Era el 9 de marzo de 1858. Frente a frente se encontraron en Salamanca, Guanajuato dos ejércitos con características diametralmente opuestas.
Por un lado, el apoyado por el movimiento conservador, que sostenido por el clero de México además de familias que amasaron riquezas impensables, terratenientes y aristócratas, conformaron una milicia de 5,400 soldados bien armados y pertrechados. El ejército enemigo era el liberal, que en una coalición formada por los Estados de Guanajuato, Jalisco, Zacatecas, San Luis Potosí, Michoacán y Aguascalientes, habían logrado reunir alrededor de 7,000 hombres con desventajas militares evidentes y un apoyo por gente de recursos modestos, profesionistas, intelectuales y artesanos.
Un reñido combate dio el triunfo a los conservadores el 10 de marzo. Dos días después, la noticia de la derrota le fue leída a Benito Juárez, quien estando en la ciudad de Guadalajara expresó al poeta y político Guillermo Prieto (1818-1897): “Ha perdido una pluma nuestro gallo”.
La búsqueda de un cambio en la sociedad mexicana para erradicar el despotismo, plantear la igualdad, esbozar libertades políticas y civiles, romper con los monopolios además de fomentar la educación laica obligatoria y gratuita, conformaba el pensamiento de una República Federal que se iniciaba en la mente de un grupo de soñadores que generaban un movimiento de reforma nacional.
Y entonces se dio una efeméride olvidada el pasado 13 de marzo, cuando Juárez, citando a una reunión en el Palacio de Guadalajara, propondría dirigir un manifiesto a la nación, explicando que el revés sufrido en ésa batalla, no significaría detener el proyecto de consumación de la Reforma.
Guillermo Prieto fue designado para redactar el documento, quien al salir del edificio se dio cuenta de un movimiento de tropas que llevaban como fin, aprisionar a todo aquel que se encontrase en el palacio. Pudiendo escapar, regresó valientemente para reunirse con Juárez y enfrentar lo que llegase a suceder.
La toma del palacio con tiros, gritos, desorden, atropellos y un tumulto de desenfreno caótico culminó con el encierro de ése grupo de individuos en cuyas mentes la imagen de la muerte era tan clara como sus ideales. Ya se había anunciado que iban a ser fusilados los ochenta sujetos arraigados.
Poco tiempo después, un conjunto de soldados armados se plantó frente a los prisioneros.
Se describe en varios documentos que el primero en colocarse frente a ése grupo de hombres que recibieron ése mandato brutal fue precisamente Juárez, con Guillermo Prieto a sus espaldas y a la orden de “Al hombro… presenten… preparen… apunten…” en un acto de temeridad indescriptible, con Juárez levantando la cabeza y presentando el pecho, fue bruscamente tomado por su ropa y poniéndolo atrás de sí, Guillermo Prieto les gritó a ésos feroces soldados ¡Levanten sus armas! ¡Levanten ésas armas! ¡Los valientes no asesinan! que fueron seguidas por un discurso tan vehemente, exaltado, apasionado y convincente que gradualmente cambió la actitud de los verdugos. Prieto finalmente los encaró con una puntual intimidación: ¿Quieren sangre? ¡Bébanse la mía! Lo que provocó que alzaran los fusiles y en desobediencia militar, desistieron entre llantos y gritos de victoria por Jalisco y México.
Ésos sanguinarios soldados se retiraron mostrando una hombría digna de reconocerse en el mismo plano de Juárez, Prieto y todos los que estaban ahí amontonados, quienes arrancando de sus corazones los más puros ideales, antepusieron la lógica humana y el sentimiento patriótico, más allá de cualquier interés mezquino.
Debemos entender que los seres vivos producimos testosterona como una hormona que representa un papel determinante en nuestras respuestas de supervivencia tanto de lucha como de huída. Cantidades casi infinitesimales pueden provocar en un ser humano, hombre o mujer, respuestas de una magnitud impresionante.
La imaginación me lleva a ésos tiempos en los que literalmente se derramaron, con sangre, verdaderos litros de esta extraordinaria sustancia y en una analogía que me lastima porque percibo que nuestra historia casi no ha cambiado a más de cien años de sucedida, vislumbro un enfrentamiento claramente definido por un grupo poderoso y conservador que se aferra a privilegios literalmente salvajes, contra un pueblo que enardecido, vive sojuzgado y enajenado ante la perversa maldad de unos sujetos que se entusiasman anteponiendo el dinero a la hormona testicular.
La batalla de Salamanca fracasó en los liberales precisamente porque los ricos la apoyaron. Pero esta historia puede cambiar.
El valor de la riqueza material que ahora atesora el hombre más rico del mundo en nuestro país, es insignificante comparada con el valeroso precio de ésas cantidades infinitesimales de testosterona que se albergan, dentro de los millones de mexicanos que en pobreza extrema, demandan un cambo radical y urgente en nuestro país. Este es el momento. No podemos permitir que la historia se vuelva a repetir.
José Gabriel Ávila-Rivera es médico egresado de la BUAP, especialista en Epidemiología e investigador del Proyecto de Salud Ambiental y Humana, Departamento de Agentes Biológicos, Facultad de Medicina de la BUAP.