viernes, 20 de septiembre de 2019

Poesía Médica para Venezuela y una carta, de Astrid Salazar



Estaba sentada en uno de los muebles del lobby del hotel donde nos estábamos quedando el grupo de poetas invitados al XIII Encuentro Internacional de Poesía de la Universidad de Carabobo en 2015, cuando gentilmente nos invitó Víctor Manuel Pinto, poeta y editor de la Revista Poesía. Vi cómo Astrid Salazar se tocaba el cabello como si estuviera buscando en sus puntas la respuesta a un nuevo poema, o quizá, construyendo en versos la descripción del por qué el mundo está como está. Luego nos conocimos durante las lecturas, y como siempre pasa en esos encuentros que todo se vuelve breve pero significativo, quedamos que después inventariamos algún encuentro.

Ese algo resultó que fui su invitado en el 2016 a la Feria de Libro Usado que coordina bajo su sello Editorial Dirtsa Cartonera, en la ciudad Maracay; su transcendental ciudad que le ha dado amor y palo. Aquel recital junto con los jóvenes poetas Ivo Leonel Pereira, Víctor Briceño, Trina Esparza y Jess Mart'z resultó una sensación explosiva y contundente.

Al año siguiente la inventé junto a Marianela Cabrera, para un 14 de febrero, a un recital de poesía que había organizado en la Casa del Arte en Barquisimeto. El espacio se llenó con la fuerza, la potencia y la rebeldía artística de los jóvenes barquisimetanos, inquietante lectura que una vez culminada nos sirvió para seguir pensando en más encuentros.

Recuerdo que al día siguiente ella iba de copiloto en mi carro y no sé por qué tuve la sensación que por su rudeza poética, a pesar de los dramas amorosos que subyacen en sus historias, era una mujer con poco corazón, pero claro que ese poco corazón resultaba de una metáfora para la crudeza de su expresión, así que le canté un pedacito de la canción de la Sonora Matancera: “Si naciste sin corazón en el pecho/ tú no tienes la culpa de ser así”, aquellos versos se convirtieron en risas que luego se pusieron serias, a tal punto que supe me había dedicado un poema que empezaba con el epígrafe de esa canción.

Digo esto porque Astrid Salazar es un poetisa en constante movimiento, un ser preciado entre los jóvenes, no tan jóvenes y veteranos de la poesía en Venezuela, ella con su cara de niña buena es capaz de tocar el corazón más duro o más roto de cualquier ser humano, como buena orientadora sexual y maestra de bachillerato, puede recomponer o terminar de destruirlo dependiendo de cómo vea el caso.

Su poesía, generalmente, es un encuentro con el hombre en tránsito, se fija en el dolor social como una forma de desamparo, pero también se centra en su propio dolor, su desamor en el que también incluye otras formas de amar y después no le queda más remedio que salir corriendo cuando se siente precisada por el cazador. Sus versos, a veces corta venas, nos enseñan la psiques de una mujer que construye su mundo literario desde el desenfado. En su arts poética aparece con cierta genialidad el éxtasis de la vida, pero tamizado desde un ambiente oscuro que arrastra la mirada de otras tanta mujeres que prefieren quedarse callada, pero ella no, dice sin regodeos de la lengua cómo ve y lo que siente desde lo cotidiano: una forma de escape en medio de la incertidumbre que le genera el vivir estos tiempos apocalípticos.

En esta muestra de Poesía médica para Venezuela y una carta, que escribió enfocada en el tema salud de nuestro apaleado país, como ser que ha sufrido los embates de estar en el lugar, y que con su magistral creatividad nos lleva a un encuentro constante con la realidad, nos muestra lo que está pasando desde la experiencia del dolor físico y social, insistiendo con ironía y preocupación en el derrumbe de las instituciones médicas de salud pública./Luis Manuel Pimentel







 ***



HCM







Cuando pasas horas en un hospital



y ves la sangre como alfombra en el piso



a la chica de al lado con su cáncer hospedado en el corazón. Sola. Sola. Sola.



