8 de agosto de 2019
Aún veo tu mano extendida,
escucho tus palabras afables,
siento tu palmada cálida
y tu cariño inagotable;
todo fue punto de apoyo
para no caer rendido.
Ahora,
he olvidado detalles,
pero eres núcleo de esa malla
que cubre mis espaldas
con la posibilidad de que seas
lo que llaman ángel de la guarda.
Estoy seguro
-a pesar del tiempo-,
que sí fue,
y aunque soy incrédulo,
estoy convencido
que siempre sentí
el cobijo de tus alas
y tu presencia inseparable a mi lado.
Creo reconocer el timbre de tu voz
o la vibración de tus pensamientos,
intuyo tus consejos
y tus muecas de advertencia.
No lo sé,
dirán que estoy loco
por mi poesía
y ciertas manías,
pero tu presencia estuvo aquí:
próxima, bondadosa,
imperiosa, inmediata e inmanente.
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