Freud nació el 6 de mayo de 1856, Freiberg, Moravia (hoy República Checa), estudió Medicina y se interesó en los desórdenes mentales, en particular la histeria y la neurosis; respecto a la primera, debe señalarse que es un término poco afortunado porque proviene de “útero”, de manera que se supone que es un trastorno exclusivo de las mujeres por desórdenes en ese órgano reproductor.
Regresando a Sigmund Freud, a finales del siglo XIX y principios del XX tuvo una actividad científica notable, aplicó la técnica de asociación libre consistente en pedir al paciente que exprese libremente sus ideas, sin tratar de reprimirlas o guiarlas, para dejar que emerjan los pensamientos inconscientes que, en su opinión, son las verdaderas motivaciones de nuestra conducta; para facilitar este proceso invitaba al paciente a recostarse cómodamente en un diván y él se sentaba fuera de su vista para evitar que se sintiera cohibido. Mientras el paciente hablaba libremente, él tomaba nota de los comentarios recurrentes y/o relevantes del paciente, que luego de cuidadoso análisis eran interpretados por Freud, para finalmente ser expuestos al paciente, mismo que al identificarlos como el origen de sus trastornos los podría superar con ayuda del terapeuta.
Durante las sesiones terapéuticas y sobre todo mientras pensaba una y otra vez en sus modelos y teorías, Freud –a pesar que ya se sabía la relación entre tabaquismo y cáncer- solía fumar puro, pipa y a veces cigarrillos, lo que le provocó una lesión bucal a la que no le dio importancia (en términos psicoanalíticos podríamos decir que aplicó el mecanismo de defensa de la Negación, descubierto y ampliamente detallado por él mismo) de manera que a los 66 años había avanzado tanto que no tuvo más remedio que consultarlo con un amigo internista (Félix Deutch) a quien previno: “Te debes preparar para ver algo que no te gustará”. El Dr. Deutch, no sabemos si por desconocimiento o para minimizar el impacto del terrible diagnóstico, dijo a Freud que se trataba de una leucoplasia (lesión blanca no maligna) y recomendó una cirugía. Pocos meses después Freud se internó para ser operado sin notificar a sus familiares, y sólo debido a la hemorragia y fuertes dolores de esta primera cirugía le informaron a su esposa y a su hija Anna. Como complemento al tratamiento quirúrgico, Freud fue sometido a radioterapia que, a decir de sus biógrafos, le causaba muchas molestias.
Ese mismo año, al regresar de un viaje a Italia, Freud tuvo una intensa hemorragia que reveló la triste realidad: el tumor no había sido extirpado en su totalidad, por lo que tuvo que ser nuevamente intervenido, hasta hacer un total de cerca de 25 cirugías en el transcurso de los siguientes 16 años. Esta segunda cirugía tuvo que ser radical, por lo que se eliminó una importante porción del maxilar superior, parte de la apófisis coronoides y la rama interna de la mandíbula. Para poder comer y seguir trabajando, le fue confeccionada una prótesis maxilar a la que él apodó “El Monstruo” por las dificultades para colocarla y las molestias que le ocasionaba. Esta prótesis fue cambiada muchas veces por distintos dentistas.
A pesar de todo, Freud continuó fumando y en 1938 se le detectó cáncer bucal en sitios que eran inoperables en esa época; los dolores eran cada vez más intensos y sólo se mitigaban parcialmente con opio. Las cosas se complicaron y en 1938 (ya en el exilio) el tumor contribuyó a la formación de gangrena en el lado derecho de la cara, por lo que además de los intensos dolores, tuvo que soportar un olor nauseabundo que impedía cualquier visita.
Totalmente deteriorado en su salud y agotado emocionalmente, tuvo la fuerza de pedirle a un médico amigo que le ayudara a morir; así el 22 de septiembre, el Dr. Schur le administró una dosis de morfina con la cual Freud se sintió aliviado y entró en un sueño del que ya no regresaría. Murió el 23 de septiembre de 1939 a la edad de 83 años.