sábado, 4 de noviembre de 2017

Alas de un mismo vuelo. CIINOE



Astronauta
de PEREGRINO DE LA ETERNIDAD 1985

En ocasión del acoplamiento de las naves Apolo y Soyuz, 1975


Te vas
por el incierto sendero de la eternidad,
traspasando el horizonte del silencio,
hacia la paz absoluta,
hacia el enigma,
hacia la diáfana quietud
de estáticas soledades remotas.

Y siento como un quejido
arrastrando la protesta de tu viaje
sobre la carne tibia de mi cansancio.

¿Qué parecen los campos de batalla
desde las latitudes que recorres?
¿Qué las manos implorantes extendidas,
los cuerpos macilentos,
los ojos que se escapan de las órbitas,
las cosechas borrachas de napalm,
el hambre,
el abandono, los niños mutilados en las sombras?

¿Cómo ves el surco roturado,
la espiga,
el labrador
calcinando en el tiempo su destino
de polvo y subsistencia;
las selvas,
las colinas,
el rancho solitario por donde se cuela el viento.

¿Los monstruos de hormigón
tragándose el latido de roncas multitudes;
las máquinas repitiendo su eco de a
cero elemental, potencia y hierro?

¿Quién?
de HAY SURCOS QUE SE LLENAN 1965

¿Quién podrá llenar el hueco de tus ojos
con la ternura que yo puedo;
transformar el vacío desengaño
en catedral de la fe,
en el lecho de carne de tus manos
hacer dormir un sueño,
convirtiendo la lágrima en lucero,
para ti, quién?

¿Quién modelará sobre tus labios
la callada plegaria poniéndole sabor a amanecer;
escuchando el silencio de tus párpados bajos,
quién hará de las piedras que lastimen tus pasos
una alfombra de flores, un nocturno, un regazo,
quién?

Cuando llegue la noche recostada en el día,
¿quién hará a tus pupilas sedientas de las mías
encontrar el calor,
quién plasmar la mirada, aquella que nacía
para ver de tus ojos la ternura y moría,
debatida en los besos de tu cálido amor?

Una vez del ensueño difuso
levantada tu húmeda voz,
¿quién con brusco mirar angustioso,
sembrará sus heridos despojos
para darte de carne y sollozo
y naciente capullo de sol?

Fe
de HAY SURCOS QUE SE LLENAN 1965

Dónde estás, Señor, en la claridad del día
y el devenir del pensar nocturno,
dónde tus ojos bondadosos miran
y reparten tus manos generosas
la dádiva de amor que yo te pido.

Dónde estás, Señor, que ahí donde tú digas
dejaré de ser yo para ser tuya;
cuánta pena me has dado, cuán siniestra
tu voluntad implacable me derrumba.

¿Quién es Dios?
A veces ni en Ti creo;
tantas lágrimas dejaron en mi pecho
un corazón de mármol que se inunda,
a pesar del ardor con que me hieres,
de fe y piedad y convicción rotunda.

Así como te das yo te recibo.
Como me mande tu divina orden
sufrir dos vidas para conseguir mi cielo,
así las sufriré en la agonía de quedarme tan sola,
sin las manos aquellas que me hicieron.

Que aunque no crea en mí,
y en ti volcarse deba
la desesperación de mi impotencia,
seguiré en el camino que me diste;
que el dolor no es eterno,
y en el tiempo sin fin de la existencia,
tras el muro sutil que se traspasa cuando muere la vida,
no hay árboles sin nidos, ni flores sin rocío,
ni verdad sin testigos.

Canción de viento
de VOCES SIN RÉPLICA 1967

Deja en el árbol la rama florida
aunque el viento arrecie su látigo impío:
sobre un nido claro palpita la vida;
estamos tan solos con la mente fría, e
stamos desiertos, las manos asidas
esperando atentos el golpe certero
rompernos los ojos de melancolía.

