3 de enero de 2020
En alegre verbena, se encontraban los ilustres don Jeremías Pelayo, el don se lo ganó por ser el de mayor edad, de oficio curtidor de pieles; Anastasio Bracamontes, tahonero de profesión; Julio Rentería, dedicado al trabajo de herrería; Juvenal González, experimentado locero en barro negro; Gregorio Morales “el Goyo” tablajero en “La Divina Carne”; Modesta Aguirre, dedicada a zurcir ropa; Anatolio Pastrana, maestro en vidrio soplado.
Sentados en sillas de madera, en círculo, en el amplio patio de la vecindad, bajo la luz del ocote incrustado en varias botellas de vidrio, frotándose las manos al calor del bracero en el que doña Remeditos calentaba unas buenas gordas untadas con frijoles bien machacaditos y la olla del aromático café, estaban reunidos los artesanos y oficiosos del barrio. El tema a tratar, los Santos Reyes Magos.
Era a finales de la década de los años cincuenta, la televisión comenzaba su lenta pero destructora y enajenante tarea; comerciales en la época decembrina anunciaban la llegada de los Reyes Magos y junto con ellos los ansiados regalos para los niños.
Bicicletas, triciclos, muñecas, patín del diablo, balones, ropa, los primeros súper mercados, muñecos, patines y muchos juguetes más eran anunciados en los almacenes de la época. En la calle se agolpaban las personas con sus hijos, para que a través de la vidriera, éstos pudieran escoger qué juguete encargar a los Reyes Magos.
También era ocasión para que los niños de los barrios acudieran a ver los juguetes y soñar con el día de Reyes.
De chamaco, uno se veía subido en esa bicicleta o cargando la muñeca rubia de ojos azules. Ah soñar “no cuesta nada”.
En la víspera del seis de enero, en el zapato depositábamos la carta: “queridos santos reyes magos, les pido un…….”. Al despertar de madrugada y no encontrar los juguetes que con tanto anhelo se pedían en esas cartas que nunca llegaban a sus destinatarios, sólo quedaba apresurarse y jalar a los hermanitos para llegar al parque a ver a los niños de las colonias jugar con las muñecas y balones que les habían traído “sus santos reyes magos”. Al parecer, eran diferentes reyes magos, a esos si les daba tiempo llegar con los juguetes. A los otros no, a nuestros reyes magos no, pues siempre se les cansaba el camello, o el elefante ya no había podido caminar, o de plano el caballo se tiraba por lo cansado del viaje; ¿cómo no creerlo? si en el barrio y sus vecindades cada familia tenía hasta doce o catorce hijos, entonces uno pensaba que era una joda para los pobres animales y por eso no llegaban.
Se te iban los ojos al ver a los chamacos en su bicicleta, por lo menos querías tocarla, y si te acomedías los andabas siguiendo corriendo detrás de ellos, como cuidando que no se fueran a caer. Mocosos pendejos, a la primera caída se ponían a llorar. Otros de plano, el mero día se chingaban los juguetes. Les valía madre.
Bueno, don Jeremías Pelayo y los demás artesanos y oficiosos del barrio se reunieron para decidir que cada uno, de acuerdo a su oficio, cooperara en la elaboración de los juguetes que los Santos Reyes Magos debían llevar a los niños del barrio. Así, la seño Modesta Aguirre se convirtió en cocedora de milagros al elaborar las muñecas más hermosas; Anatolio Pastrana transformó el vidrio en las mejores canicas: ojos de gato, agüitas de diferentes colores, tiritos, mundos y todas las canicas que aguantaban el resto del año.
Recuerdo que también hubo desayuno, Anastasio Bracamontes elaboró las más ricas roscas de reyes, aunque solo nos tocaba una rebanada, pues como les decía éramos un chingo de escuincles jodidos y descalzos. Gregorio Morales “el Goyo” desde una semana antes fue refrigerando la carne que le sobraba de los kilos que vendía de a setecientos cincuenta gramos y que Remeditos aprovechó para hacer y regalarnos, hasta donde alcanzaron, unos buenos tacos con nuestro jarro de café.
El curtidor de pieles se encargó de las primeras mochilas de pura baqueta, que aguantaban todo lo que se les cargaba. Hubo reyes magos que aprovecharon el trabajo de don Porfirio, el zapatero remendón, que revivió las viejas chanclas dejándolas bien ensueladas y lustradas.
A partir del año siguiente ningún niño se quedó sin reyes magos, pues los artesanos y maestros de oficios, nos enseñaron a elaborar nuestros propios juguetes: papalotes multicolores; trompos y baleros de madera que trabajábamos en la carpintería de don Elías o la cuerda para saltar, pero sobre todo, el ingenio para inventar los juegos que se nos ocurrieran.
Curtidores de piel, herreros, tablajeros, tahoneros, carpinteros, pintores, vidrieros, loceros, afiladores y muchos otros oficios, fue el regalo que con tanto amor nos dejaron nuestros queridos Reyes Magos.