- La Historia Jamás Contada -
Una característica -¿innata?- del chamán es su facilidad para
entrar en contacto con el mundo natural, que lo lleva a descubrir en éste y de
éste, cosas inimaginables tanto para el práctico que vive al día como para el
académico de gabinete, cuya “realidad” no debe sobrepasar lo sancionado por su “claustro”,
resabio del origen clerical, corporativo de la Institución universitaria. Un
chamán, pese a la extendida creencia, no es un “hombre santo” –sea lo que esto
signifique-, pero llega a ser un hombre sabio y, en cierta circunstancias, hasta
un mago.
Pasando a lo extraordinario, pero todavía dentro de lo natural,
fisiológico o humano, está la particular forma en que un individuo descubre sus
facultades (no su vocación, que es otra cosa) chamánicas, básicamente a través
de la hiperestesia o su complemento, la capacidad de hacerse sentir, ambas
englobadas en el término empatía –y aparentemente no sólo con humanos sino también
otros seres vivos e incluso cosas tenidas por inanimadas. Un caso famoso hace
unos años fue el de Julia Butterfield Hill, la joven que vivió dos años en un
árbol sequoia para impedir que lo talaran. Tanto ella como su equipo de apoyo
logístico mostraban rasgos semejantes a los descritos.
Pero aparte de su desconcertante empatía con los seres
naturales –coincido con Goethe en que todo lo que existe es natural-, el
individuo con atributos chamánicos también descubre que ocurren cosas extrañas
en su presencia o cercanía que honestamente no puede atribuírselas él mismo,
pero siente que de alguna manera se le relacionan. Por eso la creencia de que los
“espíritus” son los que eligen a quienes deben ser chamanes. Aquí es donde
entramos en la cuestión de la vocación chamánica, complicándose bastante el asunto,
pues sin perder su realidad esencial, todo se encuentra ya muy elaborado
ideológicamente, llegando a ser indistinguible a primera vista de una religión
cualquiera.
Este lado “mágico” –la comunicación con espíritus- del
chamanismo siempre ha atraído la furia de las corporaciones religiosas, autoproclamadas
las únicas mediadoras autorizadas entre los humanos y el “mundo invisible”. Fue
el motivo, por ejemplo, de que la Inquisición también la emprendiera contra
brujos, curanderos, adivinos y personajes semejantes –chamanes, a fin de
cuentas- que aseguraban estar en contacto con Algo más allá de lo humano, ideando
incluso instrumentos de tortura para quienes “escuchaban voces”.
Pero la persecución tuvo consecuencias que no esperaban ni los
inquisidores ni sus patrones: el surgimiento de un hard core –núcleo irreductible-
de resistencia contra el Poder de los conquistadores-evangelizadores, como lo
atestigua la historia secreta de la época colonial, de la que teníamos atisbos
a través de las novelas de Vicente Riva Palacio o, más recientemente, de
películas como la muy curiosa EL INQUISIDOR DE LIMA (1975), coproducción
peruano-argentina que tuve oportunidad de ver en 1980 en un Cine local famoso
por lo atrevido de su programación desde los años ’70.
Para cerrar esta entrega, les formulo una duda que se ha ido
fortaleciendo conforme he ido avanzando en esta especie de Historia Natural del
Chamanismo: si es innato, ¿significa que no se accede a él tan sólo siguiendo una
enseñanza, realizando algún ritual o metiéndose un “peyotazo” -o equivalente-,
como sugieren los estudios clásicos sobre el tema?

Imagen: busy.org