Estamos cercados de rocas,
sin luz ni aire o tierra húmeda
para mitigar la angustia anónima
en nuestra encrucijada.
Sedientos de voluntad o ternura,
manoteando contra el brocal desnudo
de un pozo sin agua.

Deja en el árbol la rama florida
aún cuando el viento se lleve los últimos pétalos,
conserva en el nido el calor de la vida,
resguarda los brotes pequeños y la risa del niño,
levántate, quiérete, sueña,
aún existes.

Jardín
de VOCES SIN RÉPLICA 1967

Jardín, en ti la dicha,
el verdor de la pradera diminuta,
la quietud de la tarde.

En ti se sueñan en verano
la cálida caricia y el beso,
el jugoso sabor de la naranja,
la sombra candente del estío
en las siestas amarillas de diciembre.

Jardín, no eres la mera palabra que vibra
con tintineo de campanilla,
la simple palabra,
sino un poema de vida,
un vuelo de mariposas hamacando en el aire
luz, risa, cantar,
un nítido recuerdo de infancia.

No te quedes estático a mis ojos;
extiéndete rompiendo los cercos de las casas;
inunda la ladera del mundo,
y nace y ríe en los lechos
de los niños hambrientos de la India,
en las fogatas desangre del Vietnam agonizante.

Jardín, jardín de tréboles,
avasalla la tierra
como enredadera enamorada y celosa
hasta cubrir los campos de batalla
y multiplicar los panes en las bocas.

Tortas de barro
de Cascarita de nuez 1978

Tortas,
pequeñas,
redondas,
tortas de tierra
cocidas al sol.

Calientes chorrean
barro de verano,
sobre piedra losa
y mantel de flor.

Caritas atentas
mirando la fila,
de tortas marrones
de oscuro sabor.

Si con tu inocencia
de tibia paloma
pudieras su masa
al viento hornear;
y llevar su aroma
de alma triguera
cual quimera alada
hasta algún lugar.

Qué lindo sería
mirar en tus ojos
lucecitas blancas
al verlas volar,
poniendo en las manos
de niños lejanos
pedazos de barro
con sabor a pan.

Barca
de CASCARITA DE NUEZ 1978

Prendida a la cola
de un lobo marino,
sujeta a las olas
que dibuja el mar,
se pierde una barca
cual frágil paloma,
henchida de viento
su vela estival.

¡Qué puertos lejanos
su sombra velera,
besando las costas
mirará al pasar,
Dejándoles canto
de agua y de espuma
acordes de luna
y arpegios de saL!

¿Quién guiando va el timón?
¿Será un mirlo o un gorrión?
No es un fuerte marinero.
No es un recio capitán.
En la barca mensajera
solo trinos se oirán.

Sobre la cubierta
de su casco manso,
descansan los pájaros
de peregrinar;
y en el ritmo lento
de su proa pequeña,
se mecen los sueños
de tierras sin mar.

Recorre gaviota,
comarcas lejanas,
llevando el aroma
de coco y banana;

diles que perdidos
en la inmensidad
han quedado niños
con piel de maizal,
que con sus manitas
morenas de sol,
les ofrecen tortas
hechas de almidón.

Barca, barca mensajera
de sonrisa y amistad,
reparte en playas distantes
la ramita de la paz.

Niños, en la arena
con sus caracolas,
hagan un murmullo
que adormezca el sol,
que pasa la barca
llevando en sus velas:
un beso, una alondra,
un nido, una flor.

Guerras
de DESDE EL CAÑADÓN DE LA MEMORIA 1982

No importa que las guerras tengan nombre,
siempre serán un llanto
y un silencio,
un trágico desvelo
en los acantilados de la muerte.

Las aves agoreras beberán en los huesos
traspasados de viento
un sabor de abandono,
y partirá, aún doliente,
el vuelo fugitivo
hacia el tajo insaciable de la ausencia.

Se volverán los páramos albergue
de un pulso coagulado,
un alboroto en sombras,
y tendrán los crepúsculos
la calcárea tristeza del astro taciturno.

