Fotografía: Ksa La Tribu
La última vez que vi a Benito Mieses fue en un bar chino por la estación del metro Plaza Venezuela en Caracas. El poeta Luis Enrique Belmonte nos llevó hasta allí para que lo esperáramos hasta que saliera de varias consultas que tenía programada con sus pacientes de psiquiatría. Benito y yo nos quedamos tomando cervezas y comiendo. Hablamos de poetas, poesía y de mi próximo viaje a México. Una china como de unos 20 años nos atendía y nos miraba pícara como diciendo qué hacen estos aquí. La china era especialmente bonita, además se veía que aún tenía la frescura de su ciudad natal, estaba recién llegada a esta ciudad queda pegada/en el hueso y apenas rasguñaba el español como nosotros un idioma chino que no tenía nada que ver, pero con los sonidos y movimientos que yo emitía la china ya sabía que tenía que traer otra ronda. De pronto, aquel juego se convirtió en una pasión, yo la llamaba y ella venía rápida para atendernos con una sonrisa de labios finos que empezaba a convertirse en una relación mercantil de gratos placeres etílicos. Era indudable aquella conexión que Benito, maestro en el amor y otras disciplinas efímeras, tomaba como una broma casual donde por primera vez veía a una china enamorarse de un cliente venezolano. En una de esas, cuando nos trajo dos cervezas, le pasé un lápiz y un papel y le dije cómo se escribía en chino nuestros nombres, ella no sabía cómo traducir el nombre de Benito, pero lo hizo haciendo un gesto de que había quedado más o menos, pero mi nombre lo hizo bien y al final nos explicó que ese era yo, mientras me miraba como si en ese código se revelara el origen un tiempo jamás explorado.
Pasaban las horas y mi hermano Ramón Pimentel, nos había llamado porque también se iba a reunir con nosotros. Al rato entró el poeta Belmonte y se sumó a la conversa, al juego del amor, a entender que la única regla que había en la mesa era que yo pedía las cervezas. Al rato llegó Ramón y la conversa se puso más interesante, cada uno soltando sus penas y glorias de la vida común y de su creación, de los sueños futuros y de la china que no dejaba de pasar por la mesa con una especial intención de la que concluimos como un amor de dos continentes se convertía en poesía.
Cuento esta historia porque la poesía de Benito Mieses se liga por esto que estoy recordando, una poesía que va ligada al hombre de la ciudad, el del tránsito común al que le pasan cosas inesperadas; en esta selección es la ciudad de Caracas como el gran escenario para reflejar a un poeta en búsqueda de la palabra que lo reinventa, versos que se remiten a momentos de angustia, pero también de felicidad, añoranzas y amor por los amigos y por el tiempo, como una fórmula mágica para poder construirse a pesar de que el mundo se esté desmoronando. Mieses tiene la sensibilidad de los leones cuando aman a sus felinas, busca entre los profundo de su ser una conexión con el misterio de los días, así como también le da forma figurada a la razón, de palabras precisa como si estuviera modelando en su conversación una imagen, con la que también dimensiona sus personajes y objetos para luego convertirlos en pinturas.
Para celebrar hoy el día mundial de la poesía, la figura central es la ciudad vista por él, donde recorre sus espacios como si los tuviera en un cartografía personalizada que lleva en cada uno de sus pasos, un humo que asciende, una voz auténtica de la poesía de la calle, de metáforas que nos tocan los dedos como puñales afilados, versos que se nutren en los bares, en las conversaciones, en la música, en las calles, en el paso de las quebradas, en los gatos y en noticias soeces, imaginario que arde en un cigarro o en una pipa, o en el andar de cuando sale de los hospitales después de haber tenido un problema con su cuerpo, ese cuerpo que lo lleva y lo mueve a nuevos abismos, donde termina salvándolo su creación.
Luis Manuel Pimentel
***
Esta ciudad
Esta ciudad, de quebradas y senderos
de esquinas, estatuas y héroes, bares y bohemias
cae sobre nosotros, efervesce nuestra sangre
mientras trasnochados
bebiendo nuestra copa de mal
vagabundeando entre plazas
calles amujeradas
para sonreír de pura contentura
como decía el chino
con nuestra inexorable capacidad de pecar
paseamos
desdibujados
entre calles y aceras
donde el humo asciende
y nuestra palabra la reinventa
más allá, ella cuelga
en la memoria
difunde su esencia
cambia de coordenadas
entre sones y recuerdos.
esta ciudad de habla particular
de metáforas callejeras
de historias y jirones de historias
de ríos con malos modales
(no es verdad William Osuna)
no respeta la academia
se nutre de la rumba
de los humos
de las cañas
de los cuentos
del rumor del río humano
de garcitas y detritus gatos y mendigos
esta ciudad cuadricula los misterios
arde en los sexos matinales
brama en noches callejeras
se lamenta palpitando
entre las sienes
se fuma y se piensa
se sufre en el tránsito
se goza entre trompetas y timbales.
Camino recuerdo
y ya mi ciudad desaparece
para quedar fijada
en las palabras
las vivencias
los amigos
que desandan como gatos
en la noche
por el callejón por la avenida
por las trochas oscuras
que amparan el pecado
de sentir y sufrir el cuerpo
con sus goces
con sus vicios.
Esta ciudad queda pegada
en el hueso
en las palabras
que poco a poco se esparcen
en la página
“con gente nueva y vidas viejas”
esta ciudad nos acoge a todos
templa la voz, anima el vértigo
crece desordenadamente en nosotros
nuestra selva de concreto
altar de goce y sacrificio
sus astillas saltan en la boca
se rebelan se revelan
forman laberintos
ecos libertarios
y suena el claxon el saxo
el pregón
arpas y chimbangueles
suena el grito las sirenas
suena música en el habla
de nuestra babel cotidiana
suena el corazón
ese algo que late a la izquierda
y se pliega se confunde
con el corazón de mi ciudad
que clama, baila y grita.
*****
Una ciudad se dice
en sus callejones
en sus intersticios
gato y nómada
dan nombre a la calle
una mano deja un signo
un grito gráfico en la pared
para que el olvido no la trague
y es objetivo el objeto
donde traza su figura.
Hablo de gatos en basureros
sin arenas, ni tías ricas,
ni visiones filantrópicas
sino maullando, cazando soledad,
a gritos sus ardores
un gato “gato”
que pendula entre la luna
y la cornisa
escarbando en el detritus
el manjar que lo alimenta
y se mece como un príncipe nocturno
errante y elegante
entre desperdicios y orinadas.
Siempre escoge la mano
que lo acaricia
y huye desconfiado de otros pasos.
Muchas noches
nuestras miradas
se cruzan
y juntos
le cantamos a la luna.
***
a Jorge y Raymar, en tardes de ciudad.
Escucho a Norah Jones
y los ecos establecen las moradas
que Lady Day y el “Pájaro” Parker
abrieron hace tiempo
para permitirme ver la ciudad
como un regalo.
Vuelvo a los tonos, los arpegios
la voz que la soledad reclama
la tarde se llena de sonidos
trenes, lejanías,
cuartos de viejos hoteles
a orilla de carretera.
Vago sin cesar por mi cabeza
por los mundos
que mi mente habita,
escuchando a Norah Jones
y ver girar la tierra
en mi sillón.
***
Despierto aún
entre palabras que no amortiguan
el hundimiento
en la noche moradora
entregado a una lectura
de noticias de un absurdo
mundo en decadencia
disponiéndome a garabatear
borronear
los despojos de palabras
demasiado conocidas
para exprimir de ellas su silencio
busco la esencia
que constituye la armadura
de esta carne
el andamio
que sostiene la palabra
y busca conocer
desde esta ignorancia
fundamental
***
Demasiado predecible
otro día tan igual a otro día
con la voz que recita titulares
demasiado predecibles
que nunca darán los buenos días.
Demasiado predecible
la dosis de tormento
o la pertinaz estupidez
del comportamiento cotidiano
entre predecibles llamados
al consumo de productos y servicios
excelentes para una vida
demasiado predecible
y la misma tiranía de las ondas hertzianas
donde se da una hora y otra hora y otra
tan iguales en un sonsonete
de tiempo detenido
de aburrimiento infinito
y este ver tan lejos los sueños
cada vez más postergados
y el mundo gira gira gira
sobre el mismo eje
la misma vuelta
como la mía en la cama
atormentado ya antes
de despertar.
***
Hora de saltar a la calle
a dar la cara a la fresca brisa
a la contemplación del movimiento
cadencioso de los cuerpos
a la prisa en los ojos que no se ven
el calor del sol de este trópico
y el rumor, el movimiento
nada predecible
de una realidad
llena de sorpresas
que sigue su rumbo
por el maravilloso caos
que nos ofrece
el misterio.
***
¿Quién va al borde de la acera mascullando?
¿Qué rebota entre la calle y la pared?
Pasos que se borran devorados
por el tiempo y por la noche.
Sonido elitroso el del grillo
que bordea el camino
clandestino habitante de grietas y junturas
acompaña un andar
que lleva el tiempo grabado en las pupilas.
Corta la luz los ojos
y extrañado te levantas
de una nómada casa
allí en la acera
llevas las cicatrices de la noche
lacerante
esquivando los golpes
con la finta.
***
Benito Mieses, Pintor, poeta, diseñador gráfico. Ha publicado el poemario Trece (Ediciones Leña, 1982), Nuevas voces (CELARG, 1992), Nombrarse con las cosas (Ediciones Mucuglifo, 1995) Alfredo, las noches y las calles (Taller Editorial Círculo Rojo, 2001). Por los caminos de Charles Bukowski, traducción (2003), Oscuro rumor (2004). Destruido más no derrotado (2015). Obtuvo premio en el XI Salón Caribe. Museo Arte de Coro, MACSI. 1997, I Salón “Luisa M de Schirripa”, Coro, 1998. A decir de Daniela Saiman “Benito Mieses es pintor sin duda alguna y poeta irreverente, aunque se sonría con picardía y se sepa de todas partes y de ninguna. Él es un hombre de este país, de todas partes, aunque nació en Maracaibo, en el estado Zulia, en 1958. Entre otras cosas, es traductor, economista, diseñador gráfico y un porfiado caminante que anda buscando las palabras en todos los rincones”.