- La Historia Jamás Contada -
Fue en 1985, una tarde que conversábamos en un café los
integrantes del -hasta donde sé- primer Taller de Sexología que hubo en esta
Ciudad, que expuse mis hallazgos sobre la entelequia conocida como “identidad
nacional”, resultado de mi propia investigación filosófica –crítica, desde
luego- acerca del “ser del mexicano”, tema caro a algunos de los más
connotados filósofos e intelectuales de nuestra modernidad posrevolucionaria.
En síntesis, lo que hallé fue que, para el Partido en el Poder,
el “espíritu de lo mexicano” había de buscarse en lo profundo de la tierra o
en lo recóndito de la sierra o la selva, tareas de la Arqueología
y la Etnografía, respectivamente, con la implicación de que cuanto más profundo
se encontrara o más inaccesible fuera, más (quinta)esencialmente “mexicano” (¡!)
sería lo hallado, afirmación que no por delirante, dejó de tener sus entusiastas
y hasta fanáticos seguidores.
En un primer momento, esta peculiar forma de definir lo mexicano
funcionó como ideología de legitimación del Partido, pues convencía a quienes
querían sentirse verdaderamente mexicanos de resignarse a vivir como “inditos” –es
decir, en la miseria no sólo material sino en cuantos aspectos conforman la
vida-, sin exigir ninguna mejora material o de servicios al Gobierno, orgullosos
de su glorioso pasado, las famosas “raíces” de los discursos oficiales.
Esta ideología, a su vez, se convirtió en el núcleo tanto de
su necesaria autosustentación o mantenimiento como cultura popular a través de los
tradicionales rituales participativos y la difusión mediática como, sobre todo,
de una EDUCACIÓN PÚBLICA cuyo objetivo prioritario era formar a las sucesivas
generaciones de ciudadanos aquiescentes, incapaces ya de concebir siquiera otra
forma de ser, no sólo mexicano sino cualquier cosa fuera del molde prescrito.
Por eso la desmedida importancia de lo folklórico –Kitsch- sobre lo académico,
técnico o convivencial –“cívico”, en el sentido propio de la palabra- a pesar
de que, formal y declarativamente, la Educación estaba para ocuparse de estos aspectos.
Pero la consecución de tan mezquino objetivo no podía lograrse
sin una férrea CENSURA de todo lo que, proviniendo del exterior, pudiera
sembrar en el imaginario social la idea de que era posible vivir de otra
manera, más acorde con el desarrollo real del Mundo para entonces, maniobra que
el Partido oficial no tuvo empacho en aplicar a cualquier costo, incluso recurriendo
a los grupos más “moralmente” retardatarios. (Por eso caractericé a la
ideología dominante autóctona como “clerical-priísta” –en ese orden-.)
Con todo, siendo el PRI el Partido gobernante y, por tanto, necesariamente
en contacto con la sociedad mexicana real, tuvo que ir cediendo, así fuese a regañadientes,
lográndose de esa forma algunos avances, aunque a destiempo.
El riesgo ahora es que el “nuevo” (¿?) Régimen, lo mismo sus
protagonistas que su base social, parecen tener nostalgia del PRI, demostrándolo
a cada paso al traer nuevamente a escena decorados y gestos que ya dábamos por desechados, como
si el ESPÍRITU DE LO MEXICANO que anidaba en el alma del Partido hubiera
transmigrado a ellos, convirtiéndolos en una suerte de priístas fundamentalistas, cuyo τέλος en el fondo no es otro que restablecer a Aquél en su pureza primigenia, antes de su Caída en el Neoliberalismo.
Por fin, ¿SE TRATA DE POLÍTICA O DE RELIGIÓN?
Fernando Acosta Reyes (@ferstarey)
es fundador de la Sociedad Investigadora de lo Extraño, músico profesional y estudioso de los comportamientos sociales.
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