6 de agosto de 2019
Se ven y no se ven,
porque el tiempo
causa estragos,
poco queda
de aquellos infantes llanos
de casquete corto
y mucha brillantina;
ahora,
son dos personas cara larga,
aparentemente respetables,
uno de color añejo oficinista,
el otro también.
Imposible reconocerse
después de cincuenta años,
de muchos kilogramos adicionales
y toneladas
de preocupaciones a cuestas.
Se ven,
pero se atraviesan
como cuando se divisa
a través de un cristal diáfano;
siguen su marcha,
no se inmutan,
imposible reconocerse,
están distantes de saber
que esa persona que vieron,
pero no vieron,
algún día fue su compañero párvulo,
el mismo que con sus travesuras comunes
le mostrara el rostro
de la complicidad camaraderil,
de aquella que surge en la manada,
la que le educara en la fuerza del silencio
y la protección del "nosotros".
Sumidos en sus pensamientos
se pierden entre el río de gente,
a lo lejos,
-en el imaginario-
Chabelo y Mick Jagger
firman pacto con la eternidad,
pero el hoyo en el zapato izquierdo
le trae de vuelta a la vida terrenal,
sabe que todo cambia,
que por eso no recordamos algunos rostros
muy cercanos de la infancia;
con esas caras se va parte de nosotros,
nos vamos desintegrando,
hasta que llega el momento
de convertirnos en polvo
y ellos también.
