La búsqueda de otra vereda es el preámbulo
Que se manifiesta en la plenitud de la angustia
Y el desconsuelo de hacer maletas vaciando la basura
De sus propios carcelarios y hedonistas paradigmas,
Para hacinar la espiritualidad más allá de toda expectativa.
El camino inicia en el sincretismo de unas tristes veladoras
Y un anhelante Copal que en sus efluvios desgaja
Los mecánicos rezos que mezclan la ebria sobriedad
Con la inseguridad de un miedo expectante,
En un rito donde con un ramo se sacuden los recuerdos
De un mundo profanado por la crueldad del egoísmo.
Este camino es el elixir de un canto que germina
Una sinestesia donde el sabor de una oración,
De súbito hace florecer la misma primavera
En una purificación que transforma los escollos
En un camino directo hacia la catarsis evidente
De una huella indeleble de un fruto que, sin sembrarse,
Ya se cosecha en el desierto inherente de sí mismo.
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Y sin otra opción que adentrarse a las penumbras
De un invierno donde las plantas se enmohecen
Haciendo que, desde dentro, broten las espinas
De una otredad que traspira el amargo sabor que corroe
El concepto pestilente de un ego que, a diario,
Intenta aferrarse a ciegas en su iluso acontecer.
El viaje inicia generando la meta misma a cada paso,
Y al llegar a la cima del camino y su pináculo
Se abre, ante nuestro analfabetismo espiritual,
La huella de un código que nos hace ser estrellas
Tras leer la sacra geometría en el sabio rocío
De los fractales holográficos que hacen florecer
Las diversas dimensiones donde la eternidad escurre
En un espacio que se ahoga, germinando la unidad
Que da un sentido evidente a la existencia misma.
Y ya la consciencia emerge cuando así misma se trasciende:
El mismo juez se consigna a un cuerpo que repliega sus sentidos
Para que la razón se oxide en un alma que germina la luz
De un espíritu que alumbra directamente hacia el averno,
Donde La unidad se manifiesta en el portal de la penumbra
Y en un tiempo que deshace el espacio que así mismo se desgasta,
Y donde el SER es el claro reflejo de su propio entorno.
La dulce crueldad de este camino es, después de todo,
Una evidente Teodicea que te induce a comprender que,
Y después de caminar sobre el ocaso mismo,
La realidad es tan solo la proyección necesaria de una idea.
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Y al retornar a la dimensión cotidiana y sus labores
La vida se transforma dándole sentido a los poros
De nuestra existencia sobria, intentando siempre
Romper las limitantes de esta mohosa prisión
En que la razón y los sentidos nos consigan a sobrevivir
En la estructura conceptual que de continuo nos devora.
Juan Carlos Martinez Parra
