jueves, 21 de diciembre de 2017

Cuento de nochebuena


Había una vez una bella familia formada por mamá, papá y tres hermosas hijas. Al pasar de los años y muchos muchos momentos difíciles pero también felices, los padres envejecieron y aquellas niñas en mujeres se convirtieron. 

La historia de esta familia se construyó con mucho amor, trabajo y sacrificios; a veces carencias pero también abundancia. Un padre amoroso de carácter firme y bastante determinación formó la personalidad de sus hijas; un padre creyente de origen humilde, maestro de profesión. Una madre, incansable, ama de casa trabajadora ya jubilada también, les cuidó y protegió. Sin embargo llegaron tempesteadas que muchas ocaciónes golpearon con fuerza los cimientos de su hogar, dejando daños en cada uno de sus miembros, nadie se salvó, parecía una racha interminable de eventos devastadores que les acompañarían por largo tiempo... la vida se manifestó. 
Las hijas crecieron y partieron, los abuelos quedaron solos por un tiempo, pues después nacieron los nietos y las hijas regresaron. La vida se sucedía como debía ser. Pasando los años, el abuelo murió. 72 años vivió, su esposa, hijas y nietos quedaron con un gran vació en su corazón: Inllenable, irreemplazable.

La abuela siempre en pié continuó, ahora como cimiento fundamental y espiritual de su familia. Una mujer fuerte siempre, guerrera y capaz , alentando, consolando e impulsando a hijas y nietos a no claudicar. Hijas y nietos que jamás dejaron de luchar. Los nietos y nietas se hicieron hombres y mujeres de bién, cuidaban de sus madres y abuela también. El primero de ellos se hizo papá y convirtió a su abuela en bisabuela. A menudo cada miembro de aquella familia se internaba en si para recordar las sabias enseñanzas del abuelo. Una navidad la abuela decidió no hacer cena, estaba cansada, agotada quizá, sus hijas y nietos entristecieron, por primera vez no habría noche buena, ni navidad; cierto habían diferencias, malos entendidos, "los hijos crecen y con ellos los problemas también". "Que esto y aquello, y que esta también, que se forman los adultos y se esfuma la sensatez"; tanta razón la abuela debía de tener, tantos años, la misma cena, la misma fiesta ,un momento así ¿para qué? 
Las hijas y nietos supusieron que algo diferente debía acontecer; descubrieron que las tradiciones tienen la misión de replantear, que los alimentos si no se comparten pierden su sabor real, que los éxitos sin humildad nos deparan soledad, que la magia no existe si el asombro se aburre, que un abrazo sincero solo se siente si el perdón lo envuelve, que los regalos son obsequios divinos, que de nada sirve solo estar. Entonces hijas y nietos se dieron a la tarea de esa noche cocinar, de dejar fuera sinsabores y nimiedades para realmente celebrar, celebrar la vida que de milagro se viste todos los días y no le vemos de verdad. Limaron asperezas, no hubo arbolito de navidad, tampoco ostentosos regalos ni nada que aparentar, ni niño que acostar. El silencio de la abuela fue mas claro que que la anunciación de Maria. Una verdadera lección brindó acerca del sentido del amor y el perdón. 
Esa noche buena, fue la mas buena de todas, realmente una noche de paz, una noche de amor, una noche donde el niño Dios no nació solo en diciembre-

Marcel Moranchel.