Mente en plenitud, conciencia del presente inmenso, certidumbre de la analogía universal, lectura de las correspondencias cifradas entre el yo y el mundo. ¿Es posible, factible, viable, la existencia de una visión integral del mundo que teja proposiciones procedentes de sistemas diversos como la ciencia, el arte, las humanidades y el pensamiento religioso? ¿Es posible articular discursivamente en un texto sistemático un conjunto de enunciados verdaderos procedentes de disciplinas distintas entre sí? ¿Metodológicamente es factible una teoría crítica del todo? Puede colegirse: este es un problema extraordinariamente interesante habida cuenta de que la construcción del significado no implica la del sentido. Es decir, podremos llegar a saber cómo funciona el cosmos pero no sabremos para qué existe.
El culto liberal al individuo ha conducido a la devaluación de lo gregario y lo religioso. Esta posición antropocéntrica ha desvirtuado las nociones de colectividad y de amor al prójimo, y, en contraste, ha colocado en la cima de su escala axiológica al dinero.
En esta perspectiva, la reivindicación de la familia (núcleo espiritual de la persona humana), la iglesia (comunidad de creyentes, no burocracia religiosa) y patria (patrimonio simbólico comunitario) como formas básicas de organización humana, si bien puede considerarse políticamente como una posición conservadora, en realidad va más allá de una determinada teoría del Estado; posee un valor trascendental. ¿Humanismo espiritual o espiritualidad ilustrada?
En este contexto es útil citar a Ken Wilber, quien ha escrito que “una de las nociones fundamentales de la filosofía perenne es la de ‘la Gran Cadena del Ser’. La idea en sí misma es bastante sencilla. Desde el punto de vista de la filosofía perenne la realidad no es unidimensional, no es una sustancia chata y uniforme que se extiende monótonamente ante nuestros ojos, sino que, por lo contrario, se halla compuesta por dimensiones diferentes pero continuas. La realidad manifiesta, dicho de otro modo, se compone de niveles o grados diferentes, desde los más bajos, densos y menos conscientes; hasta los más elevados, sutiles y conscientes. En uno de los extremos de este continuo del ser (o espectro de la conciencia) se halla lo que Occidente denomina ‘la materia, lo insensible o lo inconsciente’; y en el otro extremo ‘el espíritu, la divinidad o lo supra-consciente’. (…) Algunas descripciones de la Gran Cadena del Ser nos hablan de tres niveles: materia, mente y espíritu. En otras versiones existen cinco: materia, cuerpo, mente, alma y espíritu. (…) La afirmación fundamental de la filosofía perenne que los hombres y mujeres pueden crecer y desarrollarse a través de toda la jerarquía hasta llegar al espíritu, en donde ocurre la realización de la identidad suprema con la divinidad, el ente perfectísimo al que aspira toda evolución”.
Por otra parte, la llamada “Teoría de todas las cosas” es una hipótesis de la física que pretende explicar con una proposición (matemática y lingüística) todos los fenómenos físicos. Tal vez la “Theory of Everything” sería equivalente a la “Poética”, de Aristóteles, o al “Ion” de Platón, o al libro del “Génesis”, de la Biblia. No. Mejor a “Los trabajos y los días”, de Hesíodo. O a la llamada ‘ciencia infusa’. O al estado de beatitud. O el nirvana.
Finalmente, es evidente que estas inquietudes intelectuales están basadas en cierto optimismo epistemológico que instaura la conmovedora e ingenua hipótesis de la legibilidad o inteligibilidad del universo y del hombre mismo.
Termino reproduciendo algunas palabras de un novelista cuyo nombre no revelaré: “No hay un minuto de tiempo muerto en esa bruma feliz, todo es tiempo ganado aunque nada pueda recordar de él. Todo brilla dentro de mí con la certidumbre de un imperio perdido, de una civilización desaparecida. (…) Nada puedo predicar con parecida certidumbre de gloria en el resto documentable, más bien pobre, rutinario, de mi vida.”
Roberto Martínez Garcilazo