22 de enero de 2019
Artistas como Salvador Dalí “son neuropsicólogos ingenuos o involuntarios”, pues logran engarzar la apreciación de su obra a nivel cerebral: el espectador la entiende, interpreta y disfruta, explicó Hugo Sánchez Castillo, académico de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM.
A tres décadas, que se cumplen este 23 de enero, de la desaparición física del “hacedor de todas las artes”, característica que forjó en sus creaciones pictóricas a través del método “paranoico-crítico”, que él mismo propuso, Dalí se “sentó” en el diván de FP.
Para que una creación entre en el concepto de obra de arte debe tener una característica importante: activar el cerebro. El arte universal tiene ese rasgo, así como el artista ibérico, representante de la corriente surrealista.
Sánchez Castillo dejó en claro que no es la espiritualidad, la energía o las evocaciones lo que nos lleva a la creación y la apreciación artística, sino el cerebro, encargado de obtener la información del medio, componerla, abstraerla y ejecutarla.
“Dalí es la droga, así es que tómenme”: Dalí
La gente percibe una mesa o una silla y es capaz de hacer una representación de ellas, y de tener una ejecución en un cuadro o una pintura, pero eso no los hace artistas. Todos podemos hacer una ejecución de ese tipo, pero no todos tenemos la genialidad para representarlas de una manera singular, expuso Sánchez Castillo.
En el arte, cuestiones básicas como las líneas, los colores y la luminosidad son trascendentes, por lo que es importante considerar que conforme cambia la dinámica de activación de nuestro sistema nervioso central (en una condición normal, patológica o personal) se modificará de igual manera la abstracción del arte y la forma en que el artista se expresa.
“Se debe tener en cuenta que el arte, como todo acto humano, es una abstracción del mundo. En Dalí y otros artistas se puede observar cómo varía su forma de interpretarlo. Su propia historia, características de psicopatías o enfermedades mentales, el estado emocional y/o abuso de sustancias, así como los cambios en cuanto a la percepción sensorial, se reflejan en sus obras, y es evidente cómo distorsionan la realidad”.
A nivel técnico, prosiguió el universitario, para ser creativo el ser humano necesita no sólo de la participación del sistema de almacenamiento de información, como la memoria, la corteza, sino de sistemas de ejecución, como los ganglios basales y el cerebelo; en ese sentido, cada artista es único.
“Además, se adjunta otro aspecto importante: nuestro concepto de belleza. Si se lleva al aspecto neurocientífico, juega un papel fundamental, pues en las áreas que se activan cuando vemos algo que subjetivamente interpretamos como bello, se movilizan regiones que nos permiten tener estas apreciaciones, es por eso que al artista se le considera ‘egoísta’, pues no hace una obra pensando en el otro, lo hace bajo su interpretación”.
No soy extraño. Simplemente no soy normal
Así se ejemplificó un fragmento de lo que sucedía al interior del cerebro de Dalí, quien murió el 23 de enero de 1989, a los 84 años de edad, cuando aquel rostro con largos bigotes se hundió tras la muerte de Gala, su musa.
Evocable no sólo por obras como “La persistencia de la memoria”, “La tentación de San Antonio” o “Reloj blando en el momento de su primera explosión”, sino también por sus frases, que lo mismo imantó a detractores como a aduladores. Alguna vez dijo: “Si hubiera dos mil Picassos, treinta Dalís, cincuenta Einsteins, pues el mundo sería prácticamente inhabitable, pero que nadie se espante…no los hay”.
Boletín UNAM-DGCS-044/2019