La Historia Jamás Contada -
Una de las costumbres más arraigadas entre la clase política
es la de “reformar la Educación”, empresa poco menos que quimérica, pero cuyo
improbable éxito garantizaría a la camarilla que lo consiguiera, ser
virtualmente inamovible, pues para una población con una forma ÚNICA de pensar,
coincidente además con la de aquélla, cualquier capricho u ocurrencia gubernamental
tendría el sello de lo verosímil o posible, por disparatado que resulte desde
una perspectiva estrictamente racional.
Por eso el empeño en realizarla por cualquier medio y lo más
pronto posible, sin cuidar las formas y menos aún los fundamentos, tanto
filosóficos como técnicos. ¿Qué tiene que ver esto con la Educación propiamente
dicha? ¡Nada, por supuesto! Pues desde el punto de vista del Poder, se trata de
afianzar su hegemonía sobre una sociedad que ya no responde igual a los antiguos
“valores” -la ideología tradicional- sino que los ignora o, peor aún, cuestiona
su legitimidad.
Es la razón de que cada sucesiva “reforma” (¿?) educativa,
por novedosa o revolucionaria que se presente, siempre termina reintroduciendo
algo decididamente anacrónico, incompatible con el Zeitgeist de una sociedad
que lo dejó atrás por disfuncional o contraproducente. Pero… ¿qué hay de la
Educación como tal, la que arroja resultados, independientemente de la
ideología con que venga “cargada”? Es la cuestión de fondo, que trataré de
precisar a continuación.
Cuando alguien se EDUCA, sea por decisión propia o ajena -como
sucede con los menores de edad-, existen objetivos explícitos o sobreentendidos
que se espera alcanzar durante y al término de dicho proceso, lo mismo si es en
general -para la vida, la sociedad, etc.- o especializado en uno o varios
aspectos del vasto quehacer humano. Esto es, se trata de la Educación entendida
como CAPACITACIÓN, siendo éste a la vez el concepto más extendido y concreto,
pues siempre hay manera de constatar si se logra(ro)n o no los objetivos esperados.
Hasta aquí todo permanece dentro del sentido común burocrático,
incluso podría tomarse por el fundamento mismo de las pruebas estandarizadas que suelen
aplicarse -y no de ahora- a los educandos de todo tipo y nivel. Pero también en
este punto termina la semejanza, pues los criterios de evaluación han venido
degenerando en la dirección idealista (filosófica) de no preguntarse más por
las condiciones materiales -instrumentales, históricas- que hacen posible la
concreción final de los objetivos, al principio no otra cosa que (sólo) IDEAS.
Así que aplicar una evaluación parcial o final de los
objetivos conseguidos sin verificar ANTES que el proceso educativo mismo haya
tenido lugar, es bordar en el vacío, vicio de origen de la EXAMINITIS a
ultranza en que se han venido a empantanar la burocracia oficial y las
oficiosas, sean mediáticas, ciudadanas o de otros tipos.
Por eso, antes de proponer y, mucho menos, VOTAR -sobre todo al
vapor- cualquier Reforma Educativa, hay que comenzar por: 1º Afinar los
conceptos básicos; 2º Describir puntualmente el proceso en su lógica, fases y
puntos de decisión. (Para esto resultaría útil un diagrama de flujo.); 3º Establecer
las condiciones materiales necesarias para su existencia y permanencia y, aunque
suene cosificante, 4º Caracterizar sus INSUMOS, pues nada puede salir de la
nada.
Mientras estos –y posiblemente otros- pasos previos no sean
dados, tanto la actual como las sucesivas REFORMAS EDUCATIVAS que vengan, no dejarán de ser los atajos -ilusorios-
por los que cada Gobierno entrante intentará instalarse INDEFINIDAMENTE en el
Poder, como hasta ahora.
Fernando Acosta Reyes (@ferstarey)
es fundador de la Sociedad Investigadora de lo Extraño, músico profesional y estudioso de los comportamientos sociales.
Imagen: definicion.de