17 de febrero del 2019
La palabra amor, es una de las más utilizadas de nuestro tiempo y a la vez una de las menos comprendidas, ya que al ser un término abstracto es difícil establecer una definición precisa. A nivel etimológico proviene del latín amor, amōris. Se emparenta, de este modo, con el verbo latino amāre, del que derivará nuestro verbo amar. Así, pues, este vocablo desde su origen se relaciona con un conjunto de conceptos y significados asociados a la idea de afecto, cariño, apego o querencia, tanto desde un punto de vista amoroso, como de pareja, de amistad o de familia.
También se puede definir al amor como una predisposición, la cual se caracteriza por el deseo de una persona de querer vincularse con otra para sentirse conectada física y emocionalmente. También se puede considerar al amor como un afecto que surge espontáneamente seguido de una sensación placentera que se asocia comúnmente a una relación de pareja.
No obstante, estos conceptos son bastante generales que no llegan a involucrar las cientos de definiciones que existen hoy en día; de esta forma, tanto la psicología, filosofía y la religión tienen su propia concepción sobre esta emoción humana. Sin embargo el amor tiene algo en común en todas las civilizaciones: es una energía que nos mueve constantemente hacia la felicidad.
El amor es algo intangible que lo aprendemos a través de la cultura, es algo que nos sucede a todos alguna o muchas veces en la vida y socialmente aprendemos qué formas de relación son aceptadas, qué formas de amar están mal vistas, aprendemos a formar parejas e imitamos los modelos amorosos que nos venden los medios de comunicación.
Esta energía la podemos dirigir hacia otras personas o hacia bienes materiales que nos satisfacen, pero la realidad es que todo nace en uno mismo y el amor debería comenzar en este punto. Amarse a uno mismo no es ninguna señal de egoísmo ni tampoco excluye a los demás, ambos están íntimamente ligados. Es darse la oportunidad de compartir afecto, bienestar, pasión con otros. Y si no tenemos con quien compartir, seguimos de todos modos felices con nosotros mismos, pues sabemos que el amor a uno mismo no depende de nadie más.
Para empezar a querernos a nosotros mismos hay que elegir estar solos sin sentirse solos y en ese estado podemos atrevernos a ser quienes somos, a perder el miedo a perder, a hacernos responsables de lo que pensamos, decimos y hacemos. Ya no buscamos más, ni tampoco esperamos que los demás nos den el amor que en realidad ya llevamos dentro.
Numerosas personas que viven casadas o en unión libre cada día parecen ser más desafortunadas, al crear lazos de codependencia que inevitablemente los conducen a la insatisfaccion, aparte de toda la problemática que implica ponerse de acuerdo en cuestiones económicas y familiares. Por otro lado están las personas que han reconocido la importancia de amarse así mismas al vivir solas, aquí no hablamos de egocentrismo, hablamos de una elección que no duele, de una conducta de sentirse a gusto uno consigo mismo o de un estado que se puede utilizar para la reflexión.
Para empezar a comprender a este último grupo de personas primero hay que verle la cara positiva a la soledad, y no asociarla con estados de tristeza, desaliento o depresión. El escritor italiano Carlos Dossi dijo: “¿Por qué, en general, se rehúye la soledad? Porque son muy pocos los que encuentran compañía consigo mismos”. Y es que indiscutiblemente la soledad es la mejor vía para acercarnos a nosotros mismos. Únicamente cuando estamos solos, con la compañía de nuestros pensamientos, somos capaces de conocernos y de saber apreciarnos.
La soledad se siente, nadie la ve y solo se experimenta interiormente, es un campo fértil para sembrarlo con semillas de amor propio, que a menudo se le olvida a la mayoría de las personas por estar dedicadas a los demás, en búsqueda de aceptación, de ser elegidos por alguien, por demostrarle al mundo que valen para sobrevivir en una sociedad caótica donde la soledad se ha confundido con la desolación, que se caracteriza por una desagradable sensación de incomodidad y aislamiento, donde se siente que algo falta.
La soledad es una condición humana completamente normal y la gente que prefiere estar sola tiene estas cinco peculiaridades en su personalidad:
• Respetan los límites de las otras personas y esperan el mismo respeto a cambio.
• Tienen una mente abierta, siempre buscan actividades nuevas y aventuras.
• Tienen un pequeño círculo de amigos, son muy selectivos con la gente a la que se acercan.
• En las adversidades no entran en pánico. La autoreflexión les ha preparado para situaciones como esta.
• No necesitan de atención, pero una vez que encuentran de quien quieren ser amigos, se convierten en los más leales compañeros.
Amarse así mismo, es ante todo, aceptación incondicional y completa de todos nuestros aspectos; es un medio para disfrutar de la tranquilidad, una oportunidad para renovarnos. El amor en tiempos de soledad es estar con uno mismo, algo para lo cual debemos damos tiempo, algo que se llama habitualmente introspección.
Daniel León Islas
(Dany Dharma)
Es escritor, conferencista, coach de vida e instructor meditación