En el año 450 a.C. se formó una comisión de magistrados para redactar un código legal para la nación, conocido más tarde con las leyes de las doce tablas. En ese tiempo los ricos acostumbraban a enterrar o quemar a sus muertos con adornos de oro en símbolo de honra. Pero el oro escaseaba y los mayores temían que esta práctica debilitara económicamente al estado; en consecuencia, una de las nuevas leyes prohibía específicamente enterrar a un muerto con oro, con la única excepción de los artilugios dentales: “no será ilegal enterrar o quemar el cadáver con el oro con el cual los dientes pueden encontrarse ocasionalmente unidos”.
Sin embargo, no se encuentra una palabra dedicada a los dentistas en latín antiguo, pues la odontología no existía entre los romanos como profesión aparte y los médicos no hacían distinción entre las enfermedades que afectaban a la boca y dientes y las que interesaban a otras partes del cuerpo. Tampoco los no profesionales se especializaban en odontología; a pesar de que se poseen abundantes conocimientos sobre los servicios realizados por los barberos romanos, no se menciona nuca que se extrajeran muelas. De hecho el enciclopedista Celso, escribiendo sobre los tiempos de Tiberio, describió con detalle el instrumental quirúrgico utilizado por los médicos de su tiempo, entre ellos los fórceps y un instrumento especial llamado tenaculum para extraer las raíces de los dientes.
El agudo observador Celso (25 a.C. – 50 d.C.) escribió uno de los compendios más autorizaos que existen sobre el conocimiento médico de la antigüedad, a pesar de que al parecer el mismo no era médico. En medicina que ha servido de texto básico en tiempos recientes, profundiza en numerosos aspectos de la odontología. Además de referencias a la higiene oral y tratamiento básico de los problemas de la dentición esparcidos a lo largo de varios capítulos; por ejemplo, en el capítulo 20 del libro V, describe una receta de diez ingredientes para facilitar el sueño a personas atormentadas con dolor de muelas; el capítulo 9 del libro VI, trata íntegramente del dolor de muelas. Esta aflicción que Celso describe como una de las peores torturas, debía tratarse con una gran variedad de cataplasmas calientes, enjuagues bucales, aplicaciones de vapor, purgas y laxantes, además de otra gran variedad de remedios. Recomendaba a quien tuviese un diente en mal estado, apresurarse a extraerlo, y si los remedios anteriormente citados fallaban, sugería que debían probarse otros más poderosos. Si la muela debía al fin ser extraída, recomendaba llenar la cavidad con hilo de lino o plomo, para que la corona no se fracturase al aplicarle la punta de los fórceps.
En el libro de Celso se tocan muchos otros temas: el uso de la lima para suavizar coronas fracturadas, la reposición de dientes permanentes recientes que emergen en mala posición, el tratamiento de fracturas de los maxilares; la ferulización de dientes sueltos para estabilizarlos. Considera también la necesidad de la higiene bucal debían rascarse las manchas negras de los dientes y frotar los dientes con una mezcla de hojas de rosa trituradas, agallas y mirra, enjugándose la boca después con vino puro.
Autor: Museo de Odontología de la BUAP.
Bibliografía: Roma, pag. 46 – 47. Historia de la Odontología Ilustrada, Malvin E. Ring. Editorial Mosby/Doyma libros.