11 de febrero de 2019
En barrotes de caramelo
incubó la imaginación,
la pluma resbaló como en pista de budín
y la tinta mojó como rocío de alhelí.
Los duendecillos y las hadas bailaron,
dieron rienda suelta a su alegría,
la naturaleza sonrió
hasta parir tres,
cuatro, cinco, miles de poemas,
cantos a la vida,
oraciones a la compresión,
alabanzas sin parar al verbo.
La creatividad está suelta,
fecunda por doquier:
la inspiración del taxista,
de la entaconada paciente,
del petulante dadivoso,
del halconcito con ínfulas "Papá Dios".
Es noche de luna llena,
las endorfinas son ríos
buscan cauce en cerebros atrofiados,
otros cultivados,
pero desnutridos por tantos datos,
esos que levantan monumentos inmerecidos
y destruyen reputaciones por falta de money.
Creatividad escasa en jornadas extenuantes,
toque genial que hace atractivos a las bestias,
a los burdos y a los duros de corazón:
¡toma mi mano!
guíala en medio del papel,
del cursor huraño de teclas trilladas;
¡háblame al oído!
estimula mi ojo postizo,
afloja mi agudeza,
esa que sale de 10 a 12.
Guardo tres billetes de azúcar
dos monedas de amargura
y ocho silbidos agudos,
voy pertrechado al encuentro,
voy preparado a la danza de la fogata,
a la confluencia de líricos,
coplistas y juglares.
Es noche de luna llena,
entre barrotes de caramelo
y pistas de budín.
