- La Historia Jamás Contada -
Nos encontramos nuevamente en época navideña, justo a mitad del puente vacacional GUADALUPE-REYES, pero debido en parte a la evolución misma de las costumbres y, sobre todo, a los graves acontecimientos sociales y naturales ocurridos este año, los proverbiales optimismo y ánimo festivo que debía traernos ésta, al parecer no se presentaron.
Pero esto, cuando menos, no debe alarmarnos, pues sólo estamos percibiendo la realidad tal como es, sin mediar la cálida ilusión de la temporada. En todo caso, es un buen momento para preguntarse seriamente por qué es así y no de otra manera, quizá más amable.
Ya hace tiempo que los psicólogos nos hablan de la “tristeza navideña” que afecta a un número de personas por diferentes motivos, tanto objetivos –soledad, rechazo, abandono- como subjetivos –nostalgia, uno de ellos-, aunque en realidad esto se ha sabido siempre, sólo que no se consideraba adecuado expresarlo abiertamente para no “aguarles la fiesta” a quienes disfrutan del periodo.
Pero vale la pena reflexionar un poco más en ello, pues parte del sufrimiento –del que nadie está exento en algún momento-, proviene de la presión social para mostrarse felices en estas fechas, como si una bendición efectivamente descendiera sobre todos... y nos pusiera de buen humor. Esto es un MITO, lo sabemos, por reconfortante que resulte a veces creer en él, pues los buenos deseos no se convierten en realidad por obra y arte de la palabra: siempre requieren la mediación material de alguna especie.
Viéndolo desde esta perspectiva, obtener o dar FELICIDAD, así sea efímera, es un poco –o mucho- más complicado, pues varía la forma en que cada persona la siente o incluso concibe. Eso sin contar que la felicidad –o algo parecido- de uno(s) puede significar el malestar o la desgracia de otro(s). (Un ejemplo al respecto fue lo que nos sucedió a un hermano y a mí un día como éstos pero de 1974, en un hotel de la ciudad de Pachuca, Hidalgo cuando, habiendo “descubierto” por ahí un piano de concierto, nos dispusimos de inmediato a “poner manos a la obra (musical)” sólo para que, unos momentos después, salieran unos jóvenes de una habitación para pedirnos que no continuáramos, pues tenían a una persona gravemente enferma.)
Entre los efectos secundarios de no tener celebraciones navideñas en toda forma, no necesariamente dañinos, está el de ahorrarse gastos innecesarios, especialmente cuando se tiene que regalar por compromiso, como siempre es el caso en los INTERCAMBIOS, de los que nadie sale satisfecho.
Algo parecido sucede con los performances o “numeritos” que cualquiera puede verse prácticamente obligado a hacer sólo para tener "feliz" a la (ya no tan) “respetable” concurrencia. Quienes posean vena histriónica, pues adelante. Pero, ¿los que no? (Los niños tienen su equivalente a esto en la quiebra de las piñatas con su inevitable bullying.)
¡Ah! Y olvidaba lo más importante de todo, que no es otra cosa que el trasfondo religioso de esta y semejantes celebraciones, cuya parte central y razón de ser son los RITUALES: “Pues sí, te convidamos a nuestra fiesta, pero a condición de que te sumes a ellos –aunque no estés de acuerdo con su ideología, se sobrentiende-“.
En vista de estas y parecidas consideraciones, podemos concluir razonablemente que la FELICIDAD NAVIDEÑA no es tan genuina, gratuita, desinteresada e INOCENTE como se nos presenta, idealizándola. Y, como corolario, que podríamos buscar nuestra porción de felicidad en otro(s) momento(s), no tan proclive(s) a la manipulación. ¿No lo creen así?
Fernando Acosta Reyes (@ferstarey) es fundador de la Sociedad Investigadora de lo Extraño, músico profesional y estudioso de los comportamientos sociales.
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