27 de marzo de 2019
El desierto se expandió,
la aridez extrema devoró las últimas especies,
el escenario apocalíptico cuasi consumado estaba,
pero a punto de apagar el interruptor de la vida
una centella puso alto,
detuvo las manecillas,
congeló el presente
y contuvo lo inevitable.
Allá en lo lejos,
en lugar recóndito y apartado,
guarecido en una cueva
aquel hombre sin nombre mantuvo entereza,
sobrevivió al frío y al hambre,
se aferró a sí mismo e inició la resistencia.
El grabado ancestral se cumplió
y la vida tuvo otra oportunidad:
el acabose se detendría
y la destrucción se revertiría
si un solo hombre,
aunque se tratase del último,
mantuviese viva la esperanza
y conservase la llama interna,
porque él sería la brasa
para que reviva todo,
para que se propague el amor
y empecemos de nuevo.
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