jueves, 26 de octubre de 2017

La Soledad De Los Muertos


Tan medroso y triste / tan obscuro y yerto / todo se encontraba / que pensé un momento; / ¡Dios mío, que solos / se quedan los muertos!
Gustavo Adolfo Bécquer 

Era jueves y con mis compañeros de Higiene y Salud Comunitaria salimos a las prácticas con los promotores de salud del hospital comunitario, era un día bastante soleado. Nos citaron en el Panteón Municipal para ir a vaciar los floreros de cada una de las tumbas, pues ahí en el campo santo olvidado, es donde se cría más mosquitos transmisores de dengue, chikongunya y Zika, nos dijeron los dos expertos con quien estábamos a su cargo. Nos repartimos por el cementerio.


Al llegar casi al fondo, en una esquina del panteón donde hay un floreciente árbol de tulipán rojo, Aylin me comenta que por allí está la tumba de un compañero del COBAO que murió en Mayo del 2016 a causa de un cáncer en el estomago; recordé el momento en que me entere, un día cualquiera en el COBAO en la clase de inglés, cuando compañeros del sexto semestre, ahora egresados, con su ánimo cabizbajo, la mirada triste, los ojos rojos y llorosos pasaron al salón a pedir una cooperación para apoyar a la familia del occiso; todos quedamos mudos, conmocionados, no mencionamos nada, sacaron algunos dinero de sus bolsas y las entregaron; al irse los compañeros y amigos del fallecido, los demás compañeros comentaron la muerte de quien llevaba varios meses luchando con esta enfermedad.

Se sentía un vacio, era un ambiente fúnebre ese día en la escuela. Conocía de vista al muchacho, nunca lo traté, cruzamos palabras un par de veces pues atendía un cyber donde los maestros dejaban copias, pero no por no ser mi amigo dejé de sentir sentí el vacio, la tristeza  del ambiente, se escuchaba de todo:

- ¿Por qué no fui a verlo antes?
- ¡Pobrecillo
- ¿Cómo estarán sus papas?

Los maestros se cooperaron para llevarle una corona florar y colocarla en su tumba. Dado el hecho salimos una hora antes, por si quisiéramos ir al velorio o quizá más tarde al entierro.

Cuando llegue a mi casa me senté en la cocina y lo primero que escuche fue el anuncio en la radio, donde se lamentaba el fallecimiento del joven.

No asistí al sepelio, una voz interna me susurraba ciertas preguntas: ¿a qué vas? no era tu amigo, ¿Acompañar, a quién? ¿Solidaridad, por qué ahora y no antes cuando estaba vivo? ¿De verdad puedes dar tú unas palabras de resignación?

Finalmente no fui, pero la noticia me conmocionó, no al grado de quitarme el sueño, sino por mi dificultad de entender la muerte.

Con el tiempo dejó de ser el tema de conversación en los recesos del COBAO, a los chavos les interesaron otras cosas y claro ¡me da gusto!, pero sentí que se quedó “solo”. No fue mencionado o por lo menos no escuche de él hasta la clausura, donde mi piel se erizo por una profunda emoción ya que su nombre no fue borrado de la lista de Físico Matemático. Fue nombrado por el Ingeniero Moisés Olmeda y aplaudido por todos los que asistimos durante un armonioso minuto donde todos de pie en su honor, hicieron que se acumulará una gran energía que espero le haya llegado.

Por eso al estar revisando floreros en el panteón unos meses después cuando Aylin dijo; ¡Aquí es!, por un segundo me paralicé al recordar el funesto día descubriéndome frente a su tumba de concreto sin pulir, sin lapida esculpida con su nombre que sirva de referencia de que su cuerpo yace allí, sólo unas rosas secas de hace muchos meses lo acompañaba. Mientras cumplimos la misión de vaciar los recipientes, vino a mi mente un fragmento de la poesía que mi Padre Eloy Barrera me recitaba sobre la condición de los muertos del poeta mexicano del siglo XX Fernando Celada.

Cayó como una rosa en mar revuelto
y desde entonces a llevar no he vuelto
a su sepulcro lágrimas ni amores.
Es que el ingrato corazón olvida
cuando se está en los deleites de la vida
que los sepulcros, necesitan flores.

Parada frente a la tumba de mi ex compañero miré en derredor y corté de un frondoso árbol de tulipán sólo 3 de sus flores, con respeto las coloque sobre su lapida y “le dije”:  Mira, para que no te quedes solo...

Los gritos de mis compañeras indicando ir al punto de encuentro con el promotor hicieron terminara mi imprevisto ritual. La imagen de su tumba llena de hojas secas y las rosas ya muertas se quedan en mi memoria...
 
¿Será como dijo Celada en su poema "La caída de las hojas"? que el ingrato corazón olvida, cuando está en los deleites de la vida que los sepulcros... necesitan flores?

Imagen: news.urban360.com.mx

 Juana Itzel Barrera Guerra.