- La Historia Jamás Contada -
Cuando me pongo a recordar las cosas que me atraían en la
infancia, una prácticamente constante fue la CIENCIA, pero en conexión con la
TECNOLOGÍA, a la que entonces no se le daba su debida importancia, creo yo
debido a un exceso de academicismo, considerando sus aplicaciones o
realizaciones prácticas como frutos poco menos que casuales de artesanos
ociosos u obsesivas creaciones de soñadores antisociales, los INVENTORES, que
en la imaginería popular pasaban por simples chiflados. (Recuérdese el personaje
de Disney Gyro Gearloose -Ciro Peraloca en México o Giro Sin Tornillos, en Chile.)
A los científicos o inventores “serios” sólo los veíamos en
las películas o series de televisión sci-fi. Sólo recuerdo haber tenido acceso
a una revista en que se explicaba cómo sembrar un frijol en algodón mojado y verlo
germinar dentro de un frasco de vidrio. (Experimento que realicé, por supuesto.)
Antes de entrar a la Primaria escribí una historia gráfica sobre
un robot, pero no sería sino hasta después de terminado este ciclo escolar, que
comencé a interesarme en la Electrónica real, a instancias de mi mejor amigo de
Sexto Año, hobby que conservo hasta la fecha y que me llevó a aprender inglés,
pues los mejores libros sobre el tema disponibles en la Biblioteca Franklin
estaban en este idioma.
Pero la adquisición fundamental que me permitió establecer un
puente entre la experiencia práctica y la teoría fueron las Matemáticas Superiores. NO el obligado
Cálculo infinitesimal de la Educación (Media) Superior, sino las Matemáticas
Discretas –o Discontinuas-, que desde el principio ejercieron una especie de fascinación
sobre mí, dada mi familiaridad con lo concreto. Fue un salto cualitativo desde
los tradicionales “problemas” aritméticos de la Escuela elemental a cuestiones ya propiamente
de DISEÑO.
Esta experiencia, que supongo compartí con muchos miembros de
mi generación dotados técnicamente, no halló entonces su debida formalización en
un sistema escolar cuyo objetivo era, por el contrario, convertirnos a todos en
simples artesanos productores de Kitsch, para satisfacción del turista común y
su avidez por lo exótico: ¡el Plan de Once Años de Torres Bodet! (Recuerdo que
en Sexto de Primaria, la maestra nos enseñó cómo hacer un radio en miniatura de
madera, mismo que hubiéramos podido hacerlo funcional con tan sólo unos cuantos
materiales, algunas herramientas… y los necesarios conocimientos elementales de
Electrónica.)
Así que por un lado se hacía o, mejor dicho, copiaba o
repetía la tecnología práctica transmitida por los diversos oficios, mientras
que por el otro, en el medio académico se perpetuaba una enseñanza puramente
escolástica de conceptos, definiciones y fórmulas, mediante el expediente de entregar
éstos a una nueva generación para que, a su vez, hiciera lo mismo con la
venidera.
(En el año 2003, propuse a un activista amigo mío, veterano maestro
de Física de Preparatoria, hacer una demostración en plan de grilla en el
Zócalo de la Ciudad, de cómo se diseña y calcula una rampa para subir y bajar cómodamente
y con seguridad en silla de ruedas –anchura, plano inclinado, ángulo, gravedad,
aceleración-, idea que para mi sorpresa le pareció absolutamente fuera de lugar.)
La conclusión lógica de estas remembranzas y consideraciones no puede ser otra que la urgente NECESIDAD que tenemos de
replantearnos en profundidad la relación existente entre la TEORÍA y la PRÁCTICA en
nuestra Sociedad, pues de otro modo seguiremos condenados a ser por la Eternidad un
País de Cuarta… TRANSFORMACIÓN.
Imagen: informaticasammychaly.webnode.es