domingo, 10 de diciembre de 2017

Superar desde el silencio la parcialidad de lo que defendemos (Artículo)


“Nuestra vida transcurre defendiendo parcialidades
que nos reducen a la esclavitud”.
Abel Pérez Rojas.
Cuando defendemos fervientemente lo que creemos nos privamos de la posibilidad de ver que la posición que asumimos parte de una aprehensión parcial de la realidad; esto nos ocasiona conflictos en nuestras relaciones con los demás y nos priva de la posibilidad de vivir con mayor libertad. Desde el silencio podemos superarlo.

Parece obvio que nunca vamos a saber y conocer todo, ni tampoco a profundidad, pero lo que no es tan evidente es que eso mismo nos debería colocar en una condición permanente de apertura y cuestionamiento.

Quienes se percatan de ello y lo hacen una forma de vida, logran dar un gran paso en su proceso de formativo.

Darse cuenta de nuestras posturas recurrentes en los ámbitos emocionales, psicológicos y de cosmovisión, nos permite convivir mejor con quienes nos rodean e incorporar a nuestro ser cualidades altamente valuadas en los entornos cambiantes y en la escala clave que los expertos han identificado de las personas felices.

Pero, ¿cómo incorporar a nuestra forma de ser ese “chip” para superar la parcialidad?

Para responder dicha pregunta podríamos conformarnos con asumir una postura intelectual y psicológica de constante cuestionamiento. De poner en tela de juicio todo y objetar lo que inmediatamente damos por hecho.

Es decir, una disciplina que sólo se adquiere poniéndola en práctica, dando los primeros pasos y siguiéndolos con el paso del tiempo.

En mi experiencia hay una condición más profunda que deberíamos tener en cuenta.

No nos percatamos de la parcialidad de nuestra visión debido a que estamos sumergidos en el ajetreo diario, en el vaivén de la cotidianidad y agobiados por un sistema voraz que nos tiene atados a ansiedades, a limitaciones, a miedos y a condicionamientos de todo tipo.

La práctica del silencio y la meditación es una vía que nos permite aislarnos de todo ello y colocarnos en un estado que está más allá de la refriega habitual.

Colocarse en ese estado nos permite percatarnos que nuestro ego y los mecanismos sociales de manipulación nos llevan a defender lo indefendible, a ver que asumimos situaciones y condiciones propias de la esclavitud.

A eso se debe que lo obvio de que no podemos saber ni conocer todo a profundidad pasa frente a nosotros sin que lo hagamos nuestro.

La apertura y comprensión de nuestro estado y de la situación de nuestro entorno no puede sólo provenir del ámbito emocional, psicológico, histórico o socioeconómico; tenemos que ir más allá, tenemos que acudir a mayor profundidad.

Esa profundidad a la que me refiero se sintetiza muy bien en el cuento sufí El Elefante, en el que se dice  que varias personas no se ponían de acuerdo cuando a oscuras tocaban un elefante, y cada uno lo describía de acuerdo a su experiencia, tomando en cuenta que no conocían los elefantes. 
El autor del cuento remata la breve narración: 

“Y así, cada uno de ellos se puso a describirlo a su manera. 

“Es lástima que no hubieran tenido una vela para ponerse de acuerdo”.

La “vela” y la “luz de la vela” nos remontan a la alegoría de La Caverna de Platón y a los niveles de apropiación de la realidad y de conciencia.

Los niveles profundos de conciencia surgen del silencio, de la observación profunda –al menos así lo indican diversos estudios de todo tipo-, de aquel estado que está más allá del deseo de imponer y hacer valer nuestra particular forma de ver las cosas, y de los mecanismos de control que hacen funcionar el sistema en el que vivimos.

Vale la pena darse una oportunidad. Vale la pena vivirlo. ¿O no?

Abel Pérez Rojas(@abelpr5) es escritor y educador permanente.