viernes, 17 de abril de 2020

Intelecto sin sabiduría (Artículo)


17 de abril de 2020


El mundo iluminado



El estudio se retribuye en conocimiento. Saber más es el principal motivo por el que un individuo dedica su tiempo a la lectura y a la experimentación. El aprendizaje nutre al ser. Sin embargo, y al igual que la alimentación física, el desarrollo cognoscitivo debe de ser equilibrado, pues la ciencia sin virtud crea tiranos; y la virtud sin ciencia hace tontos. La educación es el punto medio de ambos polos, mas debemos reconocer que ésta sigue siendo, como en los tiempos antiguos, un lujo que pocos pueden alcanzar, y no porque la situación económica medie entre el neófito y sus ansias por saber, sino porque es el poder el resplandor que más espíritus imberbes seduce. Terrible situación es cuando estas mentes cegadas por el dinero han hecho del conocimiento no una trinchera para defender a la libertad, sino un pozo en el que se ahogan en el agua de su miseria. En este sentido, la educación, el saber, el estudio, la inteligencia, en pocas palabras, puede convertirse en uno de los más grandes males del mundo.

            En “La invención retórica”, Cicerón (imperio latino, siglo I a. C.) medita en torno a los vicios y virtudes de la elocuencia. Él destaca las ventajas de estar instruidos en la oratoria y la filosofía, pero al mismo tiempo es consciente de los peligros que pueden suscitarse si estos conocimientos están depositados en espíritus inmorales: «Muchas veces me he preguntado si la facilidad de palabra y el excesivo estudio de la elocuencia no han causado mayores males que bienes a hombres y a ciudades. En efecto, cuando considero los desastres sufridos por nuestra república y repaso las desgracias acaecidas en otros tiempos a los más poderosos estados, compruebo que una parte considerable de estos daños ha sido causada por hombres de la más grande elocuencia […] Así, tras largas reflexiones, el análisis me ha llevado a concluir que la sabiduría sin elocuencia es poco útil para los estados, pero que la elocuencia sin sabiduría es casi siempre perjudicial y nunca resulta útil».

            ¿No son, acaso, estos los mismos síntomas de nuestra sociedad actual? No hemos cambiado en nada y son pocas las diferencias que tenemos respecto a la vida vulgar de la gran república romana, pues ¿acaso no recordamos a nuestra degrada clase política y social cuando leemos a Cicerón quien, junto con Séneca, han sido los hombres más sabios de la antigüedad latina? Y qué paradójico resulta que tanto a Séneca como a Cicerón los fulminó el estado, pues mientras que al primero lo obligaron a suicidarse, al segundo lo degollaron; qué es lo que los emperadores temían de estos filósofos, sencillamente su palabra, pues, como dice Cicerón, es gracias a la palabra que se fundan las más bellas ciudades y se derrumban los más vergonzosos regímenes.

            Sobre la utilidad de la elocuencia, dice: « Hubo un tiempo, en efecto, en el que los hombres erraban por los campos como animales y solían arreglar casi todo mediante el uso de la fuerza; no existía aún el culto a los dioses; nada regulaba las relaciones entre los hombres. Así, por error e ignorancia, la pasión ciega e incontrolada que domina el alma satisfacía sus deseos abusando de su perniciosa compañera, la fuerza física. Entonces un hombre, sin duda superior y sabio, descubrió las cualidades que existían en los hombres y su disposición para desarrollarlas mediante la instrucción. Dotado de un talento excepcional, congregó a los hombres y les indujo a realizar actividades útiles y dignas; al principio, se resistieron, pero luego le escucharon con un entusiasmo cada vez mayor gracias a su sabiduría y elocuencia.»

            Es por la instrucción que llegamos a la virtud despojándonos de la pasión que somete al alma. ¿Pero si el hombre ya había alcanzado un nivel ideal de desarrollo por qué se corrompió? Cicerón dice que al descubrir el hombre que la elocuencia podía amistarse con la mentira no dudó en usarla para sus propios intereses, y así, la palabra, que suponía debía ser el vehículo de emancipación de nuestro estado de imperfección, terminó por llenar las bocas de los más diestros, inaugurando una nueva esclavitud que no pone sus grilletes en las manos de sus sometidos, sino sus dulces y efímeras palabras en los corazones de los esperanzados.


Miguel Ángel Martínez Barradas, académicamente tiene estudios de posgrado en literatura. Profesionalmente se ha dedicado al periodismo, a la edición de textos y a la docencia. Como creador tiene publicaciones en poesía y fotografía. En cuanto a sus intereses investigativos, estos se centran en la literatura y filosofía grecolatinas; el Siglo de Oro español; el hermetismo; y la poesía hispanoamericana.