domingo, 25 de agosto de 2019

Moral a la carta



- La Historia Jamás Contada -

Como seguramente a muchos de quienes somos un poco más que consumidores pasivos de la nota política nacional, la insistencia del nuevo Gobierno en promulgar una Constitución Moral además de la Política que ya tenemos, me ha llevado a considerar de lo más seriamente tan insólita iniciativa, tanto en los motivos concretos que tuvieran sus promotores originales como, más importante aún, sus consecuencias PRÁCTICAS de llegar a materializarse, eventualidad nada lejana si consideramos tantas otras cosas tenidas hasta hace muy poco como virtualmente imposibles que son ya una inquietante realidad.

En casos de esa rareza, es casi de sentido común buscar algún precedente histórico que pudiera aportarnos alguna luz, así fuera indirecta, respecto a ello y, puesto que se trata de un flagrante anacronismo, es en el Pasado donde debemos buscar sus huellas, porque en último término no es una idea novedosa ni tampoco genial pero… ¿dónde –y cuándo- pudo haber tenido lugar un proyecto (para)constitucional semejante?

Improbable como suena al enunciarlo, resulta que lo hubo, y aquí mismo en nuestra América, aunque hace la friolera de… ¡196 años! y en el entonces recién nacido Estado de Chile, donde se le conoce como la Constitución Moralista de 1823, obra de una Comisión designada ex profeso por el Congreso Constituyente y que presidía –la Comisión- el peruano Juan Egaña (ver el LINK).

Pero contamos también con una referencia más cercana temporal y geográficamente: la tan traída y llevada Cartilla Moral de Alfonso Reyes, que le fuera encargada en su momento por el Secretario de Educación durante la Presidencia de Manuel Ávila Camacho (1940-46), retomada cuando Zedillo y ahora otra vez en el candelero. ¿Realmente la consideraron sus sucesivos e inesperados –cuando menos los dos últimos- promotores una especie de Santo Grial capaz de corregir el “rumbo moral” de los habitantes de este País? ¿Llegaron a ese grado de idealismo (filosófico)? ¿O sólo están improvisando –para variar- ante lo incognoscible para ellos?

Porque hay algo místico en todo ello, una cuestión de fe, lo que resulta acentuado por el entusiasmo de los ministros evangélicos que se han comprometido a predicar de casa en casa no con Biblia –por ahora- pero sí con Cartilla en mano, como si una vez alcanzada la masa crítica de creyentes, el Milagro hubiera necesariamente de operarse. ¿Es sensato esperar esto?

Otra vez se confunden Política y Religión, con la MORAL –léase Voluntad- individual como el eje alrededor del cual gira la Sociedad. No, el único resultado práctico de llevar esta insistencia lo suficientemente lejos, incluso apoyándose en los aparatos del Estado (Althusser) -como parece ser la intención al distribuir la Cartilla de marras entre los maestros de escuela- es una mayor opresión del individuo, tanto subjetivamente por generarle un drama moral al culpabilizarlo precisamente a él de los males de este Mundo, como objetivamente por la creciente presión (social) de la masa fanatizada o pusilánime, de lo que ya contamos con sobrados ejemplos, díganlo si no los críticos del Régimen.

De aquí que esta MORAL A LA CARTA (Magna) –o Moralina a la Cartilla, si lo prefieren- no sólo NO ES UNA SOLUCIÓN -ni siquiera en principio- a nuestros tremendos problemas actuales, sino que puede agregar otros que considerábamos ya felizmente resueltos desde hace GENERACIONES.