- La Historia Jamás Contada -
Uno de los episodios más extraños de nuestra Historia es el relativo
al origen del concepto de lo “mexicano” que nos imbuyeron a través de las prácticas rituales
“cívicas” (¿?) de la Escuela elemental, donde una serie de cosas bastante
ajenas a lo propiamente escolar, tenían sin embargo preferencia sobre todas las
otras.
Me refiero a canciones, bailes, representaciones y otras actividades
simbólicas -incluido el uso de ropa y objetos- que no sólo sentíamos fuera de
lugar, sino que no nos aportaban eso cualitativamente diferente que pensábamos encontrar
allí. Añádase a eso que nos tocó el Plan de Once Años, cuando el designio del
Supremo Gobierno era convertirnos a todos en artesanos, sin tomar en cuenta lo
que pudieran ser nuestros propios proyectos individuales de vida, como se dice
ahora. (Yo, por ejemplo, quería ser científico.)
Pero esta práctica ya para entonces standard en la Educación
pública, tenía el propósito bien definido, como lo han venido elucidado múltiples
estudios académicos -aunque personalmente lo fui intuyendo desde la
adolescencia-, de volvernos conformistas, indolentes, convencidos de que todo iba
aceptablemente bien, pues finalmente éramos mexicanos y “como México no había
dos”, aunque a veces, comparándonos con otros pueblos, termináramos un poco frustrados
a pesar de todo.
Pero no sólo en referencia al exterior, sino aquí mismo, en
nuestra propia vida cotidiana, éramos conscientes de muchas cosas que podían
ser mejoradas o incluso cambiadas con tal de llevar una vida más plena,
conseguir mayores satisfacciones, alcanzar metas más altas –o siquiera metas-,
intuyendo que debía haber otras formas de ser y hacer cualitativamente diferentes
a las que nos mantenían, como una fatalidad, en las mismas lamentables condiciones
materiales y existenciales, por más que nos esforzáramos tratando de superarlas
–acudiendo a la Escuela, por ejemplo-, pero sin llegar a identificarlas.
Aquí es donde cobra toda su importancia el aparato ideológico,
tanto oficial como oficioso, del que forman parte el radio, el cine, la
televisión y similares, es decir, los medios masivos, que llegan a todos lados
con el mismo mensaje: “no hay salida, así es y ha sido siempre la Vida… y no queda
más que resignarse”. Pero este aparato tiene un apartado, la CULTURA, destinada
a nutrir la imaginación, es decir, mostrar otras posibilidades, aunque no estén
presentes aquí y ahora. Y es precisamente en éste donde el Estado ha alojado a
la MEXICANIDAD.
Sí, en el imaginario social, el conjunto de imágenes comunes
a todos que nos indican lo que es posible y lo que no, los límites en cuanto a
lo que podemos o no hacer, pensar, desear, etc. Por eso, mientras no
modifiquemos ese imaginario, todo lo que hagamos o dejemos de hacer, nos dejará
en el mismo punto que estamos: nuestra maldición nacional de Sísifo.
¿Y qué tiene que ver el CINE con todo esto? Pues que durante
la llamada “Época de Oro” y para alimentar esta industria cultural, se
desarrolló, fijó y distribuyó masivamente la idea que tenemos de “mexicanidad”:
no otra cosa que un nacionalismo de comedia ranchera, con todos los
estereotipos de ésta, desde el Charro cantor y su ambiente (público), hasta los
comportamientos privados e incluso íntimos de sus personajes. Un campo de investigación
apasionante que arroja luz sobre una supuesta idiosincrasia que nos mantiene en
una situación aparentemente sin salida.
Como dije anteriormente, hay estudios detallados sobre esto,
sólo es cosa de buscarlos en la Red. Uno que personalmente encontré adecuado
por brindar una buena definición y campo del tema es el titulado LA ÉPOCA DE
ORO DEL CINE MEXICANO: LA COLONIZACIÓN DE UN IMAGINARIO SOCIAL.
A ver qué les
parece.
Fernando Acosta Reyes (@ferstarey)
es fundador de la Sociedad Investigadora de lo Extraño, músico profesional y estudioso de los comportamientos sociales.
Imagen: www.scielo.org.mx