- La Historia Jamás Contada -
En estas fechas de turbulencia política supuestamente “de
Izquierda”, a muchos nos resulta inevitable recordar aquella época que comenzó
a mediados de los ’60, se extendió durante todos los ’70 y vino a declinar con
el correr de los ’80. En mi caso, su apogeo correspondió casi puntualmente con
la adolescencia, una etapa de la vida personal que hace tiempo caractericé como de “la LUCHA DE
INDEPENDENCIA respecto a la ideología de los mayores”.
Como lo expuse en un artículo anterior, RIUS y sus SUPERMACHOS eran para entonces la referencia más popular, con su crítica social
aparentemente ingenua, de lo que podría llamarse un pensamiento de Izquierda,
aunque no faltaban manifestaciones y publicaciones más radicales o más
“comprometidas”, como decían los activistas, entre ellas algunas francamente
sectarias.
Así que a lo largo de los ’80 y en paralelo con mi propia actividad
política, fui conociendo y tratando de entender con mayor profundidad algunas otras
corrientes históricas de la Izquierda, desde la original marxista, pasando por
la “oficial” leninista, hasta algunas interesantes revisiones, como desdeñosamente
consideraban los fundamentalistas o “sacerdotes de la Revolución” -como los llamaba
yo en son de burla- a todas aquellas ACTUALIZACIONES indispensables para mantener
la validez de la teoría -en otras palabras, su utilidad como instrumento analítico-
para una época determinada, que de esto se trata y no de la perpetuación de un
dogma de fe.
Pero junto a esta formación puramente teórica, siempre estaba
presente mi experiencia no sólo de los movimientos políticos, sino en general de
las MANIFESTACIONES CULTURALES contemporáneas que hacían la diferencia entre nuestra
generación y las anteriores, resultando en la conciencia agudizada de la falta de
una teoría que diera cuenta también de éstas. (Mi primera contribución en esta
dirección fue un pequeño artículo escrito al alimón con mi buen amigo Roberto
Martínez, titulado precisamente LA NECESIDAD DE UNA TEORÍA SEXUAL PROPIA, en 1982.)
Así fue como comenzaron a afluir los temas políticos-culturales característicos de
esa generación: movimientos estudiantiles, juveniles, contraculturales, estilos
alternativos de vida, otros saberes y una inagotable gama de cosas que nos importaban,
pero no a los estudiosos sociales con status, las “vacas sagradas” de la
Academia de entonces. Por eso, en el punto concreto de la Política, el
desencuentro con la Izquierda formal e informal asentada en la Universidad
pública era inevitable.
Entre sus manifestaciones tradicionales, la más conspicua y duradera
era el MAOÍSMO, cuya elementalidad teórica, organizativa y de perspectivas,
además de su decidido minimalismo en cuanto a exigencias intelectuales y
culturales para sus miembros, la hacían mucho más asequible para el mundo
exterior. Su nombre provenía evidentemente de Mao, quien organizó a las masas
campesinas chinas, analfabetas y empobrecidas, y las condujo a una Revolución
triunfante, aunque con consecuencias de lo más desventajosas para el Pueblo “vencedor”.
Este fue el modelo sobre el que habrían de calcarse todos los movimientos
significativos “de izquierda” en nuestros países tercermundistas, de los que
ahora pasamos por un experimento a escala nacional, cuyos mezquinos cuando no
indeseables resultados ya comienzan a apreciarse.
Y para cerrar, esta especie de anécdota literario-sociológica:
hace 60 años, el filósofo Herbert Marcuse publicó un pequeño libro titulado EL
MARXISMO SOVIÉTICO, donde somete a análisis lo que había quedado del marxismo
original en la época stalinista, esto es, la ideología oficial del régimen, señalando
su sorprendente semejanza con el… ¡FRANCISCANISMO!
Por lo que cualquier similitud con ciertas actitudes y
prácticas características del “nuevo” (¿?) Régimen, no puede ser tan sólo una
mera COINCIDENCIA.
Imagen: jovenesconstruyendo.org