No importa que las guerras tengan nombre
y un lugar en el tiempo.

El soldado que esparce sus pedazos
en la antesala del silencio
es siempre el mismo.

Caramañola
de DESDE EL CAÑADÓN DE LA MEMORIA 1982

Puñado de latón donde palpita
un recuerdo de siesta
en alucinada vastedad.

Manantial prisionero
aliviando el tajo del insomnio en el solazo
con la fría moldura de sus labios.

Su roce se recuesta
con esa mansedumbre de pausa acostumbrada
sobre la celda del cansancio.

Compañera febril
cuando la piel acampa
bajo un astro de arenas azuladas.

Mujer para un orgasmo interminable
cediendo la piel acampa
bajo un astro de arenas azuladas.

Mujer para un orgasmo interminable
cediendo brevemente sus honduras
en los claros del alba.

Se inclinan sus sorbos torrenciales
a regar un desierto de amapolas abiertas.
Y estéril ya su lecho de vendimia,
el secreto remanso de su cauce,
se queda, compasiva,
recogiendo caricias en la noche
bajo un cielo de estrellas ateridas.

Choferes
de DESDE EL CAÑADÓN DE LA MEMORIA 1982

Hay un triste temblor de follaje ultrajado,
en picadas salobres un filo de agonía,
el temor con que empañan los pájaros gigantes
la quietud de la siesta.

Bajo un sol desquiciado
el retraso del péndulo expulsa de su alcándara
a los desheredados de la vida.

Se tropiezan las ruedas en los huecos insomnes
de una rendija abierta
y se llenan los montes de monótonos ecos.

Estoicos peregrinos,
van sorteando las hebras del silencio
entre sacos de viento y polvareda
hasta llegar,
desde un ascua desértica,
a empaparles el tajo de la espera.

Aguateros
de DESDE EL CAÑADÓN DE LA MEMORIA 1982

Agreste soledad.

Distancia lineal en el umbral de la mirada;
gemidos de metal
en el regazo desvalido de la huella.

Agreste soledad.

Hay manos retorcidas
estrujando a lo lejos los senos de la tierra,
un buril decidido corta la tarde rectilínea.
Fantasmas trepando las tinieblas del deseo,
las palabras rescatadas del recuerdo
y esa tibieza alada de caricias ausentes.

Agreste soledad.

Palmeral ceniciento bajo un sol empañado,
descampada quietud de un páramo sediento.
Acordes de guitarras desterradas
y una marca candente en la garganta torrencial de lunas anteriores.

Agreste soledad.

El cielo se ensombrece bajo un himno funesto
de metálicas aves derramando su sombra
sobre las dunas de la impotencia.
Un grito quiebra el aire.

Humareda y silencio.

Galope
de GALOPE 1983

Para César Enrique

Bandera de crin al viento,
cascos turban el silencio.
Devorando campo y cielo,
se van... se van.

En la verde inmensidad
se diluyen como un sueño
jinete y potro azulejo.
Hacia el caer de la tarde
cuando todo está desierto
se escucha un leve trotar
desde los cerros.

¿Cuántos pensamientos juntos
han compartido a lo lejos
bajo los montes umbríos,
callados, quintos?

De esas tristezas y sueño
jinete y potro azulejo
solo sabrán el secreto.

Son tres y corren alegres
de CAMPO Y CIELO 1985

Son tres y corren alegres
corren las tres por el campo, como amapolas pequeñas desprendidas de su tallo.

Por un sendero de polvo van acercándose al carro que gime canción sedienta mientras retorna bajando.

Su paso deja una estela
de blanca niebla flotando
sobre los pastos jugosos
en indecible descanso.

En los límites del prado,
lejos, se extienden los árboles
como encerrando en los brazos
la majestad del ocaso.
Son tres y se van corriendo,
alegres van por el campo
como amapolas que vuelan
para volver en el carro.

Lluvia
de OCAMPO Y CIELO 1985

Repican, pican las gotas,
repican en el parral.
Arpegios de agua en las hojas
se resbalan sin cesar.

