17 de julio de 2019
Colocamos diques a la vida,
hacemos pequeños estanques
para poder admirar peces de colores
conviviendo entre sí,
envueltos en luminosidad solar
y llamas hídricas.
Convertimos esas lagunas
en divertidos chapoteaderos
en los que recreamos
pasajes infantiles
que nos recuerdan
a los arroyos casi extintos.
Saltamos,
reímos,
gritamos
y nos olvidamos de todo,
mientras el vital líquido
reblandece la piel
y transparenta nuestras uñas.
El tiempo transcurre,
el pequeño dique se consolida,
se afianzan los puntales
y va echando raíces,
hasta que nos damos cuenta
de lo que hemos ocasionado
y del posible enojo de las ninfas
que se deleitan
con la circulación permanente de la vida.
Con el pesar inocultable,
provocamos la desaparición del acopio,
dejamos fluir los vertebrados multicolores
y nos conformamos con las estrellas del reflejo
que ahora habitan en nuestra memoria.
Seguro repetiremos la travesura
en el momento preciso,
en la ocasión adecuada
y en otro sueño lúcido
de esos que no distinguimos
si fue fantasía
o realmente lo vivimos.
