martes, 30 de abril de 2019

La chispa que desterró la obscuridad: Hildegarda von Bingen (artículo)

El soplo de Euterpe

No soy sólo una mujer, soy un mundo
Flaubert

En el siglo X el gran geógrafo Masudi escribió que los europeos eran “gente de mente embotada y hablar pesado y cuanto más al norte están, más estúpidos, groseros y brutos son” Esta opinión era compartida por los pueblos devotos del Islam. Un mundo de refinamiento y obediencia a la ley musulmana. Mientras en la Europa occidental, la caída del imperio romano había dejado un vacío  apenas llenado por un cristianismo aferrado, estático y fanático que había sido construido para permanecer en el mismo lugar con poca oportunidad de preguntar a la naturaleza los porqués del mundo.

Europa se debatía entre el terror que inspiraba la llegada del invierno, sus largas y lúgubres noches, el frío constante y la escases de alimentos. Flotaba en el ambiente la amenaza de nuevas invasiones vikingas que hicieron a Irlanda, Inglaterra y la Europa continental fuente de botines, saqueo y muerte, saquearon el monasterio y aldeas cercanas a Lindesferne en Irlanda, Londres, Narbona, Marsella  incluso llegaron a Paris, una aldea pestilente que ofrecía poco a los nórdicos. La constante amenaza del Islam que había llegado en el año 777 desde el norte de África llenaba de recelo a las comunidades de francos, bretones, anglos y germanos y conquistado Iberia, conquista que sólo la barrera de los Pirineos había detenido. Más aun, algunas comunidades cristianas comenzaron una nueva interpretación de la estructura teológica de la iglesia católica y propagaban una serie de creencias a todas luces heréticas según la férrea estructura católica romana. La arquitectura gótica daba pasos firmes al norte de Francia; los Cátaros negaban la virginidad de la madre de Cristo así como la divinidad de la Trinidad, afirmaban además, que la propiedad privada no existía. Un cisma peligroso que comenzaba a corroer las creencias básicas cristianas.

 En 1095 en un memorable discurso del Papa Urbano,  se convocaba a los Señores francos y germanos a terminar de una buena vez con las constantes luchas entre ellos y dirigirse a tierra santa y recuperar los símbolos que por derecho pertenecían a los cristianos. Las cruzadas habían comenzado. 

Bajo el espeso ambiente lleno de temores y dudas, justo cuando la gran revolución europea comenzaba con nuevas técnicas agrícolas, desecación de pantanos, desmonte de bosques y el fin de la esclavitud formal sustituida por la servidumbre, la población europea comenzó un lento pero constante crecimiento y la mejora general de condiciones de vida.  Pero el cristianismo continuaba firme y los conventos y monasterios eran el gran reducto y continuador de la fe.  Eran las referencias de la vida social y los únicos posibles centros intelectuales capaces de enfrentar los vicisitudes de la vida y sus constantes amenazas.

Este era el escenario que en Renania durante 1098, enmarcó la llegada al mundo de Hildegarda von Bingen.   Sus padres nobles procrearon diez hijos e Hildegarda fue la décima de ellos.  Su niñez fue feliz y fue educada con esmero e ingresó aun niña al convento benedictino. A lo largo de sus años en el convento, Hildegarda puso en juego el insólito don del vaticinio además de dejar una impronta enigmática a través de sus obras dedicadas a la medicina, cosmología, teología y música. A los cuarenta años, la monja  sintió la suprema ansiedad de dar a conocer su don profético. Ante la incredulidad y eceptisismo de los sacerdotes católicos, Hildegarda fue sospechosa de herejía pero sus dones alcanzaron al papado y en consecuencia, protegida por el Vaticano y los nobles. Durante el concilio de Tráveris acaecido en 1147, se obtuvo la ratificación papal de los escritos e implícitamente el reconocimiento de la misión profética que la había impulsado a escribirlos.

