sábado, 9 de diciembre de 2017

La rebelión sensual del descalcismo



- La Historia Jamás Contada -

Andar descalzo, una vez dejados atrás los prejuicios y desaparecida la aprensión que provoca al principio el extraño pudor creado a su alrededor los pasados 35 años, además de sus ventajas inmediatas de comodidad, frescura e incluso relax, tiene el notable efecto de MEJORAR la perspectiva que del mundo y la gente tiene quien lo hace.

Es una sensación reportada continuamente por los que apenas se inician en esta práctica, no sólo ahora, sino en cualquier época que el calzado ha dejado de ser una opción del vestido para convertirse en una virtual obligación de la vida social, haciendo del comportamiento contrario un auténtico objeto del deseo: prohibido pero absolutamente necesario para la paz interior.

Aparte de esta obvia conexión con la parte esotérica del individuo, la percepción reforzada de su ser en el Mundo (Heidegger), es también una puerta a la SENSUALIDAD, que ya en los primeros ’80, como resultado de mis reflexiones sobre la relación entre sexualidad, cuerpo y sociedad, definí como: “la conciencia gozosa de los sentidos”, opuesta a la dolorosa que empecinadamente han tratado de imponernos la concepción religiosa dominante y su, todavía en muchos aspectos, “brazo secular”: el Estado, a través de una peculiar moral pública.

Sí, los pies desnudos, como la desnudez –total o parcial- en general, traen BIENESTAR al alma, aún en el entorno sumamente agresivo de las grandes ciudades. (En un artículo contenido en un curioso librito setentero titulado WITCHCRAFT TODAY se lee, a propósito de una bruja blanca, que: “Renata goes barefoot 10 months of the year in New York.” Pero no sólo en el contexto específico del neopaganismo, sino en todo el campo del misticismo, donde es casi la regla, se observa esta conjunción de sensualidad y esoterismo.)

En cuestiones mucho más exotéricas, de hecho, francamente mundanas, la sensualidad inherente a los pies descalzos está simplemente “a flor de piel”, siendo bien conocido desde la antigüedad su efecto erotizante, tanto del propio sujeto como de los demás: andar descalzo es SEXY.

La sensualidad también es expansiva, como la risa, de modo que tan sólo verla o, incluso, saberla en otro, invita a experimentarla personalmente, en carne propia: ¿cuántos no sentimos envidia de las personas que andaban descalzas… hasta que nos decidimos a ser barefooters? (Hace unos meses, menos de un minuto después de abordar un atiborrado autobús de pasajeros, escuché al conductor explicarle a su perplejo acompañante: “Se siente CHIDO andar descalzo”.)

Sin duda, el mejor aliciente para prescindir del calzado ocasional, temporal o permanentemente, es la sensualidad intrínseca a la experiencia misma, que se refleja y reproduce como en caleidoscopio en las formas más variadas: las propias sensaciones, las reacciones de los otros, la curiosidad de saber qué se siente andar descalzo en determinado lugar o clima, o en ciertas ocasiones, los retos que uno mismo se pone… y así sucesivamente.

Para concluir, nada mejor que el motivo que di a un alborozado beginner que comentó en la presentación de un video suyo en una cordial página dedicada al tema, que “podría llegar a acostumbrarse”, cuando le vaticiné que sin duda lo haría, pues… IT’S DELICIOUS!




Fernando Acosta Reyes (@ferstarey) es fundador de la Sociedad Investigadora de lo Extraño (SIDLE), músico profesional y estudioso de los comportamientos sociales.

Imagen: http://www.vagabondquest.com