Publicado originalmente en Saber sin Fin el 12 de agosto de 2017
Es un lugar común referirse al Presente como la Era de la información debido a la ubicua disponibilidad de ésta, lo cual es inexacto cuando no francamente engañoso, pues aunque se trata efectivamente de INFORMACIÓN, ésta es fragmentaria y, en gran medida, superficial y efímera, mucha de ella publicitaria o abiertamente comercial, con el único fin es desplazar mercancías.
Esto en cuanto a la cotidiana, pero también la otra, supuestamente seria y permanente, como la oficial y la académica, está plagada de lo mismo, resultando en que se tarda mucho –si alguna vez ocurre- en vérsele la utilidad y más cuando consiste en grandes volúmenes de datos a memorizar, como si fuera concurso de televisión –como THE $64,000 QUESTION y sus innumerables clones- y particularmente cierto con la HISTORIA, la general, que nos obligan a aprender en la escuela, pues nunca nos dicen o intuimos que este conocimiento, cuando es completo y consistente –esto es, libre de contradicciones--, constituye una excelente referencia tanto para explicar ciertos fenómenos actuales y acuciantes, como para (auto)normar nuestro criterio frente a la insidiosa “comunicación de masas”, usualmente vulgar PROPAGANDA a favor o en contra de alguna causa o personaje. (Como ahora mismo con el affair Venezuela, que si conociéramos la Historia contemporánea de ésta, sobre todo de 50 años acá, seguramente tendríamos idea de lo que probablemente esté sucediendo.)
Estos defectos o, mejor dicho, la incapacidad de subsanarlos, reside(n) en la actitud que adoptamos frente a ella (la Historia), considerándola un producto terminado del que sólo queda tomarlo o dejarlo, como una mercancía más, sin pensar en aplicarla modificándola y adaptándola a nuestros propios fines, como hacemos rutinariamente con otras Ciencias, tendiendo por ello a prejuzgarla –y rechazarla o adoptarla apresuradamente- ya sea como una explicación caprichosa –lo más común- o algo tan elevado e incomprensible que sólo algunos Iluminados pueden intentarlo –la versión eclesiástica-. Ninguna de las dos. (Entre mis anécdotas divertidas, recuerdo una -me parece que de 1985- ocurrida durante una discusión amistosa en el Departamento de Música de la Universidad pública local, cuando Alejandro, uno de los participantes, argumentó: “Está científicamente comprobado…” A lo que repliqué: “Yo soy científico, dime cómo lo comprobaron”.)
La Historia, como toda otra ciencia, siempre es algo a comprobar y modificar, completándola para nuestros propósitos específicos, de modo que entendamos el por qué de lo que analizamos. Así, más que aprenderse series o paquetes de datos, su estudio tendría que ser a base de construir cadenas explicativas de los fenómenos o situaciones que nos interesan, recurriendo críticamente a los datos aportados por otros, adjuntándoles además los datos personales de esos otros. Si aceptamos, por ejemplo, que “la Historia la escriben los vencedores”, entonces tenemos que saber quiénes eran éstos para entender sus intenciones al hacerlo.
Esto, pasar de consumidores pasivos a productores o re-creadores de la Historia, es la mejor garantía de su validez, pues en todo momento estaremos en condiciones de demostrarla –a nosotros mismos u otros- aceptablemente. Así que cuando tengamos un texto histórico frente a nosotros, probemos a editarlo según nuestro conocimiento y experiencia científicos: nos sorprenderá la cantidad de cosas y PREGUNTAS que surgirán de este simple gesto.
Resumiendo, la HISTORIA, para alcanzar su Ser –en este caso, su UTILIDAD PRÁCTICA- requiere ser COMPLETADA por el propio sujeto que recurre a ella, algo que JAMÁS nos contaron en la Escuela…
Fernando Acosta Reyes (@ferstarey) es fundador de la Sociedad Investigadora de lo Extraño (SIDLE), músico profesional y estudioso de los comportamientos sociales.