Repican, pican las gotas
sobre las uvas rosadas
dejando en su piel sedosa
un resplandor de cristal.

Los sapos han decidido
tomar una ducha fresca
y se quedan dormitando,
muy serios, toda la siesta.

Repican, pican las gotas
mientras las gallinas blancas
en fila esperan pacientes
que pase la lluvia mansa.

Repican pican las gotas
repican en el parral
y los perros las colitas
se ensucian en el barrial.

De pronto cesa la lluvia
y se despabila el sol,
enlazando campo y cielo
con un arco de color.

Origen
de PEREGRINO DE LA FRATERNIDAD 1985

Comencé con el tiempo
en las colinas de un astro intemporal
para ser peregrino taciturno
de la eternidad.

Mi ser se fue poblando
de esquemas fugitivos
y con los años, dolientemente,
retorné a la inmensidad.

Bregando hacia la aurora paso a paso
fui dejando alforjas de ser y olvido
para encontrar delante en los caminos
más recodos que andar, nuevos destinos.

¿Qué fui en la distancia elemental
que ya no tengo
de aquel primer latir ningún recuerdo?
Sólo escalar y escalar
encadenada al cuerpo,
levantando al caer la frente al viento.

Si el hombre sólo fuera llamarada,
una vida que deja interrumpida,
un cuerpo que se pudre y se termina,
qué triste su destino, qué mezquina
su limitada dimensión.

Iguales
de PEREGRINO DE LA ETERNIDAD 1985

Entrelazados en el silencio,
debemos entenderlo,
somos iguales todos,
creados para un norte incandescente
con la misma arcilla de los tiempos.

Diferentes, tal vez,
en el matiz que ponen los defectos
o el distinto color de nuestros cuerpos.
Sentirse acantilado que no rompe
el soplo huracanado de los vientos.
Oh, error trascendental que nos denigra.
Qué tristemente lejos de la aurora
boga este barco nuestro hacia las sombras.

Debemos entenderlo, alma pequeña.
Estamos destinados a arrancarnos
esta adherida imperfección doliente,
perderla por caminos siderales,
ahogarla en torrentes ancestrales
hasta que sepultemos los rencores
en los pozos oscuros que separan
la vida de la nada.

En la quietud íntima del ser,
reconozco de otras multitudes
la ronca soledad:
distintas solamente por los tristes desvelos
del destino, iguales en el fin y en el principio
de un mismo derrotero peregrino.

Encuentro
de PEREGRINO DE LA ETERNIDAD 1985

Fuimos como un lucero despeñado
a oscuras oquedades neblinosas,
transfigurando nuestro sino alado
en humanas gaviotas azarosas.

Una senda de abrojos, viva espina,
nos acunó con un temblor de fuente
como si su distancia peregrina
fuese tan sólo manantial ardiente.

Con alforjas de luz impenitente,
calcinados de ardor, canto y desvelo,
las colinas subimos, raudamente.

De ese destino persiguiendo el vuelo,
hasta vernos un día frente a frente,
incandescente sol de tanto anhelo.

El columpio
de PEREGRINO DE LA ETERNIDAD 1985

Catedral vegetal transfigurada
por la plácida estampa de la luna,
alberga en su ramaje vieja bruma,
de tantos nidos la tibieza alada.

Pende bajo su nave dilatada
un columpio que oculta verde espuma.
Del agobio de todo cuanto abruma
de repente escapé, precipitada.

Quise desamarrar mi pensamiento,
ser velamen que parte sin cadenas,
un cántico lejano que resuena.

Y en el rítmico y suave movimiento
del columpio, mi carne se hizo viento
encendiendo fogatas en mis venas.

Rumbos
de PEREGRINO DE LA ETERNIDAD 1985

Para mi padre

Me perturba que en triste lejanía
se mantenga el sonido de tu canto
que la esencia de todo cuanto has sido
exista inmaterial entre los astros.

