Las raíces de la educación son amargas, pero la fruta es dulce.
Aristóteles
Desde la más remota antigüedad el hombre ha buscado la forma idónea de adquirir y transmitir el conocimiento, dándose cuenta que el repetir y repetir datos hasta memorizarlos no es el mejor camino para aprender. Estudios científicos demuestran que la emoción, el deporte, la sorpresa y la experimentación son algunos de los ingredientes necesarios para sumar conocimiento. Esto viene al caso porque recientes investigaciones indican que “sin emociones no puede haber curiosidad, no hay atención, no hay aprendizaje, no hay memoria”.
En el libro Neuroeducación, texto que destruye mitos y crea las bases para entender mejor los complejos procesos de aprendizaje desde los mecanismos cerebrales, escrito por Francisco Mora (doctor en Neurociencia por la Universidad de Oxford, catedrático de Fisiología de la Universidad Complutense y profesor visitante en el departamento de Fisiología Molecular y Biofísica del Carver College of Medicine de la Universidad de Iowa), se pretende desarrollar las preguntas fundamentales que son de interés y preocupación en el mundo de la enseñanza y ayudar a desentrañar las claves de cómo contestarlas a la luz de los conocimientos más recientes de la neurociencia cognitiva. En él se asegura que “el elemento esencial en el proceso de aprendizaje es la emoción porque sólo se puede aprender aquello que se ama, aquello que le dice algo nuevo a la persona, que significa algo, que sobresale del entorno en Neuroeducación”.
El término emoción viene del latín emotio, que significa "movimiento o impulso", es decir, "aquello que te mueve hacia". Las emociones tienen una función adaptativa de nuestro organismo a lo que nos rodea. En psicología la emoción se define como aquella percepción de la realidad o la imaginación, que se expresa físicamente mediante alguna función fisiológica o pulso cardíaco, e incluye reacciones de conducta como la agresividad o el llanto. Por otro lado, el sentimiento procede del latín sentire que significa “pensar, opinar o darse cuenta de algo” y podría definirse como la autopercepción de la mente que hace de un determinado estado emocional, en consecuencia el sentimiento es el resultado de las emociones.
El científico Mora señala que “la neurociencia cognitiva ya nos indica, a través del estudio de la actividad de las diferentes áreas del cerebro y sus funciones, que solo puede ser verdaderamente aprendido aquello que te dice algo, aquello que llama la atención y genera emoción, aquello que es diferente y sobresale de la monotonía”. Agrega el investigador que este principio se puede extender en su aplicación no solo a la enseñanza básica o durante la adolescencia sino a los más altos estudios universitarios o a estudios aplicados, sea la empresa o la investigación científica.
Así mismo, estudios realizados en el Centro de Neurociencia para la Educación de la Universidad de Cambridge, así como en la International Mind-Brain and Education Society, quien ha dado a conocer los resultados a través de su revista Mind, Brain and Education, establecen que: “La atención, ventana del conocimiento, despierta cuando hay algo nuevo en el entorno, cuando genera emoción. Ese algo nuevo apela, como hace millones de años, a la supervivencia como último significado”. “La atención nace de algo que puede significar recompensa (placer) o castigo (peligro) y que por tanto tiene que ver con nuestra propia vida”.
Un nuevo estudio de la Universidad de Jyvaskyla (Finlandia) de abril de 2014, pone de manifiesto que la atención y el aprendizaje están relacionados con las ondas más lentas de nuestra actividad cerebral, es por ello que en la actualidad el revitalizar la enseñanza y el aprendizaje requiere un conocimiento profundo de cómo funciona el cerebro en esos procesos y llevarlo a los maestros y los profesores para que éstos finalmente lo apliquen en las aulas. Se reconoce que “existen problemas en la relación neurocientífico-maestro sobre todo en el lenguaje utilizado por los primeros para dirigirse a los segundos en la transferencia de estos conocimientos, y en los maestros, para captar, con certeza y seguridad esos conocimientos a la hora de emplearlos con los alumnos”.
Es por ello amable lector, que el invertir en la investigación del cerebro para desarrollar el proceso de la educación nos dará la posibilidad de cambiar nuestro entorno.
Twitter @jarymorgado
jarymorgado@yahoo.com.mx
conoSERbien; www.sabersinfin.com
Publicado originalmente en Saber Sin Fin el 16 de mayo de 2016
