¿Cómo podríamos ver lo que se nos presenta si estamos bajo el efecto de la Píldora Roja? Puede que haya una sanación espiritual, que se remuevan las piedras que están dentro del cuerpo, que se derrumben los prejuicios concedidos por dioses cristianos y griegos, que un libro se abra solo, que tengamos un viaje interno para salvarnos…
El libro de poesía Píldora Roja de Abel Pérez Rojas es una constante búsqueda por la libertad y lleva un grito delante. Sus versos taladran los muros con los que ha sido formado, contextualizado en el mundo occidental que nos arrincona al individualismo, pero como buen escapista (también denominados «artistas del escape») logra zafarse y mostrarnos la otra cara de la moneda. Con sus preocupaciones retóricas literarias, las angustias, avatares, el tropiezo diario del ser se vuelve materia en sus relaciones poéticas, políticas, comunicativas, que se ciñen al verso. Las máscaras lo persiguen y el persigue a las máscaras, los dos se entienden en la calle y desde la nobleza del decir, experimenta bajo los efectos de la sustancia roja un mundo dentro de otro mundo. En su poesía le da cabida a los mendigos, a los huérfanos, a los catedráticos, critica el mundo de hombres y mujeres los cuales no les queda de otra sino aferrarse a los actos de fe. Declararse culpable de liberarse es su gran oficio, declararse culpable por lo que es y lo que no ha sido es su gran hazaña, en su piel lleva tatuado un verso libre que lo conecta a la tierra y a la ficción donde lleva inscrito “traigo del inframundo huestes convertidas”.
Luis Manuel Pimentel
Di que sí
Le hablé al vacío
y su voz escuché,
su presencia me enmudeció
y experimenté su grandeza.
Viví son escasez de silencios,
llené con distractores mi vida,
ningún momento estuve solo,
no fue grato recordar su presencia.
La experiencia etérea es reproche,
es bofetada a la miseria,
es un zape a la inteligencia,
es para dosificarla estrictamente.
Así, me alejé de los mares,
rehuí a los bosques,
dije adiós a la amistad
y a la empatía.
Viví al día con día,
confié en las mayorías,
en el buen juicio
y en la medicina.
Heme al borde de la muerte,
sequedad de la aridez extrema,
penuria intelectual hija de la orfandad.
Heme reinventándome,
generando nuevos bríos
para hablar de nuevo al vacío,
para dialogar con los serafines,
para cortejar a las musas
y poseer rincones virginales.
¡Traigo del inframundo huestes convertidas:
haraganes convencidos por la liturgia del trabajo,
herejes revitalizados en sus doctrinas,
mercenarios juramentados en la lealtad
y Furias arrepentidas de su labor!
Heme aquí hablándote al oído,
tratando de que tomes la píldora roja:
¿Quieres ser parte de los nuestros?
***
Herejes en el edén
Canto a cubierto,
entre iguales comparto,
ingiero sus emanaciones,
imagino al mismo ritmo,
disfruto cada instante,
poco a poco fraternizamos.
Afuera el ruido,
sonidos que aturden,
prisa de lo corriente,
ansia de llegar al cubil:
a vaciar la angustia,
a olvidar el nombre,
a perderse en las sombras.
Epicentro en aumento,
exhalación de sudor y júbilo,
amor por el progreso,
es altar del saber,
paraíso de la palabra;
con oradores de ambos sexos,
liberándose por el habla,
chispas que brotan me dicen:
¡tú perteneces aquí!
aquí donde Lisias y Demóstenes conviven,
aquí donde logógrafos y oradores pactan,
aquí donde el debate no se huye,
pero se sostiene a cal y canto,
¡aquí! ¡aquí! ¡aquí y ahora!
donde las cúpulas son bóvedas celestes
donde las mariposas tienen ojos
y los murciélagos preñan flores,
aquí en tierra de sabios
de dioses descalzos y vírgenes fértiles
aquí donde la palabra se retuerce en albur
y exudamos poemas,
aquí ser orfebre de la palabra no es fácil
porque todos tienen talento,
potencial que se mama de una a tres
que se paga con centavos
porque es tanto el talento que no se valora,
se regatea,
trueque de miel por pulque y manteca;
aquí es territorio de Nanahuatzin,
son las demarcaciones del verbo hecho carne,
misterio que se mezcla con lo corriente,
con el fluir de todos los días...
con el venaje de la bendita vida.
