- La Historia Jamás Contada -
El 15 de septiembre es la noche mexicana por antonomasia,
con sus celebrantes convencidos de refrendar su nacionalidad vistiéndose de
charros o de chinas y oyendo la música apropiada: no otra que la popularizada
por las películas de la “Época de Oro” y la radiodifusión privada de entonces.
Una visión demasiado estrecha de nuestro País y su -en ellas inexistente- DIVERSIDAD CULTURAL, calcada
de las producciones “étnicas” hollywoodenses de la década anterior, cuyo
objetivo era entretener sin problematizar innecesariamente al público del país
vecino mediante la exposición de toda clase de vestidos, costumbres e historias exóticas. Al fin que nadie se iba a quejar… allá.
Si todo hubiera quedado en eso, no habría pasado de otra de
tantas modas cinematográficas o musicales, pero no: tenía que oficializarse,
limitando drásticamente no sólo la AUTOCONCIENCIA de los habitantes nativos
sino sus posibilidades de evolucionar como sociedad siguiendo su propia y
contradictoria dinámica interna.
Por el contrario,
fijó personajes y comportamientos, de modo que todo “buen mexicano” (¿?) quería ser
exactamente como el protagonista arquetípico de aquellas producciones, esto es,
“el muchacho chicho de la película gacha”. (“Chorros de churros de charros”,
declamaría sarcásticamente décadas después un cómico de la televisión estatal.)
Del medio del espectáculo o entretenimiento de masas pasó
directamente a la Educación pública, con los docentes dilapidando su tiempo de
enseñanza y el usualmente exiguo presupuesto de los padres de sus alumnos
montando estas “mexicanísimas” producciones, en una insana competencia entre
sí, al grado de que en el medio provinciano, la calidad de un maestro se medía
por la cantidad de “bailables” que ponía y no por el desarrollo intelectual,
cultural o cívico que alcanzaran quienes tenía bajo su cuidado.
Como era de esperarse, las contradicciones entre esta visión estática y, en
cierto sentido también, extática de la sociedad, sus costumbres y valores
-estéticos, morales, ciudadanos- e ideología en general, y la sociedad real se
multiplicaban, llegando a provocar desencuentros, crisis y hasta rupturas entre
individuos o grupos de distinta procedencia socioeconómica, cultural o, especialmente,
GENERACIONAL a medida que el País se urbanizaba e industrializaba.
Y hubo varias de éstas que desembocaron en culturas
marginales o incluso contraculturas declaradas, que los afectados, los
beneficiarios del statu quo, trataron de neutralizar mediante… ¡más
producciones de este tipo! (Recuerdo la historia gráfica que publicó Alberto
Isaac a toda plana en un diario sobre el infame cine “juvenil” (¿?) de los años
’60, en el cual venerables personajes “de los de (el cine de) antes”
moralizaban a los MODERNOS, descarriados y hasta perversos jóvenes de la época
logrando finalmente reconducirlos al Bien. Como lo mostraba con toda claridad
el autor, el tal cine de juvenil no tenía más que el nombre.)
Así que la farsa -en sentido teatral- que nos unificaría a
todos los mexicanos del presente y el porvenir en un permanente y abigarrado
cuanto idílico y bucólico –nótese el sarcasmo- cuadro de costumbres “rancheras”
(de película), no tiene más existencia real que la efímera de una NOCHE MEXICANA
en la que podemos echar todo el relajo que queramos. (Como por otra parte podríamos
hacerlo también con cualquier otro pretexto no tan “patriótico”.)
El aspecto serio es que la sistemática CENSURA por parte del Estado y su aparato ideológico, de
cuanta expresión cultural emergente no se aviniera al modelo oficial, nos dejó
sin alternativas reconocibles para nuestra vida personal y colectiva, con el
riesgo de recaer en esa misma IDENTIDAD NACIONAL de pacotilla que tanto nos
limitó en el pasado...
Es el RETO cultural que enfrentamos ahora.
Fernando Acosta Reyes (@ferstarey)
es fundador de la Sociedad Investigadora de lo Extraño (SIDLE), músico
profesional y estudioso de los comportamientos sociales.
Imagen: obardotrinta.blogspot.com