El doce de noviembre pero de 1651, nació Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana; quien a la larga, además de llegar a recibir sobrenombres con calificativos superlativos como “el Fénix de América, la Décima Musa o la Décima Musa mexicana” sería conocida simplemente como sor Juana Inés de la Cruz.
Las razones por las que he obviado, ya sea su nombre de religiosa o el de casi exagerada aristocracia, giran alrededor de los dos estudios que abordan su vida. El primero fue escrito por el sacerdote jesuita Diego Calleja, quien la ubica en un plano de ascenso continuo prácticamente hasta la santidad. Esta creciente elevación mística se contrapone al trabajo biográfico de un profesor alemán llamado Ludwig Pfandl, quien bajo una influencia marcada por el psicoanálisis, plantea que la monja, sometida al influjo de una imagen paterna, es conducida por laberintos que van desde el narcisismo hasta la neurosis. Pero si para Calleja es una santa (con una espiritualidad sin fronteras) y para Pfandl una neurótica (materializando la obra en el resultado de una crisis existencial), yo deseo plantarme en un espacio metafísico, es decir, no espiritual ni material, para analizar con justicia, a una de las más grandes mujeres que han existido a lo largo de toda la historia universal.
Aunque no hay muchos datos sobre sus padres, sí es seguro que nunca se unieron en matrimonio, de ahí que siendo la menor de tres hijas - María, Josefa y Juana Inés- el señor Pedro Manuel Asbaje y Machuca e Isabel Ramírez de Santillana, por razones que se desconocen, vivieron poco tiempo juntos, por lo que la separación dio lugar a otra relación materna con Diego Ruiz Lozano, con quien tuvo a otros tres hijos. Esto demuestra una especie de liberación sexual en la época de la colonia en México, por lo que el hecho de que Juana Inés fuese una hija “ilegítima” es lo de menos.
Su abuelo tenía haciendas y conviviendo con los esclavos que estaban ahí, aprendió a comunicarse en Náhuatl. Otro dato no menos sorprendente es que aprendiese a leer y escribir a los 3 años de edad. Pero definitivamente es más llamativo que al descubrir la biblioteca del abuelo, se afanase en leer todo lo que llegaba a sus manos. Ya se perfilaba como una mujer que llegaría a representar el más alto grado de sabiduría. Tuvo un periodo de vida en la corte de la Nueva España, antes de ingresar a la vida religiosa. Ahí conoció a la virreina Leonor de Carreto, quien sería a la larga una de sus más importantes mecenas. Ya entonces su inteligencia portentosa la llevó a rodearse de todo tipo de intelectuales, a quienes siempre sorprendió por el dominio de prácticamente cualquier conocimiento. En ésta etapa de su vida se han conjeturado muchas cosas que van desde abusos, amores, relaciones de todo tipo y hasta pasiones no correspondidas. El caso es que a finales de 1666, ingresó a la orden de las “carmelitas”, después de haber aprendido latín solamente en 20 lecciones. Pero esta congregación estaba sujeta a una disciplina exageradamente rígida que incluso la afectó en su salud. Saliendo de ahí, ingresó a la orden de las Jerónimas, donde permanecería el resto de su vida, pues en ése convento, todo era más relajado además de tener permitido estudiar, escribir, recibir visitas y hasta tener alguna tertulia.
Entre los 30 y 35 años de edad, se considera la época dorada de toda su obra, pues escribió una gran cantidad de versos religiosos y “profanos”; villancicos con música; piezas teatrales religiosas; dos comedias para finalizar con la realización de diversos experimentos científicos. Un hecho famoso de discusión teológica se dio cuando el obispo de Puebla llamado Manuel Fernández de Santa Cruz, bajo el título de Carta Atenagórica (entendiendo éste último término como digno del conocimiento de Atenea), le recomendó a Juana Inés que respondiera a un sermón de un jesuita llamado Antonio Vieira, que la invitaba a que dejara las “humanas letras” y se dedicase mejor a las labores religiosas, mucho más productivas según la estrecha visión del prelado. La reacción de la poetiza no se hizo esperar a través de un segundo escrito conocido como “Respuesta a sor Filotea”, donde bajo una ardiente, valerosa, irónica y gallarda defensa de su trabajo intelectual, reclamó los derechos de la mujer a la educación.
A principios de 1695, el convento de San Jerónimo tuvo un brote de peste, en que fallecieron el 90% de las religiosas. Curando a las compañeras enfermas, a las 4 de la mañana del 17 de abril, a los cuarenta y tres años, murió contagiada Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana. En este mes, que se debería conmemorar su aniversario, retomo un viejo libro donde se encuentran sus liras y bajo la 211 “QUE EXPRESAN SENTIMIENTOS DE AUSENTE” me sumerjo en los primeros seis renglones para meditar un buen rato en el significado de sus versos:
Amado dueño mío,
escucha un rato mis cansadas quejas,
pues del viento las fío,
que breve las conduzca a tus orejas,
si no se desvanece el triste acento
como mis esperanzas en el viento.
No dejemos que en este mes de noviembre, los antecedentes de una gran mujer, se desvanezcan. Ahora estaría cumpliendo 360 años; 131,487 días; 3,155,688 horas y tal vez 189,341,280 minutos desde su nacimiento. Pero hagámonos dueños amados de sus poemas, escuchando un rato ésas quejas cansadas sin fiárselas al viento; pero sobre todo, sin conducirlas a nuestros oídos, propongo que no se desvanezcan en un triste acento, como sus ideales esperanzas en el viento y sobre todo… en el tiempo.
Comentarios: jgar.med@gmail.com
Jose_Gabriel_Avila-RiveraJosé Gabriel Ávila-Rivera es médico egresado de la BUAP, especialista en Epidemiología e investigador del Proyecto de Salud Ambiental y Humana, Departamento de Agentes Biológicos, Facultad de Medicina de la BUAP
Publicado originalmente en Saber Sin Fin el 12 de noviembre de 2011