Ahora que entramos de lleno en la n-ésima –donde n = cualquier número, pues al final no importa- campaña electoral desde el glorioso triunfo de la Revolución, cuyo Centenario se conmemoró puntualmente el año pasado, es momento de reflexionar un poco en el efecto de estas enormes movilizaciones cívicas y las elecciones que las culminan, sobre las condiciones generales de vida de la población, cuyo MEJORAMIENTO debería ir a la par que el de su Gobierno. De otro modo, bien podría haber quedado todo como cuando Porfirio Díaz y sus compadres.
Pero algo sí ha cambiado desde entonces: el concepto mismo de POLÍTICA, pues si la máxima porfiriana establecía claramente que “poca política y mucha administración”, era porque el anterior implicaba que a través de ella podría cambiar no sólo el aparato administrativo sino incluso la legislación, con funestos resultados para el Régimen y sus compromisos con la oligarquía local y las corporaciones extranjeras. (¿Conocido?)
Ahora, cuando el proceso propiamente democrático se extingue una vez concluida la votación –lo que sigue es faramalla y alimento de medios-, puede darse este tipo de “política” todo el tiempo, pues el vetusto Nuevo Régimen, el postrevolucionario, igual tiene garantizada su estadía en el Poder, para que en el fondo nada cambie y todo siga IGUAL… y empeorando. (¡Saludos, don Giuseppe Tomasi di Lampedusa!)
¿Qué hacer mientras tanto? ¿Ir a votar “nomás por no dejar”? ¿Hacerlo simbólicamente por algún entretenedor o ídolo popular, generalmente también del Sistema –“Cantinflas” y compañía-? ¿Abstenerse –lo que está bien- pero quedarse rumiando su impotencia? Parece un callejón sin salida, pero no. Sólo es cuestión de mirar las cosas con mayor amplitud, devolviendo a la Política y sus herramientas como el análisis y la discusión COLECTIVOS toda su potencia conceptual, pues finalmente el objetivo no es poner en el puesto a un candidato o Partido dados -a lo que se ha limitado a las Elecciones- sino DEFINIR, esto es, localizar y precisar las cosas que se deben corregir, eliminar o, por el contrario, reforzar, en una palabra, TRASFORMAR, para mejorar efectivamente las condiciones actuales de vida, en un proceso de hacer Historia conscientemente.
(En algún momento de su gestión, el Gobierno municipal panista de 2002-2005 convocó a los ciudadanos a expresar sus puntos de vista sobre el tipo de Ciudad que deseaban para los siguientes 30 años. Bella iniciativa que perdió su encanto cuando, ya reunidos los interesados, resultó que sólo podíamos VOTAR las propuestas-ponencias ya registradas, pero no analizarlas o discutirlas y mucho menos modificarlas o presentar otras. Varios protestamos, para perplejidad de los organizadores. Como puede apreciarse, el entonces ya septuagenario Partido oficial había hecho escuela aún entre –o comenzando por- su oposición formal. En eso reside precisamente el truco: que sin importar por cuál opción de las presentadas se decida el votante-apostador, siempre salga perdiendo. Eso sí, legalmente, como en cualquier casino.)
Para ello hay que hacer abstracción del amañado proceso electoral en sí e ir a las condiciones reales de la sociedad, dar con las causas o factores que las engendraron y reflexionar sobre cómo remontarlas o mantenerlas. Sólo entonces ya será posible pensar en los agentes individuales y colectivos idóneos para ello. Si los postulantes oficiales no corresponden al perfil encontrado, lo mejor es reservar la propia energía política para otra ocasión o bien emplearla en proyectos cercanos, mucho más modestos pero también más realizables, con el fin de que, cuando nos decidamos a hacer Política, ésta no se vuelva contra nosotros, como ha sucedido hasta ahora.
¡Felices y sabias DECISIONES POLÍTICAS a todos, que no siempre son (sólo) electorales!
Fernando Acosta Reyes (@ferstarey) es fundador de la Sociedad Investigadora de lo Extraño (SIDLE), músico profesional y estudioso de los comportamientos sociales.
Imagen: i1.wp.com