Te volviste viajero de la noche,
de distintos senderos caminante.
Ya resuenan tus notas, otra escala
en esa dimensión que no me alcanza.

Qué importa si tú fuiste en la distancia refugio de los cauces de mi llanto. De otro sol es tu huella peregrina.

Diferentes alondras te acompañan, ya no puedo llegar hasta tu encuentro, ni tu fuego se enciende en mi palabra.

Espejo
de PEREGRINO DE LA ETERNIDAD 1985

Busco un espejo donde se refleje
no mi figura, mi piel,
la arruga nueva
que floreció una tarde de congoja
y de la cual no sé el itinerario
porque olvidé su nombre.

Un espejo, no para ponerme
los colores que borra la memoria,
ni verme vestida en el instante
de inaugurar contigo viejas notas, inundados los dos como si fuera
recién nacido nuestro amor antiguo.

Yo no busco un espejo que repita tu imagen bajo mis venas, cada vez más honda;
la tibieza del primer abrazo
a diario repetido en tantas formas.
Un espejo no pido como todos
para mirar mi rostro,
ni ver si se adentra en la amplia frente enlutada una pena, alguna sombra.
Quiero un espejo que sepa –sin la carne– reflejar del espíritu el contorno;
que no sea testigo de mi sangre,
de mis rasgos o vértebras,
y sólo deje el alma al descampado,
desnuda y sin adorno.

Que detenga en su hondón de plata
las urgentes palabras.
Quiero ver esa imagen de mí misma
sin la piel que la cubre y aprisiona;
tal vez, pueda encontrar en su reflejo
aquello que se ha ido sin retorno.

Llamada
de PEREGRINO DE LA ETERNIDAD 1985

Soy la tierra que llora.
Un regazo vacío que abre su tibieza
para acunar tu ausencia.
Una espera infinita.

Soy los mangos del patio donde duelen
tus rodillas de niño,
la alcoba de tu primer amor,
y el beso aquel temblando en mi fragancia.

Soy el sol que te busca en los portales,
las calles por ti andadas.
Una sombra sin nidos.
Un viento inmóvil.

Soy la luna trenzada en el encaje
del lapacho florido,
la blanca inspiradora que te extraña
y quiere estar contigo.

Soy el lecho de un sueño desvalido,
el puerto de algún barco que se fue
con su mástil radiante
hacia el olvido.

Soy la tierra que llora
la voz de tu palabra silenciada.

Soy tu madre
y te quiero aquí conmigo,
sin réplica
o demora,
porque sin ti soy una vida
atrozmente incompleta.

VI
de SOBREVIVIENTE 1985

Me cala la memoria lo inconcluso;
las palabras temblando sin sonido
en el portón de los labios,
los moldes palpitantes esperando
la arcilla de mis besos.
Me agobian los andrajos de la noche,
el pulso simultáneo agonizando.

Quisiera vivir otra vez,
en algún lugar
y algún momento
el sereno alumbramiento del alba.
Contagiarme de canto. Desandar los recuerdos. Y en calles conocidas transitar con un péndulo de sueños en la frente.
Beberme con deleite un sorbo de la vida
como si no existieran humareda o silencio.

XIV
de SOBREVIVIENTE 1985

Un aroma jugoso
se libera en volutas blanquecinas.
Es aliento de nabos
de papas, de alcauciles,
un mensaje de carne, perejil y cebolla.

Ese vaho me pone húmedas las mejillas,
de mantel me contagia
y de pan me apacigua.
Lentamente lo sorbo, lentamente lo aspiro,
su savia me hace ancho,
más tórrido el latido
y me baña la lengua con su calor antiguo.

A la mesa tus ojos almuerzan con los míos. En el tiempo tirita la niebla del olvido y me llora la boca ante un plato servido.

XXVIII
de SOBREVIVIENTE DE 1985

Para taparme tengo
una manda de frío y de silencio,
una lágrima gris
y todo el abandono.

