“Aprender, desaprender y reaprender para verdaderamente saber”.
Abel Pérez Rojas.
Tal vez priorizamos la adquisición y acumulación de información, costumbres, conocimientos, valores, experiencias, etc., como un reflejo de nuestro comportamiento compulsivo de acaparamiento; porque nos extraviamos convencidos de que tener es ser.
Esa puede ser la razón por la cual queremos aprender cuanto sea posible, aunque eso que estamos incorporando a nuestro ser, sea erróneo y nos esté llevando a una situación insostenible.
No se confunda, de ninguna manera estoy diciendo que tener una vocación y postura epistemológica por aprender sea negativa, lo que estoy tratando de compartirle es esa actitud frenética que nos agota, que nunca nos deja satisfechos porque sentimos que nada es suficiente y que además se cimenta en bases erróneas.
Si el proceso de aprendizaje se ve de manera aislada y no a la luz de lo que significa ser humano en la extensión de la palabra, argumentaremos que aprender y desaprender son lo mismo y que en la medida que aprendemos también desaprendemos. Esto no es así.
En nuestro interior no se ejecuta un “borrado” automático de lo que hemos aprendido y que ha ido edificando lo que somos, porque no se trata solamente de una dimensión intelectual; de lo que estamos hablando es de un fenómeno complejo y multidimensional.
Cuando aprendemos algo, ese algo se incorpora profundamente a nosotros y no sólo a nuestra memoria –si no, no es aprendizaje-, por ello desaprender es mucho más que olvidar.
Véase que desaprender no es un tema de moda, de ocurrencia y sí de hacer visible una postura crítica de lo que sabemos o creemos saber.
A propósito del aprendizaje y desprendizaje, hace poco encontré en un artículo dedicado al tema, un cuento zen titulado: La taza de té.
Aquí la breve narración:
Un joven que deseaba aprender nuevos conocimientos y habilidades, acudió a un sabio Monje en el Tíbet, con la esperanza de que lo admitiera como alumno.
El viejo sabio le recibió amablemente y le invitó a tomar una taza de té. Puso delante del joven una taza y empezó a servir el té. Una vez la taza estaba llena, el sabio continuó vertiendo la bebida, la cual empezó a derramarse sobre la mesa. El muchacho, alarmado al ver que el monje no se inmutaba ante el derrame de té, gritó:
- ¡Maestro, maestro, deje de echar té en mi taza! ¡Pero no se da cuenta de que lo está derramando!
El Monje lo miró a los ojos y le respondió:
- Igual que la taza, tu mente está llena de opiniones y especulaciones. ¿Cómo vas a aprender si no empiezas por vaciar tu taza? Hasta que no seas capaz de vaciarla, ni yo ni nadie podremos poner más conocimiento en ella.
Y añadió:
- Hay que vaciarse para poder llenarse, una taza solo sirve cuando está vacía. No hay nada que se pueda agregar en una taza llena.
Por ejemplo, ¿se ha preguntado usted cuántas de aquellas personas que dan consejos, orientación psicológica profesional o espiritual realmente han “vaciado su taza”?, ¿cuántas de esas personas brindan sus servicios y ayuda a partir de prejuicios, complejos o errores?
Lamentablemente para los sistemas formales educativos de gran parte del mundo omiten el “vaciar la taza”, porque las personas son vistas como cajas vacías a las cuales hay que retacarles lo que un grupo de expertos dice que hay que “envasar”.
No basta con incorporar más información y más datos en nuestro haber para progresar, también debemos dejar aquello que hemos asumido hasta ahora como nuestro.
¿Podemos aprender y desaprender al mismo tiempo?, por supuesto que sí, pero para conseguirlo es preciso hacer visible nuestra propia ignorancia y el mundo artificialmente construido que nos aprisiona y oprime, sólo así es entendible el ciclo: aprender, desaprender y reaprender para verdaderamente saber.
Por ello es vital tener presente el proceso de desaprendizaje, porque acompañado de otras fases, conforma una ruta de acceso a la toma de consciencia.
Vea usted que a fin de cuentas, en todo esto lo que está de por medio es nuestra oportunidad de evolucionar. ¿O no?