- La Historia Jamás Contada -
Como un barefooter que, tras varias décadas de experimentos y experiencias, he llegado en ocasiones a entender qué sucede en el propio Yo cuando uno adopta esta práctica y por qué a veces resulta tan difícil perseverar en ella, ya desde mis solitarios comienzos me preguntaba si habría algún “método” progresivo para llegar eventualmente a realizarla sin esfuerzo ni consecuencias negativas tales como arrepentimiento o “cruda moral” pues, como todos los que estamos dentro de ella sabemos, “once a barefooter, always a barefooter”, parafraseando el conocido dicho inglés.
Pues el “problema” que se presenta cuando uno desea estar frecuente o permanentemente descalzo es de naturaleza psicológica, no inmanente sino inducida desde el exterior siguiendo un sencillo mecanismo: cuando un individuo hace suya la IDEOLOGÍA de su sociedad, ésta pasa automáticamente a formar parte de su PSICOLOGÍA, determinando así sus reacciones personales. En sociedades “calzadas” como la nuestra, donde está mal visto andar descalzo, esa idea que ya tenemos dentro nos lleva a sentirnos incómodos y hasta avergonzados de tener los pies desnudos: un “extraño pudor”, como lo he llamado. Aunque podría interpretarse también de otra manera: una especie de adicción “suave” al calzado junto a sus correspondientes síntomas de abstinencia.
En el primer caso, el procedimiento indicado no es otro que generar una ideología opuesta que eventualmente sustituya a la social adversa al descalcismo, mediante una racionalización positiva de nuestra propia práctica, que después compartiremos con otros, socializándola: una especie de CONTRAPROPAGANDA. En el segundo, lo adecuado sería un programa de deshabituación, con periodos cada vez más prolongados de abstinencia.
Lo primero es precisamente lo que hemos estado haciendo de manera intuitiva los aficionados al descalcismo a través de los grupos locales, asociaciones más amplias y redes sociales, con todo ese intercambio de experiencias que, al enriquecernos y fortalecernos, nos “anclan” en nuestro propósito inicial, a saber: llegar un día a vivir descalzos como la cosa más natural, que de hecho lo es.
Lo segundo, creo yo, es donde la PEDAGOGÍA tiene mucho qué hacer, diseñando programas por los que cada barefooter en particular, sea cual fuere la etapa en que se encuentre, pueda adquirir nuevos hábitos de descalcismo, más resistentes a la presión social adversa, que le garanticen un razonable avance adicional en su curva de aprendizaje. (De que algo como esto es perfectamente posible, lo sé por mi experiencia pedagógica en otras áreas, especialmente la Música.)
El proceso básico es similar a una campaña militar, en la que se conquistan nuevos territorios mientras se retienen aquellos ya obtenidos previamente. En el caso discutido, se trataría de añadir, para propósitos de descalcismo, nuevos territorios de nuestra actividad diaria sin dejar de ejercerlo en aquellos que ya dominamos.
Por eso la respuesta a la pregunta del título no puede ser otra que un rotundo… ¡SÍ!
Fernando Acosta Reyes (@ferstarey) es fundador de la Sociedad Investigadora de lo Extraño (SIDLE), músico profesional y estudioso de los comportamientos sociales.
Imagen: lovevda.it