Atiborrando de herrumbre mis heridas.
¿Cómo limpiar los pensamientos
Cuando es el cuerpo y su dinámica
Quien constantemente me enmohece?
Sólo me siento un abúlico y parapléjico guiñol
Que al ritmo de las hormonas derrumba sus valores,
Pues la humedad ebulle hasta ahogar los ideales
Que de mi había construido con gran esfuerzo.
Desilusión y gozo en la pleamar de la desesperanza.
Desazón y ritmo. Incertidumbre placentera.
Los deseos y su impudicia son la leña que alimenta
Esta interminable y constante hoguera que se funde
Marchitando los relojes que, anquilosados, se pudren
En sus propios paradigmas.
La humedad camina enmoheciéndose a sí misma
Al ritmo que sus pasos van destrozando cada poro.
Una tempestad de recuerdos e ilusiones
Transpiran despertando constantes y múltiples jadeos
Que obligan a mis manos a entrar en un ritmo subversivo,
Para así hallar la calma, justificando el onanismo cotidiano
Que, irremediablemente, me descarna incrementando
Esta áspera soledad que se esculpe cada día.
Reprimir es fermentar una tormenta que jamás se opaca.
¿Hasta cuándo lograre calmar las llamaras de este infierno?
¿Dónde estará la frontera entre lujuria y compasión?
¿por qué el amor tendrá que teñirse con caricias?
¿La solución definitiva es, acaso, esperar
Que el tiempo mismo apague el fuego que me corroe?
Mientras tanto sólo la alquimia me sirve de esperanza
Al sublimar el impetuoso deseo que me impulsa
A escribirte este poema lleno de una angustia
Que me desola sublimando la ferviente libido
En un orgasmo pleno que eyacula versos.
