianista.
Ya se había perfilado como un verdadero prodigio, que en un paralelismo digno de ser tomado en cuenta, fue similar al de Mozart y Beethoven, con padres que proyectaron la imagen de niños a quienes se les podían “explotar” sus cualidades, sin tomar en cuenta la inocente percepción de un infante que solamente desea jugar. Vale la pena destacar que una vez fallecido el padre, Franz Liszt jamás visitaría su tumba. Existen muchas hipótesis alrededor de esta conducta, pero no es difícil imaginar que la guía paterna tuvo un trasfondo educativo que literalmente le robó la infancia y que debió haber dejado, como resabio, cierto resentimiento. Sin embargo no creo que hubiese sido posible que de otra manera pudiese haber surgido el genio que se manifestó en un virtuosismo notable y la capacidad de componer y hacer improvisaciones desde los ocho años de edad, llegando a ser considerado un prodigio similar al caso de Mozart. Pero a diferencia de éste último que murió en la pobreza e incluso sepultado en una fosa común, Franz Liszt efectivamente logró sacar provecho de su virtuosismo, tanto como intérprete, compositor y maestro de música. No solamente conoció toda Europa dando conciertos sino que su fama provocó un efecto lleno de fanatismo y casi una histeria colectiva. Las mujeres literalmente peleaban por sus prendas y siempre era recibido con euforia. El dinero que ganó fue tal, que a partir de 1857, todos sus honorarios por interpretaciones fueron donados con fines caritativos, lo que incrementó aún más su fama acrecentando sus ingresos. Pero en 1881, estando hospedado en un hotel de Weimar, Alemania, tropezó en unas escaleras y se lastimó al caer. En ése entonces, su salud era buena y su aspecto acorde con su edad, pero el reposo absoluto al que debió someterse condicionó la aparición de una serie de malestares que culminaron con su muerte el 31 de julio de 1886, por neumonía. Desde hace algunos meses he estado escuchando algunas de sus obras sin que pueda elegir alguna como la mejor, de modo que a manera de homenaje, la pudiese oír el próximo 22 ante falta de opciones que en México no se han tomado en cuenta para conmemorar esta trascendental fecha. Ningún calificativo es exagerado cuando se refiere a este músico. Pianista fogoso, fue el más avanzado desde el punto de vista técnico, en su tiempo. No tiene comparación alguna valorando su extraordinario virtuosismo, cuando vemos la complejidad de sus obras y la referencia histórica que siempre expresó la perfección como ejecutante. Hombre ejemplar desde la visión más humanística y gran compositor, muchas cosas le debemos más allá del poema sinfónico, el recital de piano, diversas técnicas para mejorar las opciones acústicas del piano y obviamente todas y cada una de sus obras. Conocer a Franz Liszt en todos los sentidos, es encontrar refugio en el más oscuro de los lugares solitarios o los terrenos de mayor rispidez emocional. Efectivamente Liszt es el representante más ilustrativo del genio virtuoso en el piano.
Imagen: Wikipedia.
Jose_Gabriel_Avila-RiveraJosé Gabriel Ávila-Rivera es médico egresado de la BUAP, especialista en Epidemiología e investigador del Proyecto de Salud Ambiental y Humana, Departamento de Agentes Biológicos, Facultad de Medicina de la BUAP
Publicado originalmente en Saber Sin Fin el 2 de noviembre de 2011