El 10 de febrero se conmemora a nivel mundial el fallecimiento de Wilhelm Conrad Röntgen (27 de marzo 1845-10 de febrero de 1923).
Su apellido no se escribe con diéresis en otros idiomas (es decir, los dos puntitos sobre la letra “o”) por la falta de este signo en los teclados antiguos de las máquinas de escribir, condición denominada Umlaut en alemán y que se sustituye por las letras ae, oe, y ue, según el caso.
Pero más allá de este detalle, lo que llama la atención sobre este personaje, es que dio un aporte a la medicina imperecedero: nada más ni nada menos que los Rayos “X” que actualmente forman una parte determinante en el quehacer cotidiano todos los médicos.
En una forma ingrata, hay textos en donde se menciona que este descubrimiento fue casual; sin embargo, el relato del hallazgo tiene tintes extraordinarios.
Resulta que en el siglo XIX, un químico británico llamado William Crookes (1832-1919) ya había estudiado que ciertos gases encerrados en tubos al vacío, al aplicarles corrientes de alto voltaje, generaban imágenes borrosas en algunos materiales. No le prestó mucha atención al asunto y aunque publicó este hallazgo, solamente fue algo que llamó la atención del ingeniero e inventor Nicola Tesla (1856-1943), que en flagrante fenómeno de fuga de cerebro, emigró de la actual Croacia a los Estados Unidos, para trabajar en el desarrollo de la electricidad de índole comercial, ocupándose también en el descubrimiento de Crookes; sin embargo hizo un aporte de un carácter trascendente. Informó que para los seres vivos, la exposición a estas corrientes podría ocasionar lesiones peligrosas como quemaduras graves.
Lo cierto y fantástico de este anecdótico asunto es que un químico informa de algo que llama la atención de un ingeniero, para que un físico, en nuestro caso, Röntgen, lograra el descubrimiento un fenómeno, utilizado en la medicina, es una especie de cadena de conocimiento con un resultado maravilloso.
Sin una idea de que estos extraños rayos pudiesen tener utilidad, comenzó a realizar experimentos analizando lo que sucedía en un cuarto oscuro, tomando como base, el tubo de Crookes, que años atrás había casi pasado al olvido. Para evitar un fenómeno de fluorescencia, cubrió su aparato con cartón oscuro. Por la noche, se sorprendió al observar un débil resplandor de color amarillento y verde a lo lejos, donde había una placa con una solución de cristales de patino-cianuro de bario. Como el niño que apaga y prende la luz, se dio cuenta de que éste fenómeno se repetía.
Alejando el objeto, notó que prácticamente no había cambios, con lo que dedujo que estaba presenciando el comportamiento de una radiación muy penetrante, incluso colocando diversas cosas para evitar el paso de estos rayos invisibles. Queriendo dar un sustento visual del fenómeno que pudiese ser demostrado fuera del laboratorio, intentó tomar fotos, pero las placas estaban veladas, lo que le hizo deducir que el exceso de rayos había provocado este inesperado evento. Entonces puso una caja de madera con unas pesas sobre una placa nueva para imprimir la imagen y el resultado fue sencillamente prodigioso. Los rayos atravesaban la madera y permitían observar el interior.
Ya imagino al físico Röntgen haciendo una cantidad de pruebas innumerables, que culminaron con cambiar hasta de cuarto para valorar la capacidad de penetración de estos fabulosos rayos, logrando fotografiar la chapa metálica de una puerta, las molduras, el gozne y hasta algunas capas de pintura (elaborada con plomo) que la cubrían, atravesando la pared.
El 22 de diciembre, como no podía colocar la placa y prender su aparato, le pidió apoyo a su esposa Anna Bertha, logrando la histórica primera radiografía de la mano, en la que visualizaban los huesos y un anillo, literalmente flotando. Se le ocurrió ponerles el nombre de rayos “incógnita” o “X” y de inmediato publicó su descubrimiento con el pomposo título de "Vorläufigen Mitteilung über Eine neue Art von Strahlen" (Comunicación preliminar sobre un nuevo tipo de radiación).
En poco tiempo Tomás Alba Edison se puso en contacto con él para patentar este descubrimiento, obteniendo como respuesta que dadas las implicaciones médicas y de beneficio para la humanidad, brindaba su descubrimiento al mundo, sin un provecho económico para él o su familia. En 1901 recibió el primer premio Nobel de física, cuyo monto lo donó a su Universidad para hacer investigación.
Sus últimos días los pasó viviendo modestamente en los Álpes de Babaria y su salud comenzó a resentirse por malestares abdominales que fueron el reflejo de cáncer intestinal, del cual murió. Aunque se ha especulado que esto pudo ser provocado por sus trabajos con radiaciones, lo cierto es que siguiendo los consejos de Nicola Telsa, siempre se cuidó utilizando protectores de plomo, de modo que casi se puede descartar esta causa.
Como sea, hoy es necesario brindarle un reconocimiento a este gran hombre que brilló como científico, como pensador, como humanista y sobre todo, como sabio. Definitivamente hacen falta muchos seres humanos así.
Imagen: Histórica primera radiografía de la mano, en la que visualizan los huesos y un anillo, literalmente flotando. Fuente: xatakaciencia.com
José Gabriel Ávila-Rivera es médico egresado de la BUAP, especialista en Epidemiología e investigador del Proyecto de Salud Ambiental y Humana, Departamento de Agentes Biológicos, Facultad de Medicina de la BUAP.