La tierra calla envuelta en humo
y frío.
No llega el sol,
mi mente sola vaga por antiguas querencias. Alguna flor,
algún momento
se escapan brevemente de la aterida realidad para extrañar un sueño.

Es invierno.
Un invierno de escarcha cenicienta,
sin lumbre,
sin alientos,
sólo atroz permanencia.
Ya no hay viento, ni luz,
tan sólo frío.

Los huesos tiemblan en mi cuerpo,
los nervios, las ausencias,
el vacío corazón.
Recostada en la pena del crepúsculo
tirita mi alma amoratada.

XXIX
de SOBREVIVIENTE 1985

El tiempo de morir me ha vuelto la carne fugitiva.
Voy entrando al ocaso de mí mismo.

Desde el alba
mi pensamiento enterró su destello.
El pulso en la arena plantó el eco. Naufragaron mis miembros
en estáticos gestos
buscando las cobijas del olvido.

El laberinto derrumbó, al fin,
sus paredes.
Todo es irremediablemente cierto
y todo lo comprendo.
Con su soplo la nada bate el viento
y la muerte se bebe mi último silencio.

XXX
de SOBREVIVIENTE

Hija del universo permanece
tras su sesgo orbital en movimiento.
Con lengua sideral
fustigó el viento su calma cenicienta,
y en la cuna del mar
ahogó la espuma un sollozo deshecho.

Más triste la alumbró
la tristeza del sol esa mañana,
desvistiendo su pálida piel desposeída.

Sola va,
desnuda y fría,
su rumbo perenne repitiendo.
No hay pájaros velando la vuelta de la noche. Sólo una inmensa congoja
de estrellas enlutadas.

Regreso
de NOCTURNOS de 1987

Nocturno No. 15 de Federico Chopin

Soy
una isla de sombra que sucede.

Niebla en desvelo
y deseo voraz
encendiendo mis orillas con sus labios
al despertar.

Eres
grito en la voz,
canto de fuego,
un tumulto de sangre desatada
viniendo a mí:
sorbo de agua confidente
para mi sed.

Fogata:
tu sexo enardecido.

Refugio:
mi oquedad de sombra y sal.

Vienes de un páramo
huérfano,
insomne.
Para mi fragua ígneo metal.

Vuelves,
desde una playa sin memoria.

Albergue desvelado para tus pájaros
es mi isla en brasas.

Remota cavidad donde acunar ocasos
y amamantar lirios.

Aurora:
cuando se tocan las ansias.
Congoja:
cuando agonizan los besos.

Eres marea
de espuma ardiente.
Llamado y eco
dentro de mí.

Llegas,
labio con voz de mi voz.
Tendido en un lecho
de trémulas lunas
aromadas.

Con los ojos de la noche
anidando en nuestras bocas
y el firmamento pariendo luz.

Cuando te alejas,
amor,
y no llega a mi arena tu oleaje
y hay enigmas sin rostro
qué desgarro de alboradas y de sol.

Solos,
en un frío y triste arrecife.

Furtivos fantasmas de silencio
entierran madrugadas con sus sombras.

En el brocal de alma llora el rocío. Deshaciendo las huellas
de noche y día,
los sonidos radiantes
de la aurora;
las sombras
caen
donde aún hay fogatas encendidas,
torrentes de ansiedades
aguaceros de amor.

Vuelves,
a esta isla de sombra que sucede.

Irisando mis abismos
con tu regreso.

Consolando con besos
los tajos de la ausencia,
mis recodos de niebla
con pulso enardecido.
Sollozan en tus cauces
mis glaciares disueltos
derramando su frío
en tus moldes de fuego.
Ascua oculta latiendo
en parajes insomnes.
Búsqueda apasionada
de abrazo interminable.
Miradas torrenciales
en remanso sin tiempo.

Somos
agua quieta buscando
entre guijas pequeñas
los roces exquisitos del encuentro.

Imagen: imaginaciones.com
 Publicado originalmente en Saber Sin Fin el 20 de septiembre de 2016