***
Genio en el camposanto
Para Ixchel
En el cementerio de los acordes
está la rotonda de las obras maestras,
piezas que no vieron la luz a pesar del primor
de aquella tea que no perdió el anonimato.
En este camposanto se escuchan lamentos,
cantos de victoria de las grandes hazañas
y susurros inalcanzables,
vibraciones con el índice prolongado.
Necrópolis musical atiborrada
desgracia de la humanidad tan necesitada,
generaciones urgidas de genios renovados,
de locos de las cuerdas y las teclas.
Paladín o heroína del más allá:
en el venaje púrpura y la materia gris,
bajo tu abundante melena,
Prometeo reside para dicha de melómanos
¡Ve!, ¡anda!
¡Corre por los paraísos de la música,
eres la esperanza de los incomprendidos!
¡Dale luz a las frecuencias desconocidas!
¡Sorpréndenos con la polifonía que grita por salir!
Escuchen sonidos mortinatos:
¡Guido D'Arezzo les envidiará!
el ser que os liberará ha llegado;
el amor no me ciega,
ya veo su andar
¡Estén prestos... del sepulcro ella los sacará!
***
Convicción de Convicto
Me declaro culpable de liberarme,
de tratar de hablar con las nubes,
de exhibirme tal como soy,
de aceptar mis equivocaciones a medias.
Me declaro culpable de buscar la verdad,
de rodearme de amantes del saber,
de druidesas exploradoras de la mater,
de caer en espejismos y disfrutarlos.
Me declaro culpable de buscar el placer,
de incorporarlo a mi vida diaria,
de convertir en ello lo que da mi sustento;
de atar placer con egoísmo.
Me declaro culpable de abandonar el camino del "bien",
de no seguir los consejos de los ministros,
de no leer sin cuestionar,
de ser hereje en tiempos de guerra.
Me declaro culpable de ser sensible a la belleza,
de los voluptuosos cuerpos,
de las bebidas artesanales,
de las madrugadas fértiles.
Me declaro culpable de querer ver el futuro,
de presagiar la destrucción y el resurgimiento,
de anticipar la rebelión de los invisibles,
de ver mi tumba borrada por el tiempo.
Me declaro culpable de desatar mil tornados,
de pervertir a la juventud con mi poesía,
de traer al arco iris a mi versos,
de infectar la red de provocaciones.
Me declaro culpable de declararme culpable,
de atreverme a enjuiciarme,
de no ser más severo en la autocrítica,
de buscar la expiación antes de tiempo.
Me declaro culpable de todo:
¡que sólo el tiempo me absuelva!
***
Abel Pérez Rojas nace en Tehuacán, Puebla, México. 1970. Es escritor, educador y productor multimedia. Es autor de varios poemarios y múltiples artículos de opinión sobre temas diversos que se publican en medios de comunicación impresos y digitales. De 1988 a 1993 cursó estudios en la facultad de Derecho y Ciencias Sociales en la BUAP. Desde el año 2006 conformó un proyecto internacional denominado Sabersinfin.com, el cual a través de internet promueve el intercambio de saberes. En el 2012 publicó Provocaciones al Impulso y a la Razón. En el 2013 publicó su poemario Píldora Roja, ese mismo año se le incluyó en dos antologías: en la Antología Nueva Poesía Hispanoamericana del Siglo XXI en Madrid, España y en la Antología por los Caminos de la Poesía, Buenos Aires, Argentina. En el 2014 publicó su libro Educar(SE). Aportes a la Educación para el Siglo XXI. Algunos de sus poemas y pensamientos han sido publicados en libros de texto, documentos legislativos, discursos, carteles conmemorativos nacionales, revistas y periódicos. Sus libros se encuentran en bibliotecas de México, Estados Unidos, Cuba y Alemania.