Es sabido que, además de la dimensión estética, el poema puede llegar a poseer una dimensión sapiencial.
Harold Bloom, en su libro “Dónde se encuentra la sabiduría” (Taurus, 2004) plantea que el esplendor estético, la fuerza intelectual y la sabiduría son los atributos del verdadero poema.
A estos tres tal vez debería agregarse el llamado “viaje del autoconocimiento”, o tal vez no porque estaría dentro del tercero: “sabiduría”.
Bloom piensa que las obras literarias de excelencia nos permiten aprender sobre el hombre, sobre su composición ontológica íntima más profunda.
Su tesis es que el pensamiento religioso y moral proviene de la tradición hebreo-cristiana-islámica, y, por otra parte, el conocimiento y la estética, de la tradición griega.
El profesor Bloom propone que en el poema excelente la dicotomía razón-espiritualidad se resuelve en una síntesis virtuosa de la siguiente manera: esplendor estético (poema) = fuerza intelectual (tradición griega) + sabiduría (tradición hebreo-cristiana-islámica).
“Leemos porque tenemos sed de sabiduría para descifrar el sentido de nuestra vida”. La anterior es la divisa de Bloom en “Donde se encuentra la sabiduría”, que por cierto ya está presente en su libro “El Canon Occidental” (1994).
Aquí es necesario anotar que en el año 2006, Harold Bloom publicó el libro “Antología de Poemas Religiosos de los EEUU”. En este libro, la inspiración, el consuelo, la meditación y la búsqueda de la trascendencia constituyen los elementos de los poemas compilados y estudiados.
La expresión íntima de la vida espiritual del hombre, la expresión poética de su vida religiosa, poseen una alta dignidad para Bloom.
Lamentablemente, la circunstancia mexicana es distinta, contaminada como está por un jacobinismo zafio y un falso laicismo, la dimensión religiosa de la poesía es ignorada por la academia.
No abundaré en este asunto de hipocresía social, porque hoy mi intención es otra: preguntarme si mi búsqueda de la sabiduría en el poema no ha sido un largo viaje circular que finalmente me ha conducido a un desconocido punto de partida.
Me explico: “como todos, yo vine a llevarme la vida por delante” y en mis desordenados estudios literarios me ocupé solamente del canon occidental y sus márgenes, sin parar mientes en la poesía prehispánica, así llamada de forma despreciativa por los profesores eurocéntricos.
¿Y si la sabiduría, y si la verdad, no estuvieran, para mí, en el Eclesiastés, ni en los Proverbios, ni en Job, ni en los evangelios canónicos, ni en el Evangelio gnóstico de Tomás [“Jesús dijo: no olvides que sólo estás de paso, que duras poco”.], ni en Séneca, ni en Marco Aurelio, ni en Epicteto, ni en Boecio?
¿Y si Nezahualcóyotl fuera la sabiduría y la verdad?
¿Y si en la poesía de Nezahualcóyotl estuviera la fuente de la felicidad?
José Luis Martínez, en su libro dedicado al poeta nahua, escribe: “Al salir el sol del 28 de abril de 1402, que entonces se llamada “Ce mázatl” o “Uno Venado”, del año “Ce tochtli” o “Uno Conejo”, nació en Tezcoco, capital del señorío de Acolhuacan, situada al noreste del valle de México y al borde del gran lago, el príncipe Acolmiztli Nezahualcóyotl…”
Leamos ahora el siguiente texto de Nezahualcóyotl y tengamos en mente el versículo del Evangelio gnóstico de Tomás. Saltarán a la vista las conciencias del cambio y la finitud, y el tópico del “carpe diem”.
“Nos iremos, ay, ¡gocemos entonces! | Lo digo yo, Nezahualcóyotl | ¿Es que acaso se vive de verdad en la tierra? | ¡No para siempre en la tierra, sólo un breve tiempo vivimos aquí! | Aunque sea jade, se quiebra; | Aunque sea oro, se rompe; | Y aun el plumaje del quetzal se rasga. | ¡No para siempre en la tierra, sólo un breve tiempo vivimos aquí!”
Hermano lector, nada hay que sea más ajeno a nosotros, por imperdonable negligencia, que el esplendor estético de la poesía de Nezahualcóyotl.
Roberto Martínez Garcilazo