Con la caída del imperio romano, el mundo occidental se hundió paulatinamente en un lodazal de ignorancia, superstición y pasividad intelectual. La transición no fue repentina y catastrófica sino gradual.
Las continuas incursiones de las tribus bárbaras germánicas del norte devastaron grandes territorios, destruyendo no solo vidas humanas, sino también las ciudades, obras de arte, tesoros culturales y los mecanismos del comercio. Los países quedaron divididos en pequeñas ciudades estado aisladas y el intercambio con el fluorescente mundo bizantino se extinguió.
La gente tuvo que refugiarse en la agricultura como único medio de supervivencia y desaparecieron los incentivos por mejorar el nivel de vida, por no hablar por la inexistencia de descubrimientos científicos. Buscando amparo frente a las numerosas fuerzas hostiles, el pueblo se puso bajo la protección de la Iglesia, que se convirtió en la única institución capaz de frenar a los jefes bárbaros.
Por donde quiera que los musulmanes penetraran Europa (la penísula ibérica y las islas del Mediterráneo occidental), la lengua y cultura árabe ejercieron inmediatamente una enorme influencia durante setecientos años. Pero en las zonas de influencia cristiana el latín pasó a ser la lengua oficial de expresión cultural. Bajo la dirección de la iglesia, el conocimiento de los antiguos escritores clásicos fue compilado, traducido y parafraseado; de igual modo, se copiaron los escritos de los bizantinos.
Hacia el siglo VI se consumió esta transferencia gradual de la erudición a las manos del clero. Bajo el control cristiano de la sabiduría y el pensamiento llegó la medicina monástica. Rechazando aceptar que el hombre esté gobernado por leyes naturales y este sujeto a los poderes de la naturaleza que lo rodea, y negándose a admitir su impotencia frente a las calamidades, la iglesia persiguió a los que deseaban establecer concepciones racionales del proceso natural.
El progreso de la medicina se paralizó casi totalmente; de hecho, todas las ciencias desaparecieron a medida que las escuelas se hundían y el vacío se llenaba de dogmas religiosos.
Se escribieron algunos compendios “científicos”, pero se trataba simplemente de una mezcolanza de extractos del Plinio, Galeno y otros eruditos romanos cuya autoridad, sin embargo, era negada.
Además muchos trabajos (hoy llamados pseudoepigrapba) fueron ejecutados entonces para ser luego falsamente atribuidos a autoridades del pasado. Así tenemos, Pseudo – Plinio, Pseudo – Sorano, y muchos otros. Se llevaron a cado algunos otros escritos originales, pero son de dudoso mérito.
Hacia el siglo VI se consumió esta transferencia gradual de la erudición a las manos del clero. Bajo el control cristiano de la sabiduría y el pensamiento llegó la medicina monástica. Rechazando aceptar que el hombre esté gobernado por leyes naturales y este sujeto a los poderes de la naturaleza que lo rodea, y negándose a admitir su impotencia frente a las calamidades, la iglesia persiguió a los que deseaban establecer concepciones racionales del proceso natural.
El progreso de la medicina se paralizó casi totalmente; de hecho, todas las ciencias desaparecieron a medida que las escuelas se hundían y el vacío se llenaba de dogmas religiosos.
Se escribieron algunos compendios “científicos”, pero se trataba simplemente de una mezcolanza de extractos del Plinio, Galeno y otros eruditos romanos cuya autoridad, sin embargo, era negada.
Además muchos trabajos (hoy llamados pseudoepigrapba) fueron ejecutados entonces para ser luego falsamente atribuidos a autoridades del pasado. Así tenemos, Pseudo – Plinio, Pseudo – Sorano, y muchos otros. Se llevaron a cado algunos otros escritos originales, pero son de dudoso mérito.
El hombre más culto de su tiempo fue el obispo Isidoro de Sevilla (570 – 636) que compiló su enorme Etimologías, una enciclopedia sobre los orígenes de las palabras, cuyo IV libro contiene muchas derivaciones falsas y forzadas de términos médicos. Describió la dentición usando el término de preacisores (cortadores interiores) para los incisivos, ya que este había sido el término usado por San Agustín. Repitió el error de Aristóteles de que los hombres tienen 32 dientes y las mujeres solo 30 dientes. Además adjudicó erróneamente a las encías el papel de generar los dientes
Bibliografía:
Edad Media Alta: Europa occidental del siglo V – XII, Historia de la Odontología Ilustrada.
Malvin E. Ring, Mosby/Doyma Libros.
Colaboración del Museo de Odontología de la BUAP.
Colaboración del Museo de Odontología de la BUAP.