En el momento en que el Papa Ernesto III aceptó la obra Scivas, la cual  constituyó el acto de aceptación del conjunto de su obra.  Dedicó parte de sus esfuerzos a viajar y predicar ante sacerdotes, obispos y laicos, los brillantes discursos evangélicos acrecentaron grandemente su fama. En tanto profetiza, Hildegarda asumió casi todas las funciones sacerdotales reservadas para hombres aunque en sus funciones sacras, siempre distinguió entre la “pobre figura femenina” (paupercula femínea forma) y la voz divina que se expresaba a través de ella. De acuerdo a su obra Causa et Curae, se atreve a profetizar debido a que, la Sabiduría y la voz divina le hacían ver el futuro y por tanto, era la voz de Dios quién dictaba sus visiones.

Su obra musical es extensa y única, rica en matices e ideas en torno a la idea de Dios y su relación con el hombre. No obstante no tener formación rigurosa,  la única formación musical provenía de la maestra de Hildegarda cuando esta última era una novicia, Jutta von Sapanheim quien le enseño a tocar el psalterio. No obstante, escribió letra y música bajo la visión que el alma es sinfónica. Hildegarda, decía que el canto que el ser humano entona con el alma, se convierte en un eco de la armonía celeste. En profundidad la visionaria pensaba que la música participa de la unión colectiva y la música es el centro de aquella unión con la divinidad.

Hildegarda, generó todo tipo de comentarios en un mundo poblado de hombres religiosos negados para aceptar cualquier cambio, por mínimo que fuera, del orden del mundo. Esta actitud taciturna la condujo a escribir que Más las visiones que contemplé nunca las percibí ni en el reposo, ni en el delirio, ni con los ojos de mi cuerpo, ni en lugares apartados sino que los he recibido despierta absorta con la mente, para en espacios abiertos según la voluntad de Dios…”  Hildegarda da un paso importante para alejarse de la filosofía escolástica que conducía a la contemplación pasiva del mundo. Ya vieja, tuvo fuertes enfrentamientos con el abad Kuno de Disbodenberg lo cual obligó un traslado de Hildegarda y sus hermanas monjas al nuevo monasterio de Rupersberg situado en Bingen a la orilla del Rhin.  En el nuevo convento continuó con sus enseñanzas y escribiendo sus notables profecías.

Una de las obras musicales medievales más importantes, lo constituye la obra de Hildegarda conocido bajo el nombre de Sinfonía de las revelaciones musicales formada por setenta canciones con música y letra propia.  Se conocen dos manuscritos de Hildegarda, los dos del siglo XII, el más antiguo con sesenta canciones (1175) y se conoce como el Reisencodex y el otro la Sinfonía  de las revelaciones que recoge setenta canciones que son de alabanza a la Trinidad y también dedicados a santos y santas católicos.

Las letras son profundamente poéticas y expresan la fuerza divina como potencia eterna de sabiduría y amor que impulsó la creación del universo y sigue presente en él.
Hildegarda alcanzó el silencio eterno el 17 de septiembre de 1179. Después de ocho siglos, Hildegarda von Bingen sigue cubierta por el velo del misterio. Escuchar su música es una experiencia estética única y sobrecogedora.

Para esta semana:
I.-Hildegarda von Bingen
Music and visions.
Capella Quartet. 1998.IIi.- Canticles of Ecstasy.
Sequentia. Deutsches Harmonia Mundi.
III.-Luminous Spirit
Medieval Music.
Rose Lamoreaux. Hesperius
IV.- Laude de Sancta Maria
Veillée de chants de devotion dans la L´Italie des communities.
La Reverdie. (Caso de cantos medievales en Gallego y Portugués) 
V.-Hildegarda von Bingen
A.-Suavissima Virga
B.-Instrumenta Piece.


Alejandro Rivera Domínguez, miembro del Seminario de Cultura Mexicana y la Asociación de Estudios del Pleistoceno.
Correspondencia: kosmospuebla@yahoo.com