A la memoria del poeta
Ernesto Moreno Machuca
1919-2008.
Aquiles Serdán exclama colérico y decepcionado, una vez que ha sido derrotado por las tropas porfiristas el mediodía del 18 de noviembre de 1910: “Lo que siento es haber sacrificado a hombres de tanto valor por un pueblo tan degradado y cobarde”.
El héroe mitológico de la Puebla Liberal, iracundo, lamenta el temeroso abandono de sus compañeros del Partido Antirreleccionista.
La noche anterior a ese mediodía de la tragedia, habían acordado un minucioso plan de ataque simultáneo a los puntos neurálgicos del gobierno de Mucio Martínez.
La señal para que, desde distintos puntos de la ciudad salieran armados y temibles los pretendidos revolucionarios, sería la detonación de bombas de dinamita que, desde los balcones de la casa número 4 de la calle de la Portería de Santa Clara, arrojarían los pertrechados.
Pero fueron abandonados a la muerte.
¡Viva Madero, viva la libertad! ¡Aquí hay armas! Arengaba Carmen Serdán, en el balcón, inútilmente.
Desde los campanarios de las iglesias de San Cristóbal, Santa Clara y Santa Teresa, los policías porfiristas auxiliados y bendecidos por los curas de sus templos, dispararon hacia la azotea de la casa de la familia Serdán.
El siniestro tronido de los fusiles, el seco y formidable estallido de las bombas, los cuerpos despedazados en la calle, la sangre corriendo por el caño, los gemidos, los insultos obscenos de la tropa, el tañido desquiciante de las campanas de los templos era como la carcajada del diablo en el centro de la ciudad de Puebla, la misma ciudad –mala, indolente y egoísta- que Zaragoza soñó quemar el 9 de mayo de 1862, cuando abandonó a los juaristas que vencieron a los franceses.
Fueron más de cuatro horas de fuego cruzado. Lucharon 20 hombres y mujeres maderistas contra más de 500 policías y soldados porfiristas.
El primer caído con una bala en el corazón disparada por Aquiles, el colérico de la Ilíada Poblana, fue el coronel Miguel Cabrera.
El segundo, atravesado por una bala de winchester disparada por Carmen Serdán, nuestra Juana de Arco, nuestra monja mística y esposa extática del Maderismo.
Sus cadáveres fueron profanados en la calle por el odio de la chusma.
La lucha se dio en la calle y las azoteas.
Brincando de techo en techo y protegidos por los francotiradores apostados en los campanarios de las iglesias, los esbirros de la dictadura- así los llama la placa oficial que hoy está a la puerta de la casa- acribillaron a Máximo Serdán y a sus hombres que defendían esa posición y entraron a la casa.
En la madrugada del 19 de noviembre, a las 2 de la mañana, dos balas atravesaron la cabeza de Aquiles. Del revolucionario que era como un Manuel M. Flores sin melena ni barba pero con la misma mirada de febril delirio.
Durante días los vencedores exhibieron, para escarmiento de los improbables rebeldes, los cadáveres de Aquiles y Máximo en la calle del cuartel de La Merced, allí los tuvieron hasta que comenzaron a descomponerse ante la indiferencia y el temor de los pueblerinos.
Aquiles Serdán nació el 1 de noviembre de 1876, hace 132 años. Murió asesinado después de haber cumplido 34.
¡Canta, Diosa, al valor temerario de Carmen y Aquiles, nuestros héroes mancillados, primero por la cobardía de su pueblo y luego por el olvido!
Aquiles Serdán. Rómulo Velasco Ceballos. Secretaría de Cultura en 1988. P.19
Por: Roberto Martínez Garcilaz