jueves, 28 de marzo de 2019
¡Mujer, madre, amante, heroína y mártir!
Cocinando versos, en la sumisa esperanza de tus sueños,
Eres la luna que vela eternamente para germinar valores
Entre las flores que con dolor arrancaste de tu vientre.
Eres la eterna prisa que tus mismas ilusiones deshidratan
Al ritmo de tus pasos y hace de tus bruñidos pechos
Una inmanente entrega a la cosecha sin límites
De un milagro sin esperanza ni certeza.
Leche sumisa a una expectativa que, tras el dolor de germinar la luz,
Busca reconciliar sus sueños y desesperanzas con el simple
Agrado de ver, entre sus manos, una frágil vida que pende!
Del agreste y compasivo sabor de una incierta compañía.
Manos que, deshidratadas, buscan en el lavadero eximir sus culpas
Para continuar su rutina al ritmo de una soledad que le sustenta.
Rostro donde el tiempo se esculpe así mismo
Para burilar sus experiencias al sabor amargo de su misma sabiduría.
Mujer poeta que das a luz una poesía que canta dolorosos versos
Donde se fragua la esperanza al ritmo cruel de una tormenta
De ilusas lágrimas y un sufrimiento que, sin remuneración alguna
Busca expresar una oración a la creación misma.
Eres barro que se moldea así mismo en la lucha constante
Por sobrevivir para madurar sus frutos mismos.
Arcilla fundida en la circunstancialidad de su propia rutina.
Tus manos son nidos eternos donde cada día el crepúsculo se arropa
Esperando tan sólo concluir el día sin mayor ilusión que cosechar
Una sonrisa entre los labios de un hijo que te alimenta de sinsabores
Y la ilusa ilusión de ver crecer tu esperanza misma.
Juan Carlos Martínez
(El monje hereje)