- La Historia Jamás Contada -
Durante la pasada campaña presidencial, pletórica de cosas
raras, algunas incluso inexplicables, una que francamente inquietó a muchos
veteranos en estas lides, fue la abierta inclusión del parámetro moral tanto en
las alianzas como las propuestas de la Coalición partidaria que resultaría finalmente ganadora.
¿Cómo pudo tal anacronismo “colarse” en una elección contemporánea, y planteado
nada menos que por un contendiente que contaba con una sólida reputación de “democrático
y progresista” entre la gente?
Sin duda, muchos se sorprendieron al escucharlo, una vez firmado
el acuerdo por el que se constituyó la Coalición de marras, hablar, casi al
final de su alocución, centrada en su conveniencia para las inminentes Elecciones,
también de valores y el BIENESTAR DEL ALMA (¿?) como motivos de su alianza
específica con un partido religioso, que algunos llegaron a calificar de actitud
“contra natura” tratándose de alguien que se consideraba de “izquierda”.
Ignoro a cuántos seguidores -de los que calibraron sus
consecuencias- llegó a decepcionar este inesperado desliz, aunque, como para todo
lo que habría de suceder en éste y otros aspectos clave, no tardaron en
aparecer diligentes exégetas que lo explicaron de maravilla recurriendo a un artificio
retórico cualquiera, para instar en seguida a los desconfiados a simplemente dejarlo
atrás y permanecer fieles al “histórico” (sic) proyecto en que se habían embarcado.
(Antes de continuar, conviene precisar que por idealismo
filosófico se entiende una manera de pensar que considera a las ideas como entidades
capaces por sí solas de actuar sobre la materia o, en este caso particular, los
actos individuales o sociales de los humanos. Viéndolo de esta manera, bastaría
con inculcar o tal vez sólo expresar las ideas apropiadas a los individuos,
para que éstos actuaran correctamente. Por desgracia no es así ni mucho menos.
¿Se imaginan cuán fácil sería entonces erradicar de la sociedad tanto
comportamiento indeseable si, con tan sólo “leerle la cartilla” -de Alfonso
Reyes, por ejemplo- a un delincuente, pecador o lo que fuese, éste se convirtiese
inmediatamente en un ciudadano modelo?)
No, la Moral siempre termina refiriéndose al comportamiento
que un Poderoso -por cualquier motivo- exige de un subordinado, como lo entendí
tras leer el canónico IL PRINCIPE, de Niccolò Machiavelli, hace muchos años: una de mis
primeras lecturas políticas. Por eso, incluir la Moral en un programa de
Gobierno es anticipar a los gobernados que el (nuevo) Príncipe intentará llegar
más allá de lo que le corresponde según el nivel histórico alcanzado por la
Sociedad concreta de que se trate. (Y la Religión, como con aguda lucidez me la
definió un pariente hace alrededor de 35 años, no es más que “la Moral + la
creencia en Dios”.)
Menuda sorpresa nos llevaríamos después al enterarnos de que
también habría una CONSTITUCIÓN MORAL -Are you kidding, Andy?-, cuya Comisión redactora,
constituida por algunos Notables, ya había sido nombrada. (Aunque, a últimas
fechas, y seguramente para darle cierto barniz de legitimidad, se abrió un
plazo para que todos los interesados puedan presentar libremente sus proyectos,
sujetos éstos a ciertas condiciones.)
Por ello, y a guisa de ilustración, no está de más echar un
vistazo a un experimento “ético-normativo” -¿así se dice?- semejante realizado
el lejano año de… ¡1823! en el entonces joven Estado de Chile, conocido bajo el
sugerente nombre de CONSTITUCIÓN MORALISTA.
Imagen: coyunturapolitica.wordpress.com