- La Historia Jamás Contada -
Luego de 25 años volví a ver la excelente película de terror “real” –basada en hechos- EL ENTE, de Sidney J. Furie, con guión de Frank DeFelitta, adaptado de su propia novela. Recomendable por varias razones, la ausencia de connotaciones religiosas la hace diferente a su célebre predecesora EL EXORCISTA y sus similares.
Al no recurrir a la conocida solución ready-made (ya hecha y lista para usarse), el misterio no desaparece milagrosamente sino que permanece ahí. De este modo, la película plantea el tema como un problema de investigación: ¿Qué sucede?, ¿Cómo se comporta el fenómeno?, ¿Qué leyes obedece? y, en lugar de orillar al espectador a un salto de fe, le da ocasión para ejercitar su sentido crítico, que cuando algo así se presenta, es lo único que puede evitar caer en algo peor y no precisamente “sobrenatural” sino humano, demasiado humano.
Aunque ya en los ’70 había leído al respecto en PASAPORTE A MAGONIA de Jacques Vallée, fue hasta varios años después cuando supe de tres casos, relatados de primera mano por sus testigos. El primero por un amigo que rentaba un cuarto de azotea en una casona a contraesquina del Edificio Carolino que una noche, al meterse en la cama y disponerse a abrazar a su novia que dormía, sintió que algo se interpuso entre ellos dos. Fue quien me recomendó la película, diciéndome que lo había inquietado.
El segundo por otro amigo que, pernoctando en casa de su novia, despertó en mitad de la noche por el movimiento de ésta y pudo distinguir en la frazada que la cubría, un hueco que iba “caminándole” por el cuerpo. Estaba aterrorizada pero no podía despertar. Cuando “aquello” alcanzó la zona púbica, ella respondió con movimientos coitales.
El tercero, sucedido a una estudiante a finales de esa década de los ’80, fue sólo uno de una larga cadena de extraños fenómenos in crescendo, desde aparentemente inocuos precursores -unos toquecitos (raps) en el oído- hasta crisis emocionalmente devastadoras como la que nos tocó presenciar una fría madrugada de diciembre. La primera manifestación ya alarmante que me relató, fue que estando incorporada en la cama, empezó a sentir una mano acariciándole la espalda. Pensó que era su compañero, que yacía al lado de ella, pero al voltear y ver que éste tenía ambos brazos junto al cuerpo, entró en pánico. Él se incorporó y dio un gran grito, oyéndose un instante después que algo se estrellaba contra la puerta.
Ella no terminó bien, pues en lugar de salirse del universo fantasmagórico al que se había vuelto adicta –el síndrome es inconfundible-, se adentró cada vez más en supersticiones y ritos -ahora del bando contrario- hasta caer, bastante previsiblemente, en una secta religiosa destructiva –término técnico- que secuestró su mente, señalándole como ENEMIGOS a aquéllos que no comulgaban con sus patrañas y trataban de mostrarle otras perspectivas. (Por cierto, para los sectarios, el origen de sus males “espirituales” estaba en su propia vida sexual: la misma tesis de los que afirman que si una mujer es atacada sexualmente es porque se lo buscó con su ropa, comportamiento, lenguaje… o amistades.)
Es tiempo de que los profesionales de la salud mental superen el tabú de lo extraño y, con sensibilidad, orienten a las víctimas –y sus cercanos- del asedio de los dos tipos de ENTES: el sobrenatural y el sectario, mostrándoles que la salida no es el callejón SIN SALIDA por el que las conducen.
(Publicado originalmente en Sabersinfin el 5 de agosto de 2014)
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