jueves, 10 de octubre de 2019

A veces no me doy cuenta (Poema)


8 de octubre de 2019



A veces no me doy cuenta y comienzo a caminar
con medio vestido y el sombrero enganchado en un perchero
y una multitud de besos pequeñitos atados a mi vientre
a cuenta de mi futuro incierto desdeñando años.
Y salgo con el café humeante en el bolsillo, y la tostada en el bolso.
Comienzo a caminar arrastrando, en mi descuido, las tumbas más dulces
que inauguraron mis abuelos, la tierra estriada con una herida abierta,
con protección guerrera de mi padre y sus guerras luchadas a brazo partido
con su ejemplo, la pluma y la palabra enganchadas en mi sombra,
con la restauración de mis alas a cargo de mi madre, cosiéndome el alma
para que no se filtren más perdidas, más escombros chiquitos y molestos.
Y arrastro las piernas de un hombre
que me dejó sin piernas para que no lo siguiera a su suicidio.
Y distraída, sigo arrastrando una ristra de lamparitas tristes de la kermesse del colegio
y un trozo de alguna chimenea que amamantó los leños para luego
devorarlos como hace el mundo con nosotros.
Y así, sin darme cuenta, en mi autobiografía autorizada de pasión no resuelta,
me pongo a caminar y me llevo por delante la historia y los héroes no nombrados
y una legión de mujeres invisibles y una procesión de seres desangelados
que perdieron su casa,
casas que ahora yacen en los calabozos y lloran cemento y cunas y madrugadas de adiós.
Y sin darme cuenta, arrastro hadas en proceso de educación,
una inauguración del desencanto, una rebanada de sol con chaleco de fuerza.
Y me cuelga de la falda un libro que cerré a tiempo,
en la hora en punto del crepúsculo,
y un regimiento de gente sin casa esquivando la intemperie de estrellas sin piedad.
Y sí, también arraso, torpemente, con mi bandera enganchada a un mástil orgulloso,
y una lanza y un escudo ante las traiciones
que se prenden como abrojos a mi aire agitado de tanto caminar.
A veces, no me doy cuenta y camino jugando con la acera que acaricia mi pubis
y me hace creer que aún soy joven, y me impide sentarme a descansar,
porque sentarse es morir y no puedo sentarme todavía.
Y sigo caminado arrastrando un reloj sin las doce en punto,
con zapatos de diferentes colores porque me peleo, de vez en cuando, con los lentes
y una patria un poco triste, un sur que no se rinde, y eso sí, una verdad innegociable:
la de seguir caminado coronada de gloria jurando con gloria vivir.
A veces no me doy cuenta y comienzo a caminar con medio vestido,
una casa que llora y disimula su llanto con la lluvia del sur,
unos postres sin forma como siempre recién hechos a unos hijos,
y un domingo de escondidas y manchas y ruiditos a hogar.
Pero no me doy cuenta.


A veces no me doy cuenta y comienzo a caminar con medio vestido y un abrigo enganchado en un perchero y el café en el bolsillo y una multitud de besos pequeñitos atados a mi vientre. Como ausente, comienzo a caminar arrastrando, en mi descuido, la tumbas dulces que inauguraron mis abuelos y el recuerdo que sangra por mi tierra en llagas.
Y arrastro las piernas de un hombre que me dejó sin piernas para que no lo siguiera a su suicidio o una ristra de lamparitas tristes de una kermesse de mi infancia que no me abandona y le hace trampa a los años que se han puesto de acecho. Y así, sin darme cuenta, en mi distracción , en mi autobiografía autorizada de pasión no resuelta, me pongo a caminar y me llevo por delante la historia de mi tierra cortadita en trozos que nadie puede unir si morir un poquito, queriendo oír el ruido de rotas cadenas que nos prometió un himno.



Aurora Elena Olmedo Videla es originaria de Argentina, actualmente reside en Alicante, España. Aurora es profesora de inglés, Filología inglesa, especializada en Literatura e Instructora de Ceremonia y Protocolo.