- La Historia Jamás Contada -
Todos quienes en algún momento sentimos que el DESCALCISMO –esto es, estar habitualmente descalzos- era, por razones aún no bien definidas, una parte importante y hasta necesaria para vivir en plenitud, comenzamos por tratar de justificar, en primer lugar ante nosotros mismos, este deseo que a muchos les resultará insensato, pero cuya satisfacción hace la diferencia al menos para quienes sentimos este “llamado interno”.
Solemos acudir entonces a alguna argumentación ya conocida –hay toda una variedad de ellas- o bien elaboramos una propia que nos permita establecer un primer COMPROMISO con la decisión que, por supuesto, ya hemos tomado. (Como es propio del ámbito volitivo, toda manifestación, así sea subjetiva, tiene detrás un largo proceso de elaboración más o menos consciente.)
En mi caso fue el Naturismo, por lo que se refiere a la autodisciplina, aunque sin duda la llegada a estas tierras del Movimiento hippie nos proporcionó a muchos -y, sobre todo, a muchas, pues eran entonces las jóvenes quienes tomaban la iniciativa- el contexto cultural adecuado para, ¿por qué no?, INTENTARLO de una vez, Eran los años 70, cuando aún no había inconveniente en mostrar la descalcez en los medios, sobre todo en el Cine. (Luego vino una virtual CENSURA -¡sí!- que no acaba de disiparse.)
Siguió una época de latencia –socialmente hablando- en que sólo por excepción se andaba descalzo en público, desarrollándose ¿espontáneamente? una ideología anti-barefooting que “forzaba” a la mayoría de deseosos de botar los zapatos a ser, si no descalzos de closet, cuando menos a darse este gusto sólo en PRIVADO.
Ahora mismo, cuando el descalcismo comienza en los hechos a expresarse nuevamente como un fenómeno (social) visible, no deja de llamar la atención que una buena cantidad de sus practicantes, lejos de simplemente “adueñarse” de su entorno e ir y venir libremente por él, como lo haría cualquier otra persona, institucionalizando así su presencia en la sociedad, tiendan a limitar su auténtica “expresión de sí mismos” a sus fellow barefooters, demarcando sutil pero tajantemente su pertenencia a una MINORÍA, creando una especie de ghetto virtual.
No es ni debiera ser el caso, pues (auto)definirse como tal es invitar a potenciales prohibicionistas –por neurosis, decoro o lo que sea- a ir más allá y tratar de oficializar su recelo, de modo que ya no sea posible mostrar los pies desnudos en público sin consecuencias “legales” como, por delirante que parezca, sucedió hace poco en Burien, en el estado de Washington (Estados Unidos), donde una persona que ingrese descalza a un edificio público -oficina, biblioteca, etc.- puede ser acusada de trespassing –allanamiento- con la consiguiente multa y hasta prisión si “reincide” (¡!).
No es de desestimar la dimensión política que actos tan inocentes como andar descalzo y otros que no causan daño a nadie, pueden alcanzar en un contexto (macro)social. Por eso debemos encauzar su práctica tanto individual como colectiva de modo que resulte cómoda y liberadora para TODOS. Es la mejor garantía contra la arbitrariedad de gobernantes o particulares aprensivos.
Y la mejor manera de hacerlo, creo yo, es NATURALIZÁNDOLA, integrándola por completo a la vida social de todos los días.
Fernando Acosta Reyes (@ferstarey) es fundador de la Sociedad Investigadora de lo Extraño (SIDLE), músico profesional y estudioso de los comportamientos sociales.
Imagen: susurrosdeluz.com