martes, 11 de diciembre de 2018

El puente invisible. Música en la Nueva España I


El mar es de vidrio, el aire húmedo, espeso, es manto de niebla. Un aroma a mundo primitivo se eleva como un soplo neblinoso. Entre la verde telaraña de matorral encendido, se deja escuchar distante, el latido de un corazón ajeno, un viento de tinieblas, un sonido de ominoso presagio es el ronquido seco de la trompeta y el retumbo rítmico de los tambores y atabales.  Los naturales de aquella tierra caliza, festoneada de matorrales y aves, observaban expectantes y recelosos, la lenta y pausada marcha de aquellos adustos hombres, de extraña vestimenta, que celebraban los rituales de la distante semana santa de 1519. 

Rostros de bronce y rostros enrojecidos por el inclemente sol. Rostros asombrados separados por lecturas diferentes del mundo. Unos y otros se miran sin comprender. Aquellos tambores y trompetas acompañaban a los españoles en su pisada en una tierra que el tiempo conocería como América. 
Es el encuentro que fundirá en el crisol del tiempo, dos culturas, dos maneras de caminar la vida y el mundo., de orar a los dioses.
Aquellos primeros europeos, constituían una abigarrada pandilla de aventureros cuyo sino era la búsqueda de riqueza, a través del oro, identificarse con el milenario símbolo de poder y gloria. La tierra que se llamaría Yucatán enmarcaba el insólito seceso.
Los atabales y tambores con las disonantes trompetas, debieron atronar el aire con extraños ritmos y sonidos nuevos que impresionaba a la multitud de hombres y mujeres de toda edad, que veían acercarse a aquellos hombres de habla y modales muy diferentes a los ceremoniosos tratos de los hombres de bronce.
El sacerdote de tropa, Bartolomé de Oviedo, con su desleída y sucia casulla, marca el alto. Entre el canto de aves y la brisa que vagaba desde el mar, se hace acompañar de algunos barbados soldados y entonar salmos mal afinados aprendidos en la lejana Castilla, el titubeante canto se eleva para celebrar un Oficio de Tinieblas, olvidado por los católicos de hoy. Un cirio apenas y un improvisado altar con una cruz constituye el primer canto registrado en los albores de la Nueva España. Un camino se bifurca, aquellos mismos hombres podían entonar cantos de tropa, por otra también podían entonar música sacra. La música de Europa ya caminaba su propio sendero. En tierras americanas también se oraba y, al unísono, se celebraba el ritual agrícola a los dioses propicios; el altar eran los cenotes donde una joven cubierta de flores era arrojada, para beneplácito de lo divino.
El astuto Cortés observa que los nativos estaban asombrados por los caballos el tronar de las armas y el ronquido de las trompetas. Para incrementar el efecto, hace colocar cascabeles en los caballos y con ellos marcha por los senderos rumbo a la gran Tenochtitlan- En Tlaxcala, se organiza la parafernalia y marchar sobre la capital Mexica. Cuatro capitanes nativos encabezan el mitote.  Dice el cronista Bernal Díaz del Castillo: “…salieron los tlaxcaltecas con buena orden, alegres y galanes y la marcha se acompañó con gran estruendo de tambores, caracoles y alaridos…” 
Ya en Tenochtitlan, Cortés, ceremonioso y con trato untuoso solicitó a Moctezuma colocar un altar y orar a su dios. La soldadesca española colocó un simple altar con un crucifijo y una imagen de Nuestra Señora. Cantaban lo que aprendieron en las ajadas iglesias de Extremadura. Mal entonaron un Tedeum (A ti Dios) a la vista de los mexicanos que los miraban recelosos. El canto con sabor a misterio ensombrecía la plaza. Un canto solemne y triste. Un Tedeum armado con lejanos ecos del canto gregoriano medieval y arraigado en tierras mexicas mediante el engaño y la traición.
Diferentes vicisitudes estratégicas obligan la alianza de los españoles con la diversidad cultural de Mesoamérica. Aquel contacto origina un primer crisol y la música de unos y otros comienza una marcha enriquecida por ritmos y tonalidades instrumentales, atambores, panhuehuetl el gran tambor, chirimías, caramillos de barro y caña, junto con la trompeta y hasta las vihuelas se mezclan y separan. A partir de aquellos primeros momentos de mutuo reconocimiento, provienen muchas danzas que aun en nuestros días, es posible escuchar en Oaxaca, Puebla, Veracruz y Michoacán.  La nueva música en la paradójica América había nacido.
Esta semana es oportuno escuchar:
Tomás Luis de Victoria: Responsorio de Tinieblas: O quam glorosium
Te Deum Laudamus: Liturgia dedicada a la Iglesia. Schola Cantorum Juan Carlos Asensio Palacios. 


Alejandro Rivera Domínguez, miembro de la Asociación de Estudios del Pleistoceno.

Correspondencia: kosmospuebla@yahoo.com.