A Juan y su capacidad de dormirse de pie. Al hombre de la habitación 7B13



observándote fijo como velando su pena. Cuando solo en un atisbo notas la falta de



rucuronio, formol, compresas, guantes, propofol, adhesivo, alcohol. Y te quedas



viendo como las chiripas salen del baño para su baile debajo de la cama. Respiras.



Respiras hondo. Cierras los ojos. Y agradeces a la memoria por llevarte a los brazos



de quien amaste una y mil noches como estas en un cuarto a oscuras junto al



tablero de scrabble. Junto a lo eterno de la madrugada. Que se hace sonrisa hoy en



estas líneas. En este cuerpo. A la espera del manto invisible para guarecerme





y

mirarte

y

tocarte

y

olerte

y

lamerte

y

nombrarte

porque "estoy segura que habrá de amanecer".



***





VENEZUELA



Ya no me queda verbo para los piecitos del Amazonas

para el Jhonny que pide pan y cien bolívares

para la coca, lo papelitos y el crack

para la señora del terminal a las 6:30 am y sus ojos aguarapados.



Muda. Ante la escasez. La ausencia.

Miro. El sí y el no. El humo del café a 2000 bolívares.

Observo el pegoste de la cola con 611 mujeres y 44 hombres

no cuentan los niños, pierdo la cuenta



1

2

3.



Tampoco me queda verbo para el azúcar la harina el pan el papel toilet

el arroz la pasta los huevos el popurrí la leche el papelón los trogloditas.



Pausa. No hay catéteres, nuevamente. No hay inmunidad. La libertad

anda escapándose y trepa apamates, robles, samanes.



Ya no me queda verbo para mis niños con drepanocitosis

para la infraestructura de este hospital

que llora por las paredes y gotea desde el piso hasta el techo

hasta la grieta hasta la noche hasta los huesos.





****



FRONTERA



Justo ahí, después del discurso por un nuevo país

cansados de la espera para la llegada de los filtros

los catéteres la heparina los reactivos

la camilla para la niña, para el anciano,

para el sin nombre, para el indocumentado.



Justo ahí, después de un porro

aquejados porque la comida no alcanza

el sueldo no alcanza

la luz no alcanza no llega se tarda

porque no se consigue la pegaspargasa ni la mercaptopurina.



Justo ahí, después de las galletitas de subway

después del show sin tarima de la tarde pasada

entre la falta de inmunosupresores

ante la falta de agua

en búsqueda de cardioxane o rituximab.



Justo ahí, donde las cloacas llegan a nuestras vaginas

y hace falta un corresponsal

con alguna enfermedad hepática

o con un toque de leucemia linfocítica.



Justo ahí, donde los pájaros dan el último baile de la tarde

se despiden dos amantes confundidos de tazas

porque, justo aquí

también se padece de trancas

indefinidas.



****



CARTA



Ya no sé cuántos días va esto de la electricidad. Solo sé que mi mente va haciendo diálogos contigo. Y ya hasta me resulta agradable. Voy de casa en casa apostando a mi silencio y sonriendo a las historias de quienes habitan en ella. A veces, mis labios se despegan y noto como todos voltean. Esperando por mis palabras. Pero solo respiro y vuelvo a retenerme. Aunque aquella tarde, en el cuarto de la Karen, leí en voz alta tu relato, El procrastinador. Reímos. Y al unísono concluimos lo mismo: qué mala suerte, la de ese tipo. A veces, entre tantos hogares visitados, opto por drogarme y ¡vaya qué divertido! No paro de hablar por doce horas seguidas. Es grato ver cómo sonríen con mi discurso. Me es muy fácil hablar. Todos mis diálogos contigo los guindo en cada una de las orejas de mis amigos. Pero, solo así es cuando me doy cuenta que debo irme. Me vuelvo tan fastidiosa nombrándote. Me canso y no soporto la compasión de la gente.



He llegado donde mi madre caminando. Sin mi bolso. No me traje celular. Ni libros. He comido y qué sabroso es comer. A veces lo olvido. Hay más calor en Caña de Azúcar, no hay agua: veo pasar a mi padre con los tobos y su queja viene desde sus hombros, "no vayan tanto al baño" "aprovechen de bañarse para que queden luego todos los baldes llenos". Él no sabe que le miro y que desprecio su tono de voz pero admiro su constancia. Acá en este punto cuando llega la noche queman cauchos y la gente pita y grita. Y aprovechan la oscuridad para robarse los autos. ¿Qué si me da miedo? Sí, pero lo bueno de estar acá es la mirada de mi madre y con eso me calmo. En este espacio no abordan mi silencio. Ellos, ya me saben.



Mi madre colocó una hamaca en medio de la sala. Y acá paso casi las 24 horas. A mi izquierda están las revistas de modas las cuales llevan escritas las novelas de Corín Tellado. Voy leyéndolas y se me pasa la tarde. ¿Puedes creerlo? Astrid leyendo a la Tellado. Ayer decidí volver a casa. Allá todo es quietud. Me baño y sigo diciéndote todo esto que te escribo. Qué bueno es bañarse sin tobitos. Debo apurarme. Anochecerá. Arreglar el bolso. Solo lo básico. ¿Qué es lo básico? Te pregunto.



El señor Miguel se sorprende de verme, me dice "mi niña solo te queda medio tanque... y una vida". Subo la mirada y él sabe que quiero abrazarlo pero su cuerpo está lejos de mi cuerpo. Le sonrío. Cercioro que todo quede desenchufado. Y al cerrar la puerta te pregunto ¿El señor Miguel me dijo que solo tengo una vida? Silencio.



Ya no me quedan amigos que quieran hospedarme. He paseado por todos. Ya conozco sus olores y sus trucos de sobrevivencia para un país sin electricidad. Estos últimos lo llevo anotado en el celular que me regalaste. Gracias, te digo. Y sé que sonríes por dentro. Lo veo en tu pecho porque se infla. Y vuelvo tranquila a la casa de mi madre pero esta vez hago otra ruta, por estos lares se ve mucho más la miseria: se huelen los sudores con los botellones acuesta, el contar el dinero junto al sabor del asfalto quemado. Y la poca fe. Solo sé del hoy. Me espera la Corín y esta hamaca desde donde te escribo. También he traído unos cartones para seguir con la editorial. Porque solo es una vida. ¿No? Sin luz pero una vida. Y me es suficiente.







***



ASTRID SALAZAR. Escritora y docente venezolana (Maracay, Aragua, 1984). Es profesora de castellano y literatura y magister en orientación sexológica. Terapeuta de parejas. Correctora profesional de estilo. Fundadora y directora encargada de la editorial Dirtsa Cartonera(Maracay). Autora de los poemarios Azules de mi infancia (La Liebre Libre, 2004), El octavo pecado (Fundación Editorial El perro y la rana, 2007), Urbano (Fondo Editorial Sacumg, 2008), Plaquette Astrid-Gloria(Editorial La Espada Rota, 2008) y Paraíso de los insomnes (Ediciones Dirtsa Cartonera, 2014). Cursó estudios de actuación, mención dramaturgia. Ganadora en 2001 del Concurso de Poesía Interliceísta “Rafael Bolívar Coronado” y del Primer Premio en el XI Concurso Literario “Nélida Cisnero”, convocado por la Unidad Educativa Instituto Los Próceres (Maracay). Obtuvo mención honorífica en el Concurso de Literatura Augusto Padrón 2006. En 2008 participó en el XV Encuentro de Mujeres Poetas de Cereté, Colombia. Es facilitadora del Programa de Red Escolar del Sistema Nacional de Talleres Literarios, auspiciado por la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello (Caracas). Ha participado en diversos talleres literarios. Y ha presentado ponencias nacional